Los trastornos psiquiátricos más detectados en el estudio fueron ansiedad y depresión, los cuales fueron filtrados con criterios clínicos internacionales, otorgándole un mayor peso y relevancia a la investigación.
“Se han realizado otros estudios de este tipo en el país, midiendo síntomas de ansiedad o depresivos, que no es lo mismo que criterios diagnósticos, como ha ocurrido en el estudio”, resaltó el doctor Saavedra, quien trajo a luz casos que demandan una intervención médica.
Así, se ha logrado determinar que la prevalencia de trastornos mentales en la población adulta de Lima subió de 7.9% (2,012) a 12.5%, (2020), porcentaje que representa 806, 000 personas, “quienes reunían criterios de un trastorno psiquiátrico”, dejando fuera los cuadros de psicosis que revelan estados fuera de la realidad.
En el caso de la depresión, ésta se ha duplicado de 2.8% a 7.5%, afectando en la actualidad a 484 mil personas. Mientras la ansiedad, que tenía una tasa de 1.9 en el 2012, se ha triplicado y alcanza al 6.7% de la población en Lima (unas 432 mil personas).
Para el investigador, ambos indicadores son preocupantes dado que solo entre 35% y 40% de población busca ayuda especializada en salud mental. “Muchas personas aún no se dan cuenta de que están enfermas”, aunque ese indicador va mejorando con el paso del tiempo.
De otro lado, los indicadores suicidas registraron también cambios notables, reveló el estudio en el que participaron 1,823 habitantes de entre 18 y más de 65 años.
Si bien en el año 2012, el 1.3% de limeños pensaba que “sería mejor estar muerto o deseaba estar muerto”, esta cifra subió a 8.6% el año pasado, un porcentaje que incluye a más de medio millón de personas (555,000).
De otro lado, la idea de suicidarse, es decir pensar en la manera de cómo acabar con su vida, creció de 0.6% (2012) a 1.6% (2020), que involucra a 103,000 personas.
¿Y los que tuvieron covid- 19?
Los hallazgos preliminares del estudio del INSM destacan el deterioro mental de quienes contrajeron el nuevo coronavirus, impactando en su calidad de vida, cuyo satisfacción descendió de 7.9% a 7.6%, ante los efectos de la infección en su salud física, emocional, espiritualidad, entre otros aspectos.
Quienes se contagiaron registraron cifras más altas en problemas de sueño: 65%, frente 50.5% de quienes no tuvieron covid-19. Entre las razones, explica Javier Saavedra, se encuentran mayores índices de ansiedad, depresión, además de problemas a nivel físico, sobre todo de tipo respiratorio.
Este grupo evidenció mayor prevalencia de trastornos psiquiátricos: 42% frente al 28.5 que no tuvo la infección. Los indicadores suicidas se elevaron también entre quienes tuvieron coronavirus (18.4%) frente a quienes no se contagiaron (7.8%).
No todo es malo
En medio de tantas cifras preocupantes, el director de la Oficina de Apoyo a la Investigación y Docencia Especializada del INSM destacó que algunos indicadores no registraron mayores variaciones y otros mostraron un interesante descenso, sobre todo en temas vinculados solo con mujeres.
En lo concerniente a fuentes de tensión con la pareja, los temas económicos (72.1%) y la salud de algún familiar (53.3%) lideraron la tabla, superando largamente el 65% y 30% respectivamente, registrados en 2012.
Por el contrario, los problemas por la crianza de los hijos, la indiferencia e infidelidad del esposo, así como la influencia de familiares dentro de la relación, entre otros, descendieron significativamente.
“Algunos autores sostienen que esta pandemia ha sido una oportunidad para estrechar lazos familiares. Nos ha obligado a sentarnos cara cara, a comer juntos, a departir más tiempo e interactuar a diario. Eso ha mejorado los lazos familiares y los vínculos” acotó Saavedra.
