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Hombres con nueva piel: cómo la terapia cambió la vida de agresores de mujeres

Trabajo conjunto entre Poder Judicial y MIMP permite que hombres salgan de espiral de violencia

Foto:ANDINA/Nathalie Sayago

Foto:ANDINA/Nathalie Sayago

04:00 | Lima, mar. 18.

Por Azucena Romaní

Ismael y Sebastián son dos hombres de edad madura que lograron salir a tiempo de la espiral de la violencia. La decisión de un juez los envió a una terapia que les ha permitido ver la vida de manera diferente, alejarse de las agresiones y acercarse a sus seres queridos con otra actitud.

La vida de estos hombres se había convertido en un solo de conflictos, pleitos, discusiones y la sensación de que la vida de familia ya no tenía sentido. Un buen día por decisión judicial llegaron hasta el Centro de Atención Institucional (CAI) que maneja el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables y lo que encontraron allí fue la salida al ambiente de frustración y dolor que reinaba en sus hogares.

Han pasado ya varios meses desde que ellos ingresaron a una terapia de recuperación que les hizo ver que existen otros medios para solucionar los problemas sin tener que llegar a la agresión. Sebastián cuenta que tuvo un serio problema con su esposa, la madre de sus dos hijos.

"Ella me acusó injustamente, solo porque yo le reclamaba que no atendía bien a mis niños. Yo trabajo desde las cinco de la mañana y vuelvo a mi casa recién a las siete de la noche. Entonces, veía que mis hijos nos recibían la atención que toda madre les debe dar. Las peleas, los insultos, los reclamos eran el pan de cada día. Ella, consiguió otra pareja y mal aconsejada me denunció", cuenta a la Agencia Andina.


Señala que decidió venir a este centro porque debía dar la cara ante lo que calificó de calumnia en su contra, porque jamás golpeó a su expareja.

Luego de la denuncia llegó otro conflicto "porque la madre de mis hijos pretendió que yo dejara el hogar para que su nueva pareja fuera a vivir allí con ella y con mis hijos". Ahora la casa está dividida en dos ambientes y de esa manera puede convivir con sus niños, cuidar mejor su alimentación y pasar los fines de semana con ellos sin ningún problema.

"Lo que he encontrado en el Centro me ha sorprendido gratamente. He logrado controlar mi temperamento y mantener una relación sana con la madre de mis hijos. Lo que he aprendido acá me sirve de mucho para tener una vida tranquila y sin más pleitos", comenta.

Me enfurecía...no sabía controlarme


Ismael, nombre ficticio de nuestro segundo entrevistado, cuenta que su vida cambió completamente, porque de ser un hombre iracundo, que se exaltaba con facilidad y se dejaba invadir por el enojo, pasó a controlar sus emociones, lo que no solo lo ayudó a mejorar las relaciones con su familia sino también en su entorno laboral.


"Al principio me resistí, me sentía incómodo pero luego de escuchar a los tres psicoterapeutas del Centro comencé a razonar, a identificar mis sentimientos, a darme cuenta de donde nacía el pensamiento negativo y como uno le va dando vueltas y se vuelve un ciclo que no puedes detener", comenta.

Ismael confiesa que apenas le daban un motivo que para él en ese momento era importante, se enfurecía y no sabía cómo controlarse. "Pero gracias a estas sesiones comprendí que la violencia no es solo contra la mujer sino también contra uno mismo y contra los hijos. Me vi reflejado en ellos, me  puse en sus zapatos para darme cuenta cómo ellos podrían afrontar un problema y eso me dolió muchísimo".

La terapia reeducativa le permite ahora enseñar a sus hijos cómo  controlar sus emociones. "Todo esto me ha servido muchísimo y yo creo que los CAI deben extenderse mucho más",  dice al señalar que ahora mantiene una excelente relación con su exesposa con quien ahora puede salir a tomar un café sin mayores problemas.
 

Para no tropezar con la misma piedra


Igor Valverde, psicoterapeuta del CAI, ubicado en el distrito de Breña, explica que en ese lugar los hombres encuentran el espacio necesario para repensar sus vidas, enfrentar las ideas machistas aprendidas desde siempre y reflexionar sobre lo que significa 'ser hombre'.


"Lo  importante es que ellos aprenden a cuestionar la forma cómo se desenvolvían en sus hogares. Hasta el CAI llegan hombres que han ejercido violencia leve, ya sea física o psicológica, pero también violencia económica, es decir hombres que no pasan la manutención de sus hijos o que chantajean a la mujer con el dinero", señala.

En el CAI se les brinda las herramientas necesarias para que logren un adecuado manejo de la ira, para que controlen sus impulsos y sepan resolver asertivamente los conflictos. "Es una terapia reeducativa que busca detener la violencia en los hogares y para eso a los participantes se les enseña técnicas para evitar cometer el mismo error".

Tres etapas


Aquel hombre que es enviado a un CAI por decisión judicial pasa por tres etapas. La primera es el ingreso. Allí se hace una evaluación psicológica para conocer su estado y, en casi de que alguno presente alguna psicopatología, se le comunica al juez sobre su estado de salud mental, a fin de que decida a qué lugar debe ser enviado.  Normalmente se le traslada a un centro de salud comunitaria.

Los que están aptos para recibir la terapia reeducativa pasan a la siguiente fase, donde un asistente social  deberá ir al hogar, hablar con la denunciante, gestionar el riesgo y decidir si ella puede quedarse en la casa o debe ser reinsertada a algún Centro de Emergencia Mujer  (CEM).

La siguiente etapa es la terapia propiamente dicha que consiste en 32 sesiones, al final de las cuales el hombre debe haber logrado ser capaz de asumir su responsabilidad en torno a la violencia que ejercía en su grupo familiar y además manejar las técnicas de resolución de conflictos de una manera pacífica.

"Finalizado este proceso, los especialistas del CAI harán una evaluación de la situación del participante yendo a la casa de la denunciante para saber si la relación ha mejorado o, por lo menos, si hay una distancia entre ambos y la violencia se ha detenido", explica Valverde.

El especialista recordó el caso de un varón que se resistía a cumplir la orden judicial de acudir a las terapias. No solo iba de mala gana sino que era hostil con los terapeutas. El cambio fue progresivo y allí se pudo conocer su terrible historia: había sido criado a golpes, bebía mucho y había tenido dos familias y a las dos las maltrató. Perdió sus vínculos familiares y ya no tenía a nadie.

Al final de su participación, dio su testimonio y lloró en varias oportunidades por lo que le tocó vivir. Logró rehacer su vida, "aunque ese no sea el objetivo de la terapia".

El año pasado, por decisión de un juez, formaron parte de estas terapias unos 900 varones y en el 2017 unos 600 hombres, todos los cuales estaban equivocados en el enfoque que daban a sus vidas.

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(FIN) ART/RRC

Publicado: 18/3/2019