Durante la inauguración y clausura de los recientes Juegos Panamericanos se confirmó la vastedad de nuestra cultura. Hoy amerita traer a la luz el trabajo silencioso de investigadores dedicados a dar cuenta de ella. Víctor Hugo Arana Moreno es estudioso y promotor de las tradiciones costeñas y labora en la Escuela Nacional de Folklore.
Sus abuelos maternos están presentes en sus recuerdos más remotos. Víctor Hugo está cruzando con ellos un camino de árboles cuyas copas se entretejen formando un glamoroso túnel. Una alfombra de flores amarillas adorna el trayecto. Rememora la felicidad que le producía correr sobre ellas y sentir cómo crujían bajo sus pasos. Se sentía libre.
Esa imagen, tal vez, sea el vínculo que lo aferra a Huacho, su tierra natal, donde vivió sus cinco primeros años. Un tiempo imborrable que explica su pasión por difundir la
cultura costeña, su música mezclada con armonías andinas, pero sobre todo su oralidad, su habla tan particular.
“Si bien la costa recibe mucha influencia andina, tiene particularidades, una oralidad muy propia de cada pueblo del litoral. En Huacho se dice joro a la jarra que contiene la chicha de jora, y en Arequipa al cuy se le dice conejo de Castilla”, cuenta.
Amor a la escritura
Llegó a la Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas en agosto de 1991 para apoyar investigaciones de destacados músicos como
Jaime Guardia, y luego se integró al equipo de la biblioteca. Entonces, el local se ubicaba en la calle Las Flores, en Lince.
A Víctor Hugo siempre le gustó escribir, redactar poesía o algunos cuentos. Esta afición no se detuvo ni siquiera durante su formación como abogado en la universidad
Federico Villarreal, pues sus lecturas sobre leyes no le ganaron jamás ni a las novelas ni a la filosofía.
En la escuela, confiesa, oficializó su compromiso con la escritura y ofreció su tinta para empezar a contar cosas diferentes. Trabajar allí le activó sus visiones sobre el Perú profundo y el Perú oficial del que hablaba Jorge Basadre.
“Sentí que tenía que empezar a escribir sobre esos temas”, recuerda.
Fue un punto de quiebre. Escribió en la revista Arariwa, de la que forma parte todavía, y es importante redactor desde hace 16 años. Luego la destacada musicóloga Chalena Vásquez le confió lo que sería su primer libro: Historia Institucional (2007).
Víctor Hugo, nombre inspirador y elegido por su progenitor, publicó después Aucallama, huellas de color (2009), en el que revela la presencia, aunque mínima, de la décima. En la tierra de don Porfirio Vásquez el vestigio afrodescendiente que encontró fue mestizo, cuenta.
Compromiso
A este cultor de las tradiciones costeñas Tacna, una historia de caletas (2017) le parece su primer producto que lo ratifica como uno de los pocos estudiosos de los pueblos de la costa, que son los que menos se visibilizan.
En el litoral la
migración es más longitudinal que transversal, sostiene, la costa está más poblada por gente de la costa. Es lo que demostrará en el proyecto Tradiciones de litoral.
“En la dirección de investigación trabajamos con base en el estudio y la sensibilidad, pues consideramos valioso difundir la cultura popular. En cuanto a mí, me interesa visibilizar la costa, sus expresiones literarias, su oralidad, el habla de su gente común y corriente”.
Hoja de vida
*Es egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UNFV.
*Ha Desarrollado investigación para la obra de Ángela Ramos, Una vida sin tregua.
*Colaboró en la realización de las obras Prosa de juglar y La última jugada, de Arturo Corcuera.
*En la actualidad, ejerce funciones en la Dirección de Investigación de la Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas.
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(FIN) DOP/ SMS
Publicado: 21/8/2019