La violencia ejercida contra la mujer no desapareció durante la pandemia, pero tuvo cifras disimiles. Mientras la prevalencia anual de cualquier tipo de abuso, maltrato o violencia hacia ella descendió de 14.7% (2012) a 10.8%, la prevalencia anual de abuso sistemático contra ella se incrementó.
“Es decir que los pocos casos sistemáticos que se reportaron tienen mayor severidad, considerando un maltrato o violencia con una frecuencia de una o dos veces al mes, en el último año”.
Mucho por resolver
Para Humberto Catillo Martell, director general del Instituto Nacional de Salud Mental, el presente estudio busca despertar mayor conciencia sobre la problemática de la salud mental, cuyos resultados están, lamentablemente, dentro de la tendencia mundial.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, 450 millones de personas experimentan en este momento problemas mentales o neurológicos en todo el mundo, los cuales constituyen 5 de las 10 principales causas de discapacidad.
“La pandemia es un estresor que ha golpeado sobre una estructura psíquica-biológica vulnerable, además de destapar diversos problemas estructurales de muchos años atrás, en el sistema de salud, la sociedad y en las propias personas”.
En ese contexto, dijo, era predecible que los indicadores de salud mental se dispararan y se registre un incremento significativo de trastornos mentales, especialmente por las condiciones de vulnerabilidad emocional previa que tenía la población antes de la llegada del covid-19 a nuestras vidas.
Consideró que una sociedad inequitativa, individualista, fragmentada e informal como la nuestra tenía altas probabilidades de sufrir más dramáticamente los estragos de una pandemia, como lo está haciendo ahora.
“Lima es una ciudad que duele, un zapato ajustado, que te aprieta, que te obliga a desplazarte dos horas en el tráfico, a tener poco tiempo en familia, que te lleva a vivir en los márgenes, con mucha precariedad” y que golpea mucho más a quienes “han sufrido estrés en la infancia, han vivido contextos familiares conflictivos, han padecido una cultura racista, discriminadora o estigmatizante y que, ante una crisis, su salud mental se ve resquebrajada rápidamente”.
Un objetivo común
Para el experto, si bien la pandemia ha desnudado la precariedad social en la que viven las grandes mayorías de Lima, considera que esto debe verse también como una oportunidad para apurar las transformaciones que pongan a la salud mental como un derecho.
Y para lograrlo, pidió acelerar la integración y articulación de todos los niveles de atención de salud, evitando que compitan uno con el otro, con mayores centros de salud mental, reforzando su capacidad de atención virtual y entendiéndose que no es posible cuidar la salud mental sin la participación del primer nivel.
“Antes la promesa era enférmate que yo te voy a curar, desde la medicina, el Estado y las aseguradoras, pero hemos visto que esto no ha sido así. Por eso el mensaje es que aprendamos más de la salud mental, qué es, cómo funciona nuestro cuerpo, nuestra mente nuestras emociones y tomemos el control de este campo a nivel a personal y familiar”.
Pidió a la población entender que la salud mental no debe ser una mercancía que se compra y se vende, sino una experiencia que comparte y del que gente debe ser protagonista.
Ahora mismo, dijo, muchas personas han aprendido algunas técnicas de relajación que les sirven para situaciones puntuales, que deben ser incorporadas a la vida cotidiana.
“Hay que trabajar para que la salud mental se convierta en un objetivo común de bienestar para las personas, desde la educación, desde el desarrollo de la ciudad y hasta del modelo económico. Ya se ha demostrado que podemos ser diferentes, vivir con menos ropa, juergas, viajes. La pandemia nos ha demostrado que podemos vivir otro mundo”.
Comentó que la Ley de Salud Mental es muy clara al exponer que cuidado no es solo materia de psiquiatras y psicólogos, incluye a todos profesionales y personas, es donde es preciso sumar nuevos enfoques educativos desde la casa, la escuela, en la que deben impulsarse una mejor educación sentimental e inteligencia emocional, lejos de estigmas y discriminación.
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(FIN) KGR/RRC