Incomprendidos por quienes no logran entender cómo miles de hombres y mujeres caminan bajo el sol, cantando con fervor y vestidos de morado, cargando pesadas cruces o pequeños altares, los peregrinos del Bajo Piura han vuelto a emprender su ruta de fe hacia Ayabaca.
Desde el viernes 3 de octubre, tras la misa de Acción de Gracias celebrada en el templo San Juan Bautista de Catacaos, las primeras columnas de devotos iniciaron su anual caminata hacia el agreste distrito serrano, hogar del Señor Cautivo de Ayabaca. Es una tradición que trasciende generaciones y que simboliza, para muchos, la fortaleza del espíritu piurano.

El objetivo no es otro que renovar la fe. Cada paso representa una promesa, un agradecimiento o una súplica: por la salud de un hijo, el trabajo del padre, la unión familiar o la paz interior. Para los peregrinos, el sacrificio de la ruta es una ofrenda.
Llegar hasta los pies del “Negrito lindo”, como llaman con cariño al Señor Cautivo, exige vencer el cansancio, el hambre, la sed y las dolencias. La caminata se prolonga más de una semana, y la mayoría prefiere avanzar de tarde y noche, cuando el sol cede su rigor. Pero el esfuerzo no se detiene: a medida que dejan atrás el llano, la sierra se levanta desafiante y el camino se hace más empinado.
Aun así, ninguno se detiene. La fe los impulsa. Saben que, al llegar al santuario de Ayabaca, orarán por ellos, por sus familias y también por quienes no comprenden esa devoción profunda que habita en el corazón del Bajo Piura.

No en vano, la Semana Santa de Catacaos fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación, reconocimiento que confirma que esta tierra es, como dijo alguna vez Monseñor Óscar Cantuarias Pastor, “la reserva moral de la fe de la región”.