El trámite del segundo tiempo sería el mismo. Sin embargo, cuando el árbitro Facundo Tello se acercó al monitor del VAR, frente al asombro de propio y extraños, y decretó el penal a favor, la esperanza se hizo realidad.
Bernardo Cuesta, aquel argentino que ya está dentro de la historia del club como uno de los jugadores más determinantes que Arequipa haya visto, fue el encargado de reventar las gargantas de las más de 40 mil almas apostadas en la UNSA y reconfirmar su liderazgo en la tabla de goleadores de la copa.
Y allí no quedó la historia: Melgar, sin la ansiedad del marcador que, por momentos, ensuciaba la creatividad de sus volantes, pisó la pelota como solo ellos lo saben hacer a 2,335 metros sobre el nivel del mar.
Robo a mitad de la cancha, diagonal a la izquierda del ataque y, ¿quién más?, Bernardo Cuesta pica al arco que esperaba anidar aquel balón que salió disparado de su pierna derecha. Golazo.
Antes del final, como para no pecar de triunfalista, Cali recordó a los arequipeños que están frente a un histórico: rebote en el borde central del área grande y gol en contra. El miedo se apoderó de la UNSA, pero solo fue por unos segundos. El final del partido decretó la algarabía del cuadro dominó.
Y así, un equipo de provincia, un equipo humilde que no está en el mapa de los históricos del balompié nacional, le devuelve la alegría a una hinchada que aún sana la herida de una eliminación mundialista.
Un Melgar que, desde abajo, pone a la Ciudad Blanca en el centro del escenario futbolístico. Un equipo que nadie vio venir y que, de pronto, levanta la copa local y no solo saca la cara por el Perú, sino que demuestra, con hechos y goles, que “los pequeños” también pueden ser grandes. Que Perú no solo es Lima. Que Melgar, también es el Perú.