El desierto de Ocucaje no deja de escribir historias que maravillan. Hace poco se hablaba del descubrimiento de "Perucetus colossus", el animal más pesado de la Tierra que también habitó en el mar de Ica, ahora arenal, de cuyas entrañas se han colectado fósiles de una nueva especie de cocodrilo marino de características inusuales y un excepcional estado de preservación que ha contribuido a esclarecer el origen y la evolución de los gaviales, uno de los mayores enigmas en el desarrollo de los cocodrilos de hocico largo y delgado (longirrostrianos).
Se trata de Piscogavialis laberintoensis, el nuevo cocodrilo marino del Perú, que vivió de entre 12.5 y 11.98 millones de años y alcanzaba de 5.5 a 6 metros de largo, detalla la paleontóloga peruana Camila Zamora-Vega, autora de la investigación publicada en la prestigiosa revista inglesa Biology Letters.

Los paleontólogos Mario Urbina y Andy Wyss descubrieron mandíbulas y cráneos completos –estos últimos de más de un metro de longitud– de dos ejemplares de Piscogavialis laberintoensis en la Formación Pisco y se colectaron en dos expediciones: una en el 2020 y otra en el 2023.
Dichos fósiles fueron descubiertos en la sección Sula, de la zona Laberinto –de allí viene el nombre de la nueva especie de gavial marino del Perú–, en el distrito iqueño de Ocucaje, una mina para la paleontología.
“Durante la colecta de los fósiles nos dimos cuenta de que estaban excepcionalmente preservados y que además había material poscraneal; es decir, no solo el cráneo y la mandíbula, sino también las vértebras, lo cual es poco común”, comenta a la Agencia Andina.
Para la investigadora, “ha sido una fortuna tener no uno, sino dos especímenes con los cuales trabajar”. Uno de ellos presentaba restos del esqueleto articulado (vértebras), osteodermos (placas óseas que forman una armadura) y huesos aislados. El estudio del material permitió una reconstrucción detallada de su anatomía, que evidencia características muy difíciles de reconocer en otros fósiles.
Tres cocodrilos en la costa peruana
Zamora-Vega precisa que los fósiles corresponden a la tercera especie de cocodrilo de rostro u hocico largo y delgado descrito en la Formación Pisco, lo que sugiere que el afloramiento de esa época tenía muchos nutrientes.
Y es que Piscogavialis laberintoensis coexistió con otras especies como el mediano Sacacosuchus cordovai (de 4 a 5 metros) y el gigante Piscogavialis jugaliperforatus (más de 7 metros).

“La presencia de tres cocodrilos de diferentes tamaños en la costa peruana se sustenta con la alta productividad del ecosistema costero, asociada a la presencia del afloramiento”, sostiene.
Del material poscraneal –indica– se puede obtener mayor información y estudiar las características más a fondo de los fósiles conlleva a comprender y tener nuevos insights sobre la evolución morfológica de todo un grupo como los gaviales o cocodrilos de rostro largo que hoy habita Asia.
“Ha sido fascinante poder estudiar fósiles tan completos y en tan buen estado de preservación. Se ha podido reevaluar el origen y la evolución de los gaviales, uno de los mayores enigmas en la evolución de los cocodrilos”, subraya.
Este cocodrilo de rostro largo tenía 26 dientes maxilares y 27 dientes mandibulares, órbitas redondas casi circulares, fenestras (fosas) supratemporales grandes y cuadrangulares, una apertura nasal más ancha que larga, los márgenes dorsales de las órbitas elevados y una expansión abrupta entre el rostro y el resto del cráneo.
“Hemos podido trazar la trayectoria evolutiva no solo de las especies de Sudamérica, sino de todo el grupo de gaviales que son los cocodrilos de rostro largo. Este nuevo fósil viene a ser como una estrella que ilumina a todos los demás”, asevera.
¿Un enigma resuelto?
Durante décadas, los científicos han debatido sobre la relación entre los gaviales vivientes, el gavial de India (Gavialis gangeticus) y el falso gavial de Malasia (Tomsitoma schlegelii), y sus parientes fósiles. Se desconocía si la forma del rostro –largo y delgado– en ambas especies era el resultado de su cercano parentesco o de historias evolutivas independientes.
Datos óseos y genéticos ofrecían escenarios contradictorios sobre su origen y evolución. Ante esas incongruencias, este nuevo estudio integró fósiles y su antigüedad junto a genes en un análisis de evidencia total con estadística bayesiana.
Y sucedió algo sorprendente. Los resultados revelaron que los gaviales vivientes se originan de un ancestro que vivió en el Eoceno temprano, hace 55 millones de años, mucho antes de lo que sugerían los datos genéticos.
También se demostró que otro grupo de cocodrilos de rostro largo que vivió en la era de los dinosaurios, los “toracosaurios”, no pertenecen al grupo de los gaviales, sino que evolucionaron de forma independiente. Esto resuelve una larga controversia sobre el origen del hocico alargado en estos reptiles y evidencia que la presencia de un rostro largo aparece múltiples veces a lo largo de la evolución de los cocodrilos.
“Es fascinante cómo una nueva especie tiene un impacto gigante en la historia de todo un grupo”, destaca Zamora-Vega.
Implicancias para la ciencia
Así, la investigación redefine el árbol evolutivo de los cocodrilianos de hocico largo, y muestra que la forma del hocico no es prueba de parentesco directo, sino de evolución convergente. También evidencia que incluir fósiles sudamericanos y caribeños es clave para entender la historia evolutiva de los gaviales.

