En Incahuasi, un centro poblado andino ubicado en las alturas de Lambayeque, el orgullo no está en las plazas monumentales ni en templos de piedra, sino en un techo artesanal hecho de paja. La estructura más representativa es la iglesia San Pablo, donde se guarda la memoria de casi tres siglos de resistencia cultural.
Y alguien que está relacionado con esta expresión tradicional es don Gregorio Calderón Mananay, usuario de Pensión 65, quien se siente orgulloso del templo cada vez que baja de su caserío y recorre la plaza principal de Incahuasi o acude a cobrar la subvención económica que le brinda cada dos meses este programa del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis), a través de los carritos pagadores.

Cuando se detiene al frente del templo, su mirada se eleva hacia la parte alta, donde se encuentra parte de la historia de su pueblo y también su vida. Con 80 años a cuestas, don Gregorio siente una gran satisfacción de ser uno de los artesanos que, organizados en cuadrillas y procedentes de los 15 caseríos que rodean a Incahuasi, participa de la práctica ancestral de renovar el techo de paja cada cinco o diez años.

Para él se trata de un rito, una fiesta y celebración de la memoria compartida. “Aprendí de muy chico, me enseñó mi papá”, comenta.
Ya no recuerda cuantas veces le tocó asumir esa gran labor. Lo que tiene claro es que cada nueva jornada moviliza a todo el pueblo por un periodo de 10 días. Los maestros de la artesanía tienen que subir cada vez más hacia las montañas para buscar pasto o follaje llamado ichu; el material indispensable que solo crece por encima de los 2,500 metros sobre el nivel del mar, donde la piel se oscurece y los labios se agrietan a causa del frio extremo.

Luego, los artesanos descienden al pueblo, cargando sobre las espaldas grandes manojos de ichu para dar nueva vida al templo y a los inmuebles de la localidad.
Dejando un legado
Siguiendo el legado de sus antepasados, don Gregorio enseñó el arte de elaborar el techo de paja a sus tres hijos varones, quienes también se unieron al ritual comunal cuando les tocó su momento. “El secreto está en amarrar bien el pasto”, dice. Detalla que se amarra a las estructuras de madera construidas de palos y ramas también obtenidas en el corazón de las montañas; y se sujeta bien, como dicta la tradición prehispánica en cada habitante de Incahuasi.

Don Gregorio no oculta su preocupación al afirmar que en cada nuevo ritual resulta más difícil obtener el pasto, el ichu. “Cada vez está más escaso”, señala. Entonces, comenta que solo les queda seguir subiendo lo más alto posible, escalar días enteros, porque todo ese esfuerzo finalmente valdrá la pena, con la satisfacción de renovar la vida de la Iglesia San Pablo de Incahuasi, declarado Patrimonio Cultural de la Nación.
Encuentro de maestros
Cuando se encuentra con los otros artesanos y comuneros, quienes también como él cobran su Pensión 65, y los une un lazo invisible: la satisfacción de haber construido juntos un techo que es más que madera y paja. Es la certeza de que, mientras haya manos que sujeten, y un techo fuerte, Incahuasi seguirá resistiendo al viento y al tiempo.
(FIN) NDP/LZD