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Día del Padre: la dura lucha entre ser papá y médico de primera línea [video]

Infectólogo Manuel Espinoza, del Instituto Nacional de Salud, atendió al primer caso de coronavirus

Foto: ANDINA/Difusión.

Foto: ANDINA/Difusión.

10:18 | Lima, jun. 21.

Por Karina Garay Rojas

A sus 58 años, Manuel Espinoza Silva es firme hasta en sus arrepentimientos y lo hace sin perder nunca la sonrisa. Si pudiera volver el tiempo atrás, afirma, cambiaría muchas cosas, dedicaría más tiempo a sus dos hijos y por lo menos acudiría a una de sus actuaciones por el Día del Padre que le prepararon en el colegio. Se ilusiona por unos segundos. Sabe que no es posible. Solo le queda confiar en el “amor infinito de los hijos".

“Mis hijos son maravillosos. He tenido varios tiempos muertos con ellos por dedicarme a mi profesión. Pero ellos comprenden. Me dicen 'te comprendemos', amas mucho tu carrera, tu profesión y aceptamos el sacrificio que has hecho y que hemos hecho para que puedas dedicarte a lo que te gusta”, comenta esperanzado. Lo aman y no hay necesidad de volver atrás. 

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Tal vez por eso derrocha tanta calma. Una característica tan suya que se ha trasmutado en el sello de su propia voz. Grave, pero serena. Con palabras y silencios en sosegada armonía. Una voz envolvente. Que acompaña. Casi entrenada para ser un atributo más en el ejercicio de su profesión. Tan anhelada, tan defendida, incluso ante su propio padre. 

“El día que ingresé a la Universidad Mayor de San Marcos mi casa era un velorio. Fui el puesto 13 de más de 200 ingresantes a medicina. Mi papá no me hablaba, mi casa estaba oscura, mi mamá me daba ánimo y me decía no pasa nada. Mientras en las casas de mis amigos todo era fiesta, en mi casa todo era tristeza”, recuerda. 

Don Máximo, su padre, era así: implacable en sus proyecciones. Había soñado una carrera brillante como ingeniero industrial para su hijo y todo debido a un ingrato recuerdo. Antes de convertirse en técnico de la Fuerza Aérea, postuló a la Escuela de Ingenieros de la UNI, pero no ingresó. Toda la vida lo persiguió la pregunta que no supo contestar. 

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Entonces, don Máximo planeó para su hijo -el único entre siete mujeres- vengar esa tragedia. Pero no ocurrió. Aunque estuvo a punto de lograrlo. 

El doctor Espinoza, por darle gusto a su papá, un año antes de postular a San Marcos ingresó a la carrera de ingeniería industrial en la Universidad Católica. Los números siempre fueron algo sencillo para él, pero llegó al segundo ciclo y confirmó que no era lo suyo. Su voz se escuchó en casa, pero de vuelta solo hubo silencio.  

No se intimidó. Se trataba de su mayor anhelo: convertirse en médico y lo supo desde que era niño. El asma que padeció desde temprana edad fue el motor y motivo para adentrarse en los laberintos del cuerpo humano. “Siempre hay un sueño de autocurarse”, comenta. 


Manuel Espinoza
El doctor Espinoza durante su primera comunión

Preparado contra todo


Todo cuanto pasó a lo largo de su formación académica le despierta únicamente una calmada sonrisa: las jornadas maratónicas de clases, las lucha por las notas, el bajo puntaje asignado para quienes se decantaban por los hospitales públicos, como él, “donde te iban a sacar el ancho, no te iban a dejar dormir, pero ibas a aprender todo”; los concursos por el residentado, la especialidad y muchas cosas más. Todo sufrido y disfrutado al mismo tiempo.

“Era muy difícil todo eso, pero lo compensábamos con buenos maestros que hacían de la práctica clínica todo un acto religioso”, la misma que él ha tratado de replicar a cuanto alumno ha formado en sus casi dos décadas como docente; siempre derrochando sencillez y escucha. Mucha escucha. 

Infectólogo reconocido, el doctor Espinoza es ahora uno de los expertos más consultados del Instituto Nacional de Salud (INS), donde trabaja desde hace 16 años, por su capacidad para diseccionar con palabras y gran detalle el modus operandi del coronavirus, el más reciente enemigo de la humanidad.