“Los fósiles peruanos no solo revelan una nueva especie, sino que nos obligan a repensar cómo y cuándo evolucionaron los gaviales. Es un gran paso para la paleontología de cocodrilos”, refiere a la Agencia Andina.
El estudio descubre, en primer lugar, que el Piscogavialis laberintoensis “es la especie hermana de Piscogavialis jugaliperforatus, el primer cocodrilo de rostro largo que fue descrito en 1998 por una alemana”.
Y, en segundo lugar, remarca, ha permitido entender que “los gaviales sudamericanos y del Caribe son fundamentales para entender toda la historia del grupo de los cocodrilos de rostro largo”.
Sobre la investigadora
¿Pero quién es Camila Zamora-Vega?, la joven investigadora detrás de esta publicación en la
revista científica Biology Letters. Tiene 25 años; ha estudiado Biología en la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) y en 2023 hizo una maestría en Zoología, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).

Antes de descubrir que su pasión es la paleontología, apostaba por la bioinformática. Pero al llegar al Laboratorio de Paleontología y Evolución de Vertebrados de la UPCH y, con la mentoría del paleontólogo peruano Rodolfo Salas-Gismondi, todo cambió.
“Me apasiona el trabajo que hago y realmente es una suerte haber llegado al Laboratorio de Paleontología. Allí se trabaja con cocodrilos, delfines, lobos marinos y otros animales. Creo que lo más importante, más allá del grupo en el que uno decide especializarse, es el compromiso y la pasión con la que uno trabaja”, expresa.
Se le escucha con muchas ganas de profundizar en la paleontología y, sobre todo, en los cocodrilos fósiles. Asegura que su participación en la expedición a Ocucaje, donde se colectó parte de los fósiles de Piscogavialis laberintoensis, “fue una experiencia enriquecedora al 100 %”.

“Fue increíble poder ver fósiles de una especie marina cuyo rostro era extremadamente largo y delgado, participar en la colecta y en la preparación de las chaquetas de yeso para poder sacarlos y transportarlos a Lima”, narra con gran emoción.
A su corta edad ya ha participado en expediciones a Sacaco (Arequipa) y Ocucaje, en el Perú; y al desierto de la Tatacoa, en Colombia; entiende que la experiencia en campo es fundamental para su formación.
Visibilizar la paleontología
Está convencida en especializarse en el estudio de cocodrilos. “Aparte del descubrimiento de esta nueva especie para el Perú, que nos permite entender el ecosistema del pasado, podemos entender la evolución de los gaviales, un grupo que habitó y habita distintas partes del mundo; eso es impresionante”.
Con su trabajo está empeñada en “visibilizar más la importancia que tiene la paleontología en el Perú” y cuán importante es que “se protejan las áreas donde se encuentran los fósiles, y tener el apoyo y financiamiento de entidades peruanas como ProCiencia/Concytec”.
Hacer nuevos descubrimientos e investigaciones, agrega, no solo impactan en los científicos del Perú, sino también del mundo.
Los fósiles –que motivaron el artículo científico, resultado de la tesis de maestría de Camila Zamora-Vega– se encuentran depositados de manera permanente en el Museo de Historia Natural de San Marcos.
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(FIN) JOT