Por José VadilloEl Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (Minjus) y la Fiscalía de la Nación, con el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja, entregaron 26 cuerpos en el centro poblado de Llacchua, en las alturas de Huanta, Ayacucho.
Se trata de personas desaparecidas entre 1984 y 1987.
1. Se demoró 35 años en volver a Llacchua. “Ahora estoy regresando para poder enterrar a mi padre y mi madre”, cuenta Dimicio Muñoz Limaquispe. Se fue de la comunidad cuando tenía solo cinco años y asesinaron a sus padres. Nunca más volvió.
Angélica Limaquispe –su madre– llevaba ocho meses de gestación cuando la asesinaron de un balazo en la pampa adyacente a su casa. Anacleto Muñoz, el padre, encontraría la muerte en otra zona de Llacchua.
“El Sendero es lo que nos ha hecho esto”, dice Dimicio cerrando los puños. A metros de la casa medio derruida donde nació, silba el viento; el frío es irrespetuoso; las nubes empujan una “lluvia de mujer” que intenta enjuagar sus palabras. Sí, las nubes a veces se tocan en Llacchua, comunidad altoandino del distrito de Chaca–Santillana, Huanta.
Durante estas décadas, Dimicio solo quiere saber quién mató a su familia. “Quería como sea encontrarlo”, cuenta. El único que lo ha acompañado en esta odisea para cerrar heridas es su suegro. Lo llama “papá”. Ahora es padre de dos niños que lo esperan en San Juan de Lurigancho, Lima.
2. En el centro de salud de Llacchua, el Equipo Forense Especializado (EFE) de Ayacucho ha depositado 27 cajas de panetones pintadas de respetuoso blanco. Cada una tiene un código que la identifica. Dentro van bolsas de papel con huesos, retazos de ropa, inclusive objetos. En dos de esas cajas, vuelven los restos de los padres de Dimicio.
El odontólogo forense Andrés Alvarado Benavides, jefe de EFE, explica que en todo el “evento” sumaron 31 personas desaparecidas, que fueron enterradas en el cementerio de Llacchua, pero los testigos ya son ancianos y no recuerdan dónde están enterrados sus familiares. Por eso el equipo de EFE solo trabajó sobre 26 restos y un NN. Son los que han traído para el proceso de restitución de cuerpos, cuando se llamará a los familiares de cada víctima y delante de ellos se pondrán los restos en un pequeño ataúd, para luego sellarlos.
“El evento” es el genérico en el que las autoridades agrupan los cuatro hechos sangrientos que enlutaron Llacchua entre 1984 y 1987.
El primero sucedió el 20 de agosto de 1984, y los responsables fueron miembros de las Fuerzas Armadas. Los demás asesinatos los cometieron miembros de SL.
El segundo ocurrió el 11 de noviembre de 1984 y hubo 14 víctimas; de ellas se han recuperado 12 cadáveres (ahí figuran los padres de Dimicio).
En el tercer (6 de enero de 1986) hubo dos “individuos” y en el cuarto (7 de setiembre de 1987), los senderistas se vistieron de militares y mataron a 14. Los forenses han identificado a 11 individuos.
Si sumamos a los Muñoz y los Limaquispe asesinados en Llacchua entre 1983 y 1987, Dimicio perdió 10 familiares.
3. A las cinco de la mañana del 11 de noviembre de 1984, Dimicio se había levantado para ayudar a su papá a alistar los animales. En ese momento “los senderos” aparecieron por los cerros, rodeando Llacchua.
Bajaron disparando. Tíos, primos, vecinos, caían muertos por aquí y allá. Disparaban al que hablaba, al que corría. ¿Cuál fue el pecado de la comunidad? “Mis padres han sido analfabetos, sin estudios, hombres de campo; les han querido obligar para que puedan pertenecer a Sendero Luminoso. Como no los han hecho caso, los han asesinado”, resume Dimicio.
En Llacchua se multiplicaron las viudas y huérfanos. Los cadáveres quedaron a la intemperie por dos días, mientras solicitaban apoyo a gente de otras comunidades para que los ayuden a enterrarlos en el cementerio. Los perros aprovecharon el desconcierto y se comieron los rostros de los cadáveres ensangrentados.
Como a Dimicio y su hermanito Zenobio, de 3 años, les prohibieron asistir al velatorio para que no vean esos rostros deshechos de sus padres, durante décadas pensaron que sus padres estaban vivos.
Aprendieron a ser huérfanos y vivir en el desarraigo. Primero fueron criados por su abuelita y un tío. Se mudaron a dos pueblos con ella, de los que huían porque llegaban los senderistas. Cuando ella murió, en 1989, llegaron a Lima y aprendieron a sobrevivir.
“Con mi hermanito Zenobio he vivido en la calle, he dormido en parques, he botado basura, he lavado platos, para comer. No tenemos estudios ni profesión, aquí estamos”. Zenobio no ha querido volver a Llacchua porque no quiere sufrir más. Ahora, Dimicio pide apoyo para los niños de Llacchua, apoyo psicológico para toda su comunidad, y también un local comunal.
“Después de 35 años, voy a recibir el cadáver de mis papás. A partir de hoy día, mi vida va a empezar de cero. Hasta hoy, mi corazón ha estado triste. Pero todos somos de carne y hueso. Todos sentimos el dolor, señor periodista”.
(FIN) DOP
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Publicado: 5/11/2018