“Los infectólogos y epidemiólogos de mi generación nos hemos preparado más de 30 años para esto. Y sabemos que vendrá algo peor, una variante, un virus mutante. No sabemos cuándo va a ocurrir. La última vez que pasó algo parecido y de gran impacto ocurrió en 1918, cuando murieron entre 50 y 100 millones de personas, en una época en que no había aviones o trenes como ahora. Lo terrible era la letalidad. Los más fuertes también morían. Creo que esta es una gran oportunidad para que las cosas cambien en el mundo”.

Como lo hace siempre en sus apariciones públicas, subraya que, ante pandemias como la actual, el examen diagnóstico (la prueba molecular o rápida) es importante, pero no urgente. “La gente se  muere esperando la prueba, lo que deben pedir es atención médica inmediata”, recomienda.

Evoca nuevamente a sus maestros. Ellos lo entrenaron para mirar el cuadro clínico, los síntomas, aspectos determinantes para saber lo que le pasa al paciente. Y lo entrenaron para salir adelante teniendo todo en contra. Donde no había laboratorios, pruebas, agua, luz, ni colegas que le tendieran una mano. Solo sus conocimientos, como constató en su labor como médico de zonas rurales, donde “volteas y eres el único”. 

Manuel Espinoza
En la ceremonia de juramentación como médico cirujano en el CMP

Nuevamente en las calles 


Desde que egresó de la universidad, su energía y alta especialización en infecciones estuvieron invertidas siempre en dotar de conocimientos y alivio a quienes menos tienen. Su hoja de vida habla por sí sola. 

Fue director del Hospital de Apoyo Villa Rica y director de Epidemiología de la UTES Oxapampa, director de Epidemiología en la Dirección Regional de Salud de Pasco (1996) y médico asistente del Servicio de Enfermedades Infecciosas y Tropicales del Hospital Nacional Dos de Mayo (1997). 

Ya en su querido Instituto Nacional de Salud (INS) ha desempeñado diversos cargos: Jefe de la División de Virología (1999 – 2000), coordinador del equipo de enfermedades inmunoprevenibles (2005), director ejecutivo de la Oficina General de Investigación (2005), coordinador del equipo de enfermedades metaxénicas (2007), director ejecutivo de la Oficina Ejecutiva de Investigación (2009), director general de la Oficina General de Investigación y Transferencia Tecnológica (julio 2011 – enero 2012), coordinador de Programas Regionales de Investigación (2012), director general (e) del Centro Nacional de Salud Pública (2012).

También sido ha integrante del equipo técnico nacional de la Estrategia Sanitaria Nacional de Prevención y Control de Enfermedades Metaxénicas y otras transmitidas por vectores ( 2014), médico representante del INS ante el Comité de Expertos de la Estrategia Sanitaria Nacional de Prevención y Control de ITS, VIH/SIDA y Hepatitis (2014), coordinador Nacional para la Contención de Poliovirus (2015 -2016) y médico titular representante del INS ante la Comisión Sectorial de Enfermedades Raras y Huérfanas (2015) y durante el 2017 se desempeñó como director general del Centro Nacional de Salud Pública. 

En el Ministerio de Salud ha sido Alto Comisionado Sanitario para la Prevención y Control de Enfermedades Metaxénicas para las Regiones La Libertad, Lambayeque y San Martín.  

Un amor que nunca muere


Su trabajo ha sido indesmayable y no sabe de descansos. Con la llegada de la pandemia, ha dejado los laboratorios para nuevamente estar en las calles, donde brilla por sus conocimientos. Fue el responsable de atender el caso cero de coronavirus en el Perú, es decir el primer caso documentado de la infección en nuestra historia nacional. Pero la fama nunca lo marea. 

A los pocos días ya acompañaba a diversos grupos itinerantes del INS y el Minsa a realizar la toma de muestras, a la par de continuar con las visitas domiciliarias y ofrecer asistencia técnica en la organización de servicios para enfrentar el coronavirus y otras infecciones. Todo ello además de reuniones de trabajo que podían iniciarse a las 7 de la mañana y terminar a la medianoche. 

Hace dos semanas, está enfocado en la mejora de la salud ocupacional de la institución y fortalecer su sistema administrativo. Eso sin dejar sus visitas domiciliarias y absolver numerosas consultas por teléfono. Dedicado y sin límite de tiempo.    
 
