Un día como hoy, hace 50 años, el Perú abrazó la eternidad. Fue el 28 de octubre de 1975 cuando el pitazo final en Caracas selló la conquista de la Copa América, una gesta que aún vibra en el corazón del pueblo. Medio siglo después, Oswaldo “Cachito” Ramírez, uno de los futbolistas de aquella epopeya, revive con emoción los días en que el balón se convirtió en símbolo de esperanza y el fútbol fue el lenguaje de la unidad nacional.
“Ganar un título internacional es importantísimo y más aún porque el Perú estaba viviendo momentos complicados”, confiesa “Cachito”, con una mezcla de orgullo y nostalgia que se asoma en su voz.
El inicio del sueño
La Copa América de 1975 fue distinta a todas: no tuvo una sede fija. Cada partido era una travesía, una odisea en la que los jugadores cruzaban cielos y montañas, llevando en el pecho la ilusión de millones. En ese formato de ida y vuelta, Perú compartía grupo con Chile y Bolivia.
El debut fue ante Chile, en Santiago, un encuentro áspero y de alto voltaje que terminó igualado 1-1. Fue el primer aviso de que la ´Blanquirroja´ no estaba dispuesta a ser espectadora de nadie. Luego llegó la cita con Bolivia, una batalla en la altura de Oruro, donde el aire se hacía delgado y los pasos pesaban como promesas.
“Nosotros para llegar a Oruro tuvimos que tomar un avión que venía de Lima y nos recogió a nosotros en Arequipa con el uniforme puesto, cambiados con zapatillas, y después del partido regresar al hotel y cambiarnos”, recuerda “Cachito”. Era otro tiempo, uno en el que los héroes no tenían lujos, pero sí alma.
A 3,800 metros de altura, el Perú se negó a ceder: “Se juntan Teófilo Cubillas, Percy Rojas, Juan Carlos Oblitas y me dicen: vamos a tocar, tocar, tocar, y cada vez que haya oportunidad te la vamos a mandar para que corras, y así vino el gol”, narra. Su tanto silenció Oruro. Fue la primera gran muestra de carácter de aquella selección que no entendía de límites.
La revancha en Lima fue una fiesta. En el Estadio Alejandro Villanueva, el combinado nacional derrotó 3-1 a Bolivia con goles de “Cachito” Ramírez, César Cueto y Juan Carlos Oblitas. Luego, en el mismo escenario, selló su clasificación venciendo 3-1 a Chile en el clásico del Pacífico.
El Perú acabó líder del grupo con 7 puntos, por encima de Chile y Bolivia, demostrando que la fe también se escribe con la pelota.
El golpe al gigante
La semifinal los enfrentó al coloso sudamericano: Brasil. Aunque el Scratch no contaba con Pelé ni los cracks del Mundial de México 1970, era un equipo formidable, armado con figuras del Cruzeiro y Atlético Mineiro. En el Mineirao de Belo Horizonte, Perú dio el golpe que pocos creyeron posible: 3-1 ante la “Canarinha”.
“Percy Rojas no estuvo en Belo Horizonte cuando jugamos con Brasil y con eso más el tercer gol de Teófilo Cubillas ganamos”, recuerda “Cachito”.
Aquella noche, los goles de Teófilo Cubillas y Enrique Cassaretto no solo vencieron a Brasil, sino también al miedo. Fue una victoria que estremeció al continente.
Pero la revancha en Lima traería otra cara: Brasil ganó 2-0 en el Nacional y la serie quedó empatada. El pase a la final se definiría por sorteo. El azar se convirtió en aliado: la mano de Verónica, nieta del entonces presidente de la Conmebol, Teófilo Salinas, sacó la bolilla con el nombre del Perú.
“Rápidamente luego de que acabara el sorteo nos comunicaron a todos que habíamos ganado nosotros el sorteo, así que tranquilos y sin problemas estábamos listos para jugar contra Colombia”, cuenta “Cachito” con serenidad.
La final que paró el país
El primer duelo ante Colombia fue en Bogotá, bajo una lluvia que parecía no tener fin. El campo era un lodazal y el balón, un enemigo más. “En Colombia había una lluvia terrible y antes de terminar el partido le meten un pelotazo a Sartor, pero abrió las piernas y como la pelota estaba mojada rebela y se pasa para adentro y nos ganan 1-0”, relata.
En Lima, la historia fue distinta. El viejo Estadio Nacional vibró con los goles de Juan Carlos Oblitas y del propio “Cachito” Ramírez. Perú ganó 2-0 y forzó un tercer partido decisivo en Caracas. No importaba el cansancio ni la distancia: ese equipo ya jugaba con el alma.
El 28 de octubre de 1975, en el Estadio Olímpico de Caracas, el destino escribió su último capítulo. Una tarde lluviosa, una cancha pesada, y una estrella que bajó del cielo del Barcelona para iluminar la historia: Hugo “Cholo” Sotil, que no había jugado un solo partido en todo el torneo, marcó el gol del título.
“En el segundo tiempo entro yo por Percy (Rojas) a la derecha y justo el ‘Cholo’ Sotil hace el gol… Cuando yo entro a la carrera me planchan la rodilla con los toperoles y hace penal, y el encargado de patear el penal era yo, pero estaba fuera del campo. Lo mandó a Teófilo y el arquero se lo atajó”, recuerda “Cachito”.
El pitazo final del arbitro fue un estallido de alegría nacional. Los jugadores se abrazaban, algunos lloraban. En el Perú, las calles se llenaron de banderas, bocinas y lágrimas. Medio siglo después, ese sonido aún resuena.
La celebración que dolió
Pero mientras el país celebraba, “Cachito” vivía su propia soledad: “El equipo dio la vuelta olímpica, pero apenas el árbitro pitó el final del partido yo me fui al camerino a bañarme… Cuando llegaron todos, Marcos (Calderón) me vio con tal cara que se dio la vuelta y se fue”, recuerda.
Luego, mientras la delegación celebraba en la embajada peruana, él prefirió el silencio. “Después, cuando todos entraron, bajé, paré un taxi y me fui a comer tranquilo”. sostuvo.
Horas después, su amigo y compañero de habitación Juan Carlos Oblitas lo buscó: “Cuando la selección regresó, Juan Carlos toca la puerta y me dice: ¿Dónde has estado? Y yo le dije aquí… y él me dice que ¿Todavía te dura? Y yo le dije: Qué quieres que haga, no lo siento así. Ustedes han dado la vuelta olímpica con el trofeo, yo no lo he visto para nada”.
El héroe también sangra. Aquella noche, mientras el país dormía feliz, “Cachito” guardó silencio. Quizás porque sabía que los recuerdos, a veces, duelen más que los golpes.

El capitán eterno
Entre risas y pausas largas, el exdelantero no olvida a sus compañeros con quienes logro la gloria, en especial a
Héctor Chumpitaz, el símbolo de aquella generación.
“Era un grupo humano excelente, con muy buenos jugadores. Héctor no es una persona que siempre habla, pero ha sido y seguirá siendo capitán de América, porque él no te grita, sino que te demuestra lo que hace en el campo y te obliga a hacer lo mismo”, asegura con admiración.
Hoy, medio siglo después, el eco de aquella gesta sigue vivo. Fue más que un campeonato: fue una lección de coraje, unión y amor por la camiseta. Porque ese 28 de octubre de 1975, el Perú no solo ganó una copa: aprendió que el corazón también puede ser campeón.