Por Cecilia Fernández SivoriAunque se ha cuajado profesionalmente con maestrías y doctorados en el exterior, Renzo ha vivenciado al país en diversos momentos durante sus 40 años de vida, no solo en lo educativo, sino también en lo personal y laboral. Tales experiencias, sin duda, son el cimiento desde el que alzó vuelo al exterior donde hoy es un respetado académico que lleva impregnado al Perú en su corazón.
De origen humilde, Renzo nació en Lima “de casualidad”. “Mis padres se refugiaron por diversas razones en la capital, eran los años álgidos del terrorismo. Eran muy jóvenes y nací producto de ese desplazamiento”, nos cuenta.
Pero luego la crisis económica y la falta de oportunidades en Lima hicieron lo suyo para que la joven familia regresara a Ayacucho a finales de la década de los años 80. Allí iniciaría sus estudios escolares hasta los 10 años.

Reto al destino
“En 1995 regresé a Lima. Vivíamos en Manchay, que es una zona altamente poblada por desplazados en su mayoría ayacuchanos”, recuerda.
La secundaria lo confrontaría con una Lima que de inmediato le hizo saborear lo difícil que sería la transición educativa del campo a la ciudad.
“Me costó al comienzo navegar, pero nunca fue para derrotarme ni sentirme avergonzado. Gracias a mis padres que siempre estuvieron acompañándome, haciéndome valorar y prevalecer de donde venimos, de un mundo quechuahablante con mucha riqueza cultural”, refiere orgulloso.
“Luego me sirvió, qué duda cabe, para formarme como académico indígena; lo que me permitió estudiar la historia de los pueblos andinos para escribir, reconocer y visibilizar a las comunidades, sus historias. Y es que no siempre son parte de la historia oficial del país”, reflexiona.
Renzo guarda entre sus recuerdos escolares la figura de su madre: “Siempre estaba detrás mío. Confió mucho en mi educación e invirtió en ella. En casa hubo buenas lecturas, siempre libros y periódicos que me permitieron conectarme con el español”.
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["De estudiar en un colegio sin electricidad a recibir una condecoración del Rey de España"]Los momentos de burlas y bullying por no hablar bien el español, por parte de sus compañeros, se hicieron cómo no presentes. “Sucedió un día que quise cantar un carnaval al estilo Pumpin y todos se rieron. Fui el extraño, el raro, el que no entraba en ese ambiente. Fue mi primer shock cultural”, señala.
Así abrazó el ajedrez y en ese espacio fue ganándose el respeto de sus compañeros en campeonatos en Lima y Callao. “Me valió para recuperar mi autoestima”, dice.
Ingresó luego a la Universidad Mayor de San Marcos, donde encontró la “legitimidad”,
“Para personas no privilegiadas y de zonas rurales obtener un grado universitario, ser bachiller, un doctorado es un compromiso con tu familia, tu comunidad y tu país”, nos explica.

El poder educativo
Licenciado en Historia por la Decana de América, confiesa que nunca se identificó con la disciplina. “Así me di cuenta que me apasionaba la historia reciente. Empecé a ir a clases de antropología y musicología”.
Luego integraría el equipo peruano de antropología forense desde el 2009 hasta el 2011, realizando investigaciones en Ayacucho de casos masivos de desapariciones y masacres. “Fue muy sensible y doloroso”, afirma.
Es allí cuando uno de sus mentores, Carlos Iván Degregori, le sugirió tomar distancia temática y geográfica. De ese modo consiguió una beca de la Fundación Ford para estudiantes de bajos recursos de comunidades indígenas para estudiar una maestría en México.

Eso le permitió salir del país con un nuevo objetivo. “Era la primera vez que viajaba fuera. Tenía que renunciar al trabajo y enfrentar la muerte de mi mentor. Me fui muy triste, ya que trabajé con él como su asistente por siete años”.
Ya en México comenzó a tomar nuevos contactos y logró ingresar como académico visitante en la Universidad de Riverside.
Así conocería a Zoila Mendoza, su mentora peruana, antropóloga y profesora en la Universidad de California, Davis, donde cursó un doctorado.
“Conocí a Zoila en la Universidad California, Riverside, cuando ella vino a dictar una conferencia sobre su trabajo, música y danza en Cusco. Ese encuentro llevó por otra dirección mi trayecto académico, fue una oportunidad impensada que la tomé. Luego, ella junto con su esposo, el historiador Charles Walker, serían mis mentores en la UC Davis”.
Ya en el 2020, Renzo se enfrenta a la pandemia en plena postulación para ser profesor en el Center for the Study of Ethnicity and Race de la Universidad de Columbia, encargo académico que duró tres años y que le permitió en ese mismo tiempo obtener su posdoctorado. “Fue una experiencia enorme, me permitió enseñar mis propios cursos”, refiere.
De vuelta en Lima impartió sus conocimkentos en la Pontificia Universidad Católica del Perú, hasta que hoy brilla en la Universidad de Nueva York. Sin embargo, sus sueños no se detienen.
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“He iniciado un nuevo proyecto sobre el rap en quechua”, cuenta. Aroni está lleno de proyectos académicos y así le pedimos una reflexión al niño que fue y qué le diría el Renzo de hoy.
“Pienso que aún tengo a un niño herido. Que he pasado por desafíos y limitaciones en el trayecto de la vida. Pero le digo que siempre siga el camino que le dice su corazón, a veces pensamos muy racionalmente y no escuchamos nuestros sentimientos”, concluye.
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(FIN) CFS/CFS
JRA
Publicado: 17/3/2025