Andina

Cruzar a pie el altiplano, la última frontera de los caminantes venezolanos

Foto: AFP.

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08:15 | Colchane, feb. 26.

El sol se posa en línea recta en una meseta sin sombra. Con la respiración entrecortada por los 3,700 metros de altura, Anyier intenta reponerse sentada a la orilla de la carretera: hace siete horas cruzó a pie hacia Chile proveniente de Bolivia, su quinta frontera desde que dejó Venezuela.

"Esto ha sido lo más difícil, horrible", lanza esta exempleada de la Siderúrgica Nacional (Sidetur), de 40 años, que el 25 de enero emprendió la travesía de más de 5,000 km junto a Reinaldo, un barbero de 26 años, y la hija de ella, Dany, de 14. 

Salieron desde Guatire, un suburbio de Caracas, con 350 dólares y una mochila con lo justo.

Como esta familia, muy quemada por el sol y con los labios partidos, avanzan por la vía cordillerana al desierto de Atacama –norte de Chile– jóvenes de ciudades venezolanas como Barinas, Maracaibo, Apure y Maturín. Todos sin excepción piden agua. Llevan días, meses o semanas de haber cruzado las fronteras de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

"Ni agua nos quieren dar", lamentaba Ramsés, un merideño que tiene como meta llegar donde un amigo en Rancagua –cerca de Santiago–, donde lo esperan para trabajar en un campo agrícola.

Anyier y su familia se detuvieron al borde de la ruta después de 25 kilómetros caminando sin que nadie les ofreciera ayuda, en una zona transitada sobre todo por camiones de carga y, últimamente, taxistas y gente que los extorsiona para llevarlos.

"Un taxista se paró a preguntarnos si teníamos papeles y cuando dijimos que éramos venezolanos se burló, y aceleró", contó a la AFP Anyier, dolida hasta las lágrimas.

Tras cruzar muy temprano por el costado del puesto fronterizo cerrado, "nos montamos en una camioneta para que nos trajera a Iquique o hasta Huara, nos dijeron que no, que no le iban a tender la mano a venezolanos", apunta Reinaldo, quien afirma que a migrantes bolivianos y cubanos sí los trasladaron.

Colchane-Huara


Unos creen que Santiago (a más de 2,000 km al sur de Colchane) está cerca de esa frontera altiplánica que bordea con el pueblo boliviano de Pisiga.

Ahí se enteran de que para llegar a la capital primero hay que ver cómo avanzar a Huara, una localidad 170 km más abajo por esta ruta sin gente a la vista y clima inclemente. Los pocos poblados no tienen luz eléctrica y hay poca agua.

"Muchos llegan con celulares. Digo yo, ¿cómo no revisan antes adónde van para que tampoco abuse de ellos la gente mala?", se pregunta Ana Moscoso, dueña de un almacén en Chusmiza. 

Son pueblitos tranquilos "y hemos tenido miedo porque algunos entran a las casas sin pedir permiso", señala Moscoso. 

En estas zonas hay caseríos donde el rechazo a los venezolanos creció en enero, como en Quebe, poblado de pastores aimaras de alpacas. Allí cerraron la entrada con un cartel que advierte: "Cuidado - Prohibido ingresar al pueblo - 3 pitbulls sueltos". 

"Aquí llegaron, amenazaron con matarme, con comerme porque los saqué de la casa de mi nieto", acusa Maximiliana Amaro, de 82 años, quien vive de sus animales y de sus siembras de quinoa, papa y maíz. 

Amaro está furiosa con el tránsito de venezolanos y se queja de que entran al poblado, se meten a las casas mientras pastorean las alpacas y piden las cosas con prepotencia. "Y en Colchane les dan de todo, comida; pero a nosotros no".

Los caminantes en estas partes se encaraman en la parte trasera de camionetas mineras o camiones para avanzar. Otros pagan hasta 100 dólares por persona para que los dejen en la ciudad portuaria de Iquique, pero al final los abandonan antes de Huara, a 78 km al noreste de Iquique.

En Huara ya están en el desierto, se les ve en las calles, duermen a la intemperie, y otros se amontonan en un galpón dispuesto por un poblador local. Habitantes, policías, militares todos viven la situación con asombro, cautela y muchos empatizan con un drama complejo. Nadie se siente a salvo, ninguno ve solución fácil, todos piden ayuda.

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(FIN) AFP/NJC/RES
GRM

Publicado: 26/2/2021