09:39 | Lima, ago. 15 (ANDINA).
José Vadillo/Enviado especial“La espera valió la pena”, comenta Eusebio Lévano, director de la institución educativa Nuestra Señora del Carmen. Con 44 años de historia, 25 profesores y 400 alumnos, se trata del colegio de educación secundaria emblemático, ubicado a la entrada del distrito de El Carmen, en Chincha.
El director nos muestra los nuevos ambientes de la escuela, que esperan se inaugure antes del 14 de setiembre, aniversario del centro educativo.
“¿Por qué no me hace unos colegios así en Lima?”, recuerda que le bromeó el Presidente de la República, Alan García, al ministro de Educación, José Antonio Chang, mientras inspeccionaban las nuevas obras.
Con Lévano y unos alumnos ingresamos a conocer esta infraestructura moderna, con 16 aulas, laboratorios de química, de internet (equipada con 18 computadoras Pentium IV, facilitadas por el ministro Chang, y una biblioteca.
Aquí se formarán los adolescentes que llegan de Villa Vieja, de la hacienda San José, de Guayabo, de San Reque...
El terremoto dejó resquebraja las aulas que los religiosos habían construido en 1985 para los jóvenes de El Carmen. También destruyó el cerco perimétrico que era de adobe. Las viviendas de la mayoría de los alumnos también fueron afectadas por el sismo, se cayeron o rajaron sus paredes hechas de adobe.
El Gobierno invirtió dos millones 897 mil 578 nuevos soles para su construcción, y resultó el mejor colegio en infraestructura de la zona. De estas aulas salieron futbolistas como Elías Rebatta Mosquera, Julio Rebatta Mosquera y Felix Puntriano.
“Ahora quisiéramos que el colegio, con su nueva infraestructura, se convierta en un polo de desarrollo tecnológico y cultural. El Carmen es un foco turístico, pero no se les da formación a los jóvenes”, dice Lévano.
Ahora los alumnos continúan recibiendo clases en algunas aulas prefabