A este lugar son trasladados los pacientes infectados con covid-19; pacientes críticos que por sumar algún otro factor de riesgo son más vulnerables, por lo que hay que estabilizarlos y evitar que su situación se complique, pues ello obligaría a trasladarlos a hospitales de mayor capacidad resolutiva; es decir, atienden numerosas especialidades médicas.
Esta emergencia sanitaria la ha devuelto al Centro de Atención y Aislamiento Temporal EsSalud Covid-19, ubicado en la Villa Panamericana, donde antes completó una primera etapa de trabajo exclusivo en su moderno centro médico, que ciertamente ofrece más comodidades que los hospitales de campaña a los que ella está habituada, pero que, en ambos, el objetivo tiene un denominador común: salvar vidas y rodear de los mejores cuidados a sus pacientes, como ella los llama.
Melith Schrader muestra temple de acero. Lo evidencia cuando cuenta que asume con mucha serenidad la atención de personas infectadas, aun sabiendo que podría contagiarse del virus. No duda un segundo cuando dice que está acostumbrada a enfrentarse a situaciones de riesgo.
"El Hospital Perú participa también, y muy activamente, en el Vraem y en casos de desastres naturales. En todos estos años hemos apoyado en muchas emergencias en Perú y fuera del territorio nacional", refiere.
"Claro, esta situación es distinta, nos enfrenta a un virus del que se conoce poco y eso produce temor, pero sobre todo por la posibilidad de contagiar a la familia una vez que nos toque descansar". Por ahora, los besos a su hija, a su yerno y a su nieto son virtuales, pero confía -me dice- en abrazarlos pronto cuando pase todo esto.
Un día de guardia
Aunque en el lenguaje hospitalario es común la expresión "un día de guardia", lo que le toca a este grupo de profesionales del que Melith forma parte se extiende a 150 horas de guardia dedicadas a los enfermos, a la recuperación fisiológica de sus cuerpos que han sufrido inflamación, falta de oxígeno, tos incesante y temperaturas elevadas, como signos más visibles de la enfermedad.
Pero también hay casos que se complican por la diabetes, la hipertensión arterial, los males coronarios y otras dolencias preexistentes.
"El organismo no es igual en todos, pero nuestra intervención sí. Los médicos prescriben medicinas y nosotros aportamos con el acondicionamiento del enfermo", señala.
Lo tiene claro, supongo que ese ha sido el abecé en todos estos años de labor, desde que se formó en el instituto Daniel Alcides Carrión, del Callao, del que egresan profesionales con una piel especial para el servicio y la solidaridad, como es en su caso.
Una piel que por ahora se cobija en los llamados equipos de bioseguridad para mantenerse aislada del virus y en los tamizajes moleculares que le practican cada siete días para asegurar su protección, objetivo central de la estrategia del Gobierno para cuidar a quienes nos cuidan.
Lo instintivo viene por cuenta propia. Melith comenta que, además de los conocimientos, la información que reciben y los protocolos generados para la enfermedad que deben seguir, hay que sumarles sentido común y precaución.
Ella se refiere a que, si no queremos ser víctimas de un enemigo que no es posible ver ni derrotar, hay que mantenerlo alejado, cambiando la forma como socializamos; ella cumple esta premisa y hasta ahora sigue operativa y con buena salud.
Moral en alto
Su residencia temporal es ahora la Villa Panamericana. Es también su centro de entrenamiento. Melith afirma que la competencia es contra un rival muy serio, al que sin embargo han aprendido a manejar.
"En los próximos días se habilitarán otras dos torres para dar mayor cobertura a los pacientes con covid-19 y seguro tendremos que redoblar nuestras energías para cuidarlos y atender los casos complicados en nuestra unidad de cuidados respiratorios, que es una unidad intermedia", explica, aunque precisa que también hay camas UCI para los casos que se compliquen.
Pronto empezará su turno. Claro es la hora del relevo, intuyo que iniciará entonces el ritual de colocarse el atuendo de protección; repasará mentalmente cada línea del protocolo de seguridad.
Recorrerá las habitaciones en las que revisará los reportes y las prescripciones del médico para cada caso, pero ella aplicará a todos por igual una inyección de esperanza. No es la vacuna, manifiesta, pero ayuda.
La gratificación del deber cumplido lo vive y recibe de muchas maneras. Cuenta el caso de una anciana, de 75 años, que, al despedirse de ellas, ya recuperada, les dijo: “Si no estuviera con esto les daría un abrazo; pero igual les mando uno lleno de luz y de energía positiva”. Esa es una paciente que no olvidamos y nos llena de emoción, sentencia.
Melith se queda en la primera línea de lucha contra la pandemia. Se queda con su don de servicio y el orgullo que afirma sentir por ayudar a tanta gente que sufre por la enfermedad. Pero se queda, sobre todo -y así lo reconoce-, porque tiene un compromiso con la vida.
Y es cierto, por ahora nada tiene mayor valor que eso.
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