El sol cae vertical sobre el altiplano melgarino como un rayo antiguo. A casi 4,000 metros de altura, el aire es delgado y engañoso: arde sobre la piel pero enfría los huesos. Así recibe Tinajani a quien se atreve a cruzar sus portales de piedra. El cañón —un santuario natural moldeado por millones de años de viento, agua y silencio— resplandece bajo un cielo sin nubes mientras el viento seca los labios y obliga a ajustar el sombrero. El bloqueador solar no es recomendación: es supervivencia.
El ingreso a este territorio mítico se hace a pie o por trocha, pasando por pequeñas comunidades que viven entre la puna seca, las hierbas pajizas y las formaciones rojizas que emergen del suelo como si fueran esculturas prehumanas. En una de estas comunidades, Keñuacuyo, espera Sebastiana, una mujer de mirada firme y sonrisa tímida, quien representa a la asociación Apu Chincurani y practica lo que llaman turismo vivencial. El término, aquí, es una forma de vida.

Sebastiana
"Por acá caminaba yo, cargando papa", dice Sebastiana mientras señala las laderas donde crecieron sus pasos. En cada roca ve un recuerdo; en cada grieta, una historia. Sus anécdotas no están aprendidas para visitantes: las dice como quien respira. Creció entre estas piedras, entre hornos de barro y cosechas al borde del abismo. Caminaba dos horas para llegar a la escuela. Su familia vivía en una construcción que aún resiste, y junto a ella muestra un horno de tierra: "Kankacho hacía acá mi papá. Riiiiiico".
El kankacho —carne de cordero tierna cocinada lentamente en hornos de adobe— es un orgullo ayavireño. Aquí, entre rocas que parecen guardianes petrificados, cobra otro significado: es comida que sujeta la memoria familiar y comunitaria.
En Keñuacuyo, el agua potable llega únicamente cuando llueve. Las tías ancianas de Sebastiana, las casas de adobe, la pequeña capilla y los campos inclinados muestran un Perú que no aparece en las cifras oficiales pero sostiene, desde siempre, la identidad altoandina.

Piedras con Alma
Tinajani es un conjunto de formaciones geológicas que desafían cualquier intento de clasificación. Los lugareños les han puesto nombres propios: Dos torres, Tres soldados, Tokache. Otra, inconfundible, es la cabeza de un lagarto gigantesco que parece asomarse desde el subsuelo. Cada roca es un personaje, un espíritu, un relato.
El viento talla, pule y canta entre los monolitos. De vez en cuando aparecen manchas blancas de guano en las paredes verticales o líneas horizontales que parecen la rosca de un tornillo colosal. Nadie sabe explicar del todo algunas de estas marcas y eso, quizá, es parte del magnetismo de Tinajani.
Entre las plantas, Sebastiana muestra la supay karkuy, una flor ladeada con forma de campanilla. Su nombre significa expulsar al demonio: medicina tradicional donde el mundo físico y el espiritual aún conversan. También enseña el queñual, árbol sagrado que siembra agua y forma bosques de altura esenciales para la vida. Tinajani, pese a su apariencia árida, es un reservorio de biodiversidad andina.
Entre dos rocas, dice Sebastiana, brota agua medicinal. No podemos acceder, pero su existencia es parte de la cartografía íntima de la comunidad. También hay chullpas collao protegidas por cercos de alambre: pequeñas estructuras funerarias que custodian siglos de historia prehispánica.
En otros puntos del cañón, las piedras muestran formas humanas: narices marcadas, siluetas que parecen vigilar el valle. Tokache, dice Sebastiana, antes tenía chullo. La erosión lo ha dejado sin sombrero, pero sigue en pie, mirando al horizonte como un guardián cansado.

Agenda del 2025
Tinajani no es solo paisaje: es un territorio en transformación. Desde 2023, el área ganó presencia en planes regionales de turismo sostenible, y para 2025 figura entre los destinos priorizados para infraestructura ligera, capacitación comunitaria y promoción de rutas eco-patrimoniales. Se discuten mejoras de acceso, señalización, programas de conservación de queñuales y proyectos de turismo comunitario que buscan que los beneficios lleguen directamente a asociaciones como la de Sebastiana.
Las autoridades locales han planteado la necesidad de declarar zonas del cañón como área protegida o zona de interés paisajístico, con el fin de evitar la expansión de actividades extractivas y proteger no solo sus ecosistemas sino también sus valores culturales. La presión turística ha venido aumentando en los últimos años, y las comunidades reclaman participar activamente en la toma de decisiones, para que el turismo no los desplace sino que los sostenga.

Patrimonio
Dejar el cañón es sentir que algo se queda atrás. Un rumor de viento, un silencio demasiado antiguo, la mirada franca de Sebastiana, el bosque de queñuales resistiendo a la altitud. Tinajani no es solo un atractivo; es un espejo del Perú profundo, ese que guarda su identidad en piedras milenarias, en flores medicinales, en hornos familiares y en nombres que sobreviven al tiempo.
En noviembre de 2025, el Cañón de Tinajani dio un paso decisivo hacia la mirada global tras ser incluido por Condé Nast Traveler en su lista de los 10 mejores lugares para visitar en Centroamérica y Sudamérica en 2026. La prestigiosa revista lo describió como un lugar de otro mundo, una geografía roja y altiplánica que hasta hace poco solo era conocida por viajeros intrépidos, pero que hoy empieza a conquistar a un público más amplio por su mística, su escala monumental y la profundidad de su historia ancestral.
La noticia fue celebrada por Marca Perú, que subrayó que Tinajani no es únicamente un paisaje sino una experiencia que combina misterio, naturaleza y espiritualidad. La publicación destacó que sus formaciones parecen esculturas hechas por gigantes y que el sitio se mantiene como un símbolo de turismo respetuoso.