Manuel Espinoza
Con larga trayectoria como médico infectólogo, nunca abandona a pacientes. Ahora a través del teléfono.

Toda una vida enamorado de la salud pública, tal vez la menos seductora especialización de la medicina. Casi imperceptible para la mayor parte de la población, pero de la que dependemos ahora todos para sobrevivir al nuevo virus. 

“La mayor parte de mi vida la he dedicado a la salud pública, que es algo así como un amor que nunca muere. Con la salud pública tú no ves a una sola persona, con ella puedes salvar miles de vidas si haces lo correcto. Pero, lamentablemente, te demanda muchas horas y nadie va a pagar por eso. Muchas veces la familia queda en un segundo plano. Es lo que me reprochan mi esposa y mis hijos”.

La mula Panchita


A excepción del tiempo que le robó a su familia, el doctor Espinoza no se arrepiente de nada: de trabajar en lugares alejadísimos, en zonas de emergencia, con tiroteos por todos lados; de esquivar derrumbes o choques de buses que iban a la Selva central. Cuenta que una vez pasó 11 huaicos -con rocas que volaban por mi cabeza- para llegar a una zona distante de Chanchamayo. Caminé 12 kilómetros para llegar a mi trabajo”

O cuando viajó largos días hasta el epicentro de una epidemia de fiebre amarilla, en Amazonas, donde lo demandaban por su gran especialización en el tema. “Había muchas muertes y la gente no sabía por qué. Lo recuerdo mucho porque para llegar viajé sobre una mula llamada Panchita. La recuerdo porque me botó al precipicio, pero felizmente tuve la precaución de amarrarme la soga al brazo y es así como me quedé colgado en un precipicio de unos 100 metros, más o menos. Logré subir y solo tuve que seguir caminado. Eso fue en el año 1995. Vi la muerte de cerca”. 

En esos lugares, rememora, uno ve cómo “la gente sufre para alimentarse, sostenerse y atenderse de enfermedades graves, muy cerca de la muerte, porque no hay un centro de salud adecuado cerca. Creo que gran parte de mi promoción, al menos de San Marcos, somos de ese tipo de hechura, sabemos quién es quién conforme uno va escogiendo la carrera. Nos preparaban para ir al Perú profundo, donde no había nada”. 

Con los años transcurridos y con un gran respeto por lo que hace su padre, ahora son sus hijos quienes lo asesoran en sus apariciones en medios de comunicación. Los mismos que, sin proponérselo, vengaron al abuelo. 

Entre sonrisas, el doctor Espinoza relata que él también tuvo un sueño para sus hijos: que fueran médicos como él.  Y, curiosamente -también como su padre- estuvo muy cerca de lograrlo. 

Manuel Espinoza
Robando el tiempo para estar junto a sus hijos. Aquí durante un paseo con la mascota de casa.

Su hijo ingresó a medicina y al tercer año le dijo que no le gustaba. “Me la devolvió”, suelta. Pero aún le quedaba la menor: “No te preocupes papito, yo sí voy a ser médico”. Todo iba bien hasta que llegó el segundo ciclo y también la abandonó. “Tal vez algún nieto mío sea médico”, se consuela. 

Apagaré el teléfono 


Este domingo del Día del Padre, el experto promete que hará algo inusual, que riñe con sus principios y hasta le duele.

“Ese día apagaré el teléfono, con mucho dolor (risas), para poder pasar un momento agradable. Ellos me soportan porque saben que es importante, pero reconozco que la pandemia sí ha cambiado algo en mí; parezco un telefonista. Una vez que contesto no puedo parar. Será por mi forma de ser. Si quieren que apoye en algo, nunca digo no. Me llaman incluso gente que ni conozco y les respondo, trato de ayudarlos. Porque es parte de la esencia del médico”.

Debido a la gran cantidad de llamadas que recibe, considera que es necesario implementar cuanto antes el sistema de teleconsultas de forma masiva, considerando que un tercio del personal médico del país ha decido no asistir a sus centros de trabajo. Con ello podría reducirse el pánico y mejorar la capacidad de respuesta de la población. No concibe tanto conocimiento en reposo.

