La Calle Siete Borreguitos del tradicional barrio cusqueño de San Cristóbal, que irradia belleza por maceteros de barro con flores multicolores, colocadas en paredes blancas de casas típicas de tejado rojo, y visitada a diario por turistas, ya es Jerarquía 2.
Esta acogedora pendiente de casi cien metros, con graderías y descansos de piedra, que fue visionada para el turismo en la década de 1990 por el entonces alcalde de Cusco, Daniel Estrada Pérez “el Qosqoruna”, viene ganando la admiración de visitantes y justo reconocimiento de autoridades.

La estrecha arteria de piedra, que forma parte del circuito las “Siete Calles Siete”, despertó el interés en los viajeros semanas antes de la emergencia sanitaria por la pandemia de covid-19, cuando los vecinos de forma mancomunada se reunieron y se esforzaron por embellecerla y, sobre todo, tenerla limpia.
Julio César Chaparro Zamalloa, vecino y presidente del Frente de Defensa de los Intereses de San Cristóbal, contó a la Agencia Andina que este pasaje era llamado “Ccopapata”, que, en español, y siglos atrás fue denominado así, por el arrojo de ceniza de fogones a un extremo y estiércol de cuy que dejaban amas de casa, que en época de vientos levantaba polvo.
El espacio gozó siempre de un clima agradable, al conectarse con la Waka Viroypaccha o Sapantiana, un lugar sagrado para los incas con el río Choquechaka (que probablemente haya sido un espacio de culto al agua) y el importante acueducto colonial de Sapantiana, construido entre los siglos XVII y XVIII para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

Con el paso del tiempo “Ccopapata” pasaría a llamarse Siete Borreguitos, pues era habitual ver pasar, incluso hasta hace tres décadas, a señoras, jóvenes y niños con sus ovejitas camino al río. Las mujeres lo hacían para lavar ropa, acompañados de sus “chitas”, como llamaban cariñosamente a sus borreguitos.
La presencia de estos corderitos fue por el abundante pasto de las riberas que brotaban por la humedad y probablemente por el desecho de los cuyes que servía como abono. Mientras las mujeres lavaban y departían su cocawi o comida, sus animalitos hacían lo mismo sin alejarse.
Hasta hace diez años el lugar siguió siendo recorrido, como siglos atrás, para dirigirse al barrio de San Blas o venir de ella, aunque ya sin ovejas, y no muy seguido. La Waka, el acueducto, la callecita, una losa deportiva y una piscina de piedra que en algún tiempo funcionó como un parque recreativo, es recordado con nostalgia, hasta que surge el cambio.

“Antes de la pandemia nace la idea. Con mi esposa y mi hija se tuvo el afán de adornar mi casa por la parte de afuera, ahí colocamos los primeros maceteros. Con Manolo Chávez (destacado cusqueño), avanzando esa idea de decorar todo por fuera”, relata Chaparro Zamalloa, al recordar faenas, incluso la reparación de una tubería de agua, bajo restricciones por la cuarentena.
“Los vecinos comulgamos la misma idea, de esa forma limpiamos los basurales, fuimos al canal que sale del río Choquechaka, al acueducto virreinal, vimos el tema sanitario, y vimos cómo las personas comenzaban a llegar, Manolo nos amplió el panorama de lo que podíamos lograr”, agregó.
Este cambio mejoró la convivencia entre los habitantes de Siete Borreguitos y aledaños, ya que emprendieron en ofrecer servicios en hospedaje, “airbnbs”, restaurantes, cafés, lo que ahora les permite dinamizar sus economías en medio de una espectacular vista, que está a solo unos minutos de la plaza de armas.

Rosendo Baca Palomino, gerente de la Gerencia Regional de Comercio Exterior y Turismo (Gercetur), dijo a la Agencia Andina que el lugar es sensación para los turistas, y conforme han monitoreado y levantado un informe, este extremo del Centro Histórico de Cusco, es recorrido hasta por más de 1,500 visitantes por día.
El funcionario destacó la historia, las peculiaridades, características arquitectónicas, ese gran valor agregado de ser embellecida por sus habitantes y ser un espacio más para el disfrute de los visitantes, lo que le permitió reconocerla como Jerarquía 2.
“Básicamente Siete Borreguitos tiene un registro de visitantes, tiene cultura, historia, un buen estado de conservación, seguridad, limpieza que han sido evaluados por un comité de la Gercetur, un grupo de técnicos y profesionales que llevaron el proceso e hicieron un expediente completo (un libro)”, resaltó.
El furor que causó Siete Borreguitos, por cuyas calles adyacentes crece el rumor de “no hay turista que no la visite”, es replicado en la actualidad por los vecinos de las calles Resbalosa, Pumacurco y otros del mismo barrio y San Blas, que han optado por adornar y darle vida con maceteros y flores, lo que despertó en guías de turismo a llevar a sus delegaciones.
“Es increíble, las personas siempre preguntan, quieren visitar, las agencias destacan el lugar, que en realidad la callecita es el acueducto, es la Waka, el pasaje que conduce al Templo colonial de San Cristóbal, al Primer Palacio Inca y otras callecitas”, resaltó Chaparro Zamalloa.
Si Siete Borreguitos, es una de las Siete Calles Siete, no estaría lejos, siendo positivos, de que el resto de las seis calles tengan también este reconocimiento, por el gran valor e historia que guardan por los siglos de los siglos, y la Gercetur las tendría “en la mira” para jerarquizarlas.
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