El Ministerio de Cultura declaró Patrimonio Cultural de la Nación a la copla y contrapunto del carnaval de Cajamarca, al ser una original expresión dentro de la tradición oral de la región, resultado de la apropiación de géneros líricos asociados al romancero español resignificados durante las etapas colonial y republicana.
La norma precisa que la copla y contrapunto es una manifestación se convirtió en uno de los elementos más representativos de las fiestas de carnavales y en uno de los pilares fundamentales para la afirmación de la identidad cultural en la región.
El origen de la actual práctica de la copla y contrapunto de carnaval se remonta al periodo de la conquista española de América, periodo de introducción de géneros líricos como la copla, el cantar y el romance. Estas formas de poesía popular actuaron como mecanismos de expresión evocativos, satíricos o épicos que fueron empleados por las fuerzas españolas y posteriormente por sectores populares, al ser apropiados y resignificados durante las etapas virreinal, independentista y republicana.
Tal como se sustenta en la tesis titulada "La copla cajamarquina: las voces del carnaval", la literata Eugenia Quiroz Castañeda señala que este proceso tuvo lugar en todo el ámbito de Hispanoamérica, configurándose múltiples estilos de poesía popular cantada con rasgos compartidos en cuanto a métrica y rima, pero difiriendo en el uso de formas y estrategias de carácter discursivo. En tal sentido, como destaca la autora, la copla y el contrapunto cajamarquinos son una expresión local de un proceso de transculturación dentro de la tradición oral y la poesía popular.
El destacado docente y poeta cajamarquino Mario Florián, detalla que hacia el año 1822 se componía en la zona un tipo de copla, redondilla o canción lírica popular denominada la cajamarquina, y cuya letra buscaba incentivar el patriotismo entre los jóvenes que se unían voluntariamente a la lucha contra el dominio español.
Las coplas interpretadas hoy en día durante las celebraciones de carnavales en la región Cajamarca consisten en cuartetas de cuatro versos con una extensión por lo general octosilábica. Sin embargo, como puede apreciarse en las múltiples coplas recopiladas en la documentación presentada, así como en otras fuentes, estos versos también pueden ser de siete sílabas o heptasilábico.
En cuanto a la manera de rimar en la copla cajamarquina, se observa el uso de la rima de tipo tanto consonante como asonante entre sus portadores. Estos la aplican de manera alternada entre los versos pares e impares de una misma cuarteta con la fórmula ABAB, o solamente en los versos pares de la misma siguiendo la fórmula ABCB, asociándose a la primera de éstas con una intención más lírica en la composición.
Eugenia Quiroz clasificó las coplas cajamarquinas en cuatro temáticas dominantes. En primer lugar, aquellas que versan sobre la sociedad local, explorando las posturas de los actores al interior de las mismas en relación a los cambios en convenciones sociales, costumbres, prácticas e interacciones cotidianas. En segundo lugar, las que abordan la sexualidad desde el amor romántico, alusiones al acto sexual de manera directa o simbólica, así como a la intersección de este tipo de tensiones con las relaciones de parentesco familiar.
En tercer lugar, la generación de un campo para la expresión de miradas positivas o negativas en torno al hombre y la mujer, poniendo en entredicho o rebatiendo los roles que se espera que cada uno cumpla a través de la burla y el contrapunto. Y, por último, coplas que hacen referencia a los diferentes elementos que integran las celebraciones de carnaval como sus momentos rituales, los personajes de la celebración, los participantes en general y los copleros en sí mismos.
Así, el contrapunto emparenta a la copla cajamarquina con otras tradiciones de poesía popular improvisada con las que comparte una ascendencia hispánica.
Música
La música que acompaña la entonación de las coplas no sólo funciona como un marcador de procedencia, sino también como un factor de distinción entre sus portadores. Al respecto, José María Arguedas llamó la atención durante una visita realizada en el año 1941 al pueblo de Namora en época de carnavales, describiendo dos formatos instrumentales de acompañamiento para las coplas y su adscripción a diferentes sectores de población.
Por un lado, el uso de guitarras asociado al grupo mayoritario de los cholos o mestizos, y por otro, el uso de la flauta y la caja como símbolo del carnaval indio, representando a una población indígena minoritaria en la zona. No obstante, Arguedas destacó que más allá de las diferencias en los instrumentos musicales utilizados, subyacía una misma melodía de carácter monótono y repetitivo que enlazaba las prácticas.
Finalmente, cabe destacar que la organización de concursos desde la década de los 70 ha impulsado una actividad compositiva de la misma en tanto género escrito. Del mismo modo, muchos investigadores han llevado a cabo importantes trabajos de recopilación y registro, construyendo un corpus de coplas tradicionales con un soporte físico que ha facilitado su transmisión más allá del contexto festivo.
Otro efecto de la organización de concursos anuales ha sido la proliferación de múltiples intérpretes que incluyen coplas en sus repertorios, muchos de los cuáles se mantienen vigentes hasta la actualidad y forman parte del panorama musical de la región.
Así lo indicae la Resolución Viceministerial Nº 117-2017-VMPCIC-MC, firmada por el viceministro de Patrimonio Cultural e Industrias Culturales, Jorge Ernesto Arrunátegui Gadea, publicada hoy en el boletín Normas Legales del Diario Oficial El Peruano.
(FIN) NDP/RFA/MAO
Publicado: 28/6/2017