Mercedes Gonzales, directora del Museo de Historia Natural de la Universidad Ricardo Palma, considera que las mujeres que se dedican a la ciencia deben hacer muchos malabares en su día a día para no perder la chispa por una pasión no siempre entendida. Como bien lo experimentó su tía Alejandrina, una mujer sabia quien le inculcó el amor por las plantas y sus secretos. Todo lo que hace es en su nombre.
Esta bióloga de profesión, amante de la etnobotánica y la museografía, no se arrepiente del enorme esfuerzo para dedicarse a lo suyo. Eso sin descuidar su matrimonio -que ya suma 36 años- y
la crianza de sus tres hijas, quienes le han seguido los pasos y se dedican a la ciencia, comunicaciones y gestión cultural.
“Las mujeres somos muy sensibles, apasionadas con lo que hacemos. Pese a que nos dedicamos a más cosas, hacemos todo con mayor tranquilidad, tenemos mucha paciencia, porque hay trabajos de investigación que duran años. Esa es una característica que los hombres aprovechan para sacar adelante muchas investigaciones (risas)”.
Pone el ejemplo de Rosalind Franklin, quien fue la descubridora del ADN, pero fueron tres científicos quienes se llevaron el reconocimiento y obtuvieron el Premio Nóbel de Fisiología y Medicina en 1962 por el descubrimiento de la estructura del
ADN.
El valor de la vida
Se alegra porque la ONU creó en 2015 el
Día Internacional de la Mujer y la Niña en las Ciencias para visibilizar las dificultades que atraviesan las mujeres en el aspecto académico y científico, porque “la sociedad de antes, ahora y siempre piensa que debemos dedicarnos solo a las labores domésticas. Lo bueno es que, a pesar de eso, la Unesco afirma que el 30% de investigadores de mundo ahora son mujeres”.
“Yo vine a Lima tras el terremoto de Huaraz en la década del 70. Mi papá, que no era tan machista, dijo que entre sus hijos (11 en total) los que tenían mejores notas se irían a Lima a la casa de un tío. Nos trajeron en helicóptero a mi hermano y a mí. El ya es ingeniero mecánico eléctrico y físico de San Marcos y yo que soy bióloga por la Universidad Ricardo Palma”.
Afirma que la biología es una ciencia fascinante “porque nunca llegaremos a descubrir lo que es realmente la vida. Es una búsqueda permanente. Esta carrera me ha enseñado a querer más la vida, a compartir lo que tenemos, a disfrutarla y a cuidar el ambiente”.
“Recoge las hojas, el capullo”
El ansia por saber todo sobre las plantas fue inoculada por su tía Alejandrina, a quien acompañó hasta que tuvo cinco años. Debía ir a la escuela.
“Era
una mujer quechua hablante que acompañaba a las mujeres durante el parto. Yo ayudaba en algunas cosas, aunque no me dejaran entrar porque era muy pequeña. Es allí prácticamente donde empieza mi interés por las plantas, porque mi tía curaba con ellas en Tingua (centro poblado de Ancash)”.
Allí descubrió su poder para curar. Otras mujeres también las usaban, un conocimiento empírico que no siempre ha sido reconocido ni valorado por la academia.
“Ella falleció a los 79 años. Era hermana de mi mamá. Estoy haciendo algunos apuntes sobre su vida porque quiero escribir un libro. Es un homenaje a ella. Porque fue muy dedicada a la gente (se quiebra) y creo que yo tengo algo de eso. Realmente es muy emocionante cuando la menciono. Ella es mi segunda madre, porque gracias a ella aprendí el quechua. Me mandaba a recoger las plantas y me decía qué parte era importante: las hojas, el tallo, el capullo. Nunca la he olvidado. Todo lo que hago, lo hago por ella”.
Doña Alejandrina, quien nunca se casó, y su profesora de Botánica en la universidad, Zoila, fueron sus dos grandes mentoras. Las mujeres que le dieron el impulso para no desviarse del áspero, pero gratificante camino de
la ciencia.
Gonzales, quien es egresada de la Maestría de Botánica Tropical y de la Maestría de Museología y Gestión Cultural, ha formado parte de diversas investigaciones, donde destacan las elaboradas en el área de la Etnobotánica.
Pasión por enseñar
“Mi profesión es la biología, pero mi pasión es la museología”, afirma sin dudar porque la segunda le permite estar en contacto con los niños, jóvenes y adultos sin formación especializada, pero con curiosidad por saber y entender lo que ven.
Directora del Museo del Historia Natural desde 1997, refiere que los profesores de la escuela deben estar convencidos primero de lo que quieren que el alumno aprenda y después desarrollar con ellos tres dimensiones: sensitiva (una planta tiene que olerse, tocarse), cognitiva (saber para qué nos sirve) y afectiva (respetar, querer lo que se estudia).
Fue así como aprendió con su tía Alejandrina y nada se le ha olvidado hasta hoy.
Indicó que, en medio de la gran controversia por la reivindicación de nuestro género “la palabra clave es respeto a todos por igual”.
“Hoy celebraré con las niñas que vayan al Museo de Historia Natural y las profesoras que las acompañen al recorrido que tenemos programado. Ya por la tarde habrá un pequeño conversatorio para analizar por qué no hay tantas niñas animadas por la ciencia”, adelantó.
Más en Andina:
(FIN) KGR/ART
Publicado: 11/2/2019