“Me gustaría que se arme el sistema de teleconsulta para que el medico con sus buenas prácticas haga lo correcto con el paciente: saludarlo, luego, con una voz amable, acogerlo, para que puedan conversar y conocer la enfermedad que lo aqueja y ya después establecer un manejo de la infección, darle pautas de higiene. Al explicarle bien, ese médico no solo atiende a ese paciente, sino a toda una familia. Lo ayuda a que pierda el temor o le da consuelo si ya no hay nada que hacer”. 

Sobre sus propios pacientes, comenta que le agradecen siempre su atención para escucharlos, darles calma. Aquello que él mismo predica.  

“Eso les gusta y siempre con la sonrisa. Ellos buscan alguien que los aliente y eso nace de nuestros maestros que decían que el médico poca veces cura, a vece alivia, pero siempre, siempre debe consolar. Eso era lo que hacía justamente cuando manejaba numerosos casos de VIH Sida, cuando aún no había retrovirales. Para mis adentros decía, este es el último homenaje para alguien que ya se despide de este mundo: escucharlos, atenderlos y darles confort, porque se estaban despidiendo”. 

Unido a sus ancestros 


Para este Día del Padre, el doctor Espinoza solo pide salud para sus colegas y una mirada más atenta a la relación que tienen con sus hijos. Sabe que la vida pasa volando y no quisiera que alguien más sienta ganas de volver el tiempo atrás. 

Comenta que, sin duda, habrá muchos abrazos con sus hijos, acostumbrados toda una vida a una  rutina extrema de limpieza. No todos tienen un papá que trabaja con numerosos patógenos, al que se suma ahora el coronavirus. Él se reconoce como el mayor peligro para su familia y tanto es su cuidado que él mismo lava su ropa. Así ha sido siempre y le gusta, dice.  

Con suerte lo agasajarán con una causa y un arroz con pollo -sus preferidos- para luego, como en los viejos tiempos, ver una película en el sofá, agradeciendo el gran trabajo de su esposa durante sus infinitas ausencias. 


Manuel Espinoza
El doctor Espinoza junto a su madre, esposa e hija en una ceremonia familiar

“En esta celebración siempre les pido disculpas porque no he sido un buen padre, pero ellos sonríen y siguen adelante”.

Le pregunto por Don Máximo, quien nunca aceptó el destino elegido por su hijo. Tanto así que no fue a la ceremonia de su graduación en la universidad, ni a la de su maestría. Bajó la guardia solo cuando terminó el doctorado. “Recién allí me abrazó fuerte”. 

¿Alguna vez hubo tiempo para conversar qué fue lo que pasó entre ustedes?, insisto. “No. Nunca hubo esa oportunidad, porque faltando 12 días para que acabe mi carrera me casé y me fui de la casa. De eso ya casi 32 años. Nunca guardé un resentimiento. La vida no puedes desgastarla y estar resentido con las personas. Vivir lo mejor de ellas, nada más”, reflexiona.

Su padre falleció hace dos años, a la edad de 88, por un problema al corazón cuando acudía al entierro de su hermana.
 
Mientras Don Máximo fue un hombre muy trabajador, pero también fiestero y amiguero, dedicado por completo a viajar con la familia a la playa, a la Sierra, de grande almuerzos el domingo; el doctor Espinoza siempre fue más introvertido y dedicado a lo suyo: la salud pública y la atención de sus pacientes.   

“¿Qué recuerdos guardo de mi padre? Son muchos. Creo que uno de los más importantes es haberme inculcado desde muy pequeño la identidad hacia lo nuestro. El nació en Jauja. Cada año íbamos allí, me hacía conocer las danzas típicas, las costumbres, su comida y siempre me repetía: esta es tu identidad, estos son tus ancestros. Creo que es importante saber del padre dónde se nace, para luego saber a dónde ir. Cuál va a ser mi rol en esta tierra”.


Manuel Espinoza
Don Máximo derrochando alegría al tener en brazos a su único hijo que años más tarde se convertiría en médico

Y parece que Don Máximo sembró bien. A lo largo de su vida profesional, su hijo, su único hijo varón, solo ha tenido ojos para el Perú profundo, aquel del que se enorgullecía tanto en vida. Tal vez es allí donde ahora sí conversan. Sin palabras y sin tiempo. 

(FIN) KGR/RRC
JRA

Video: Día del padre: la dura lucha entre ser padre y ser médico de primera línea
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Publicado: 21/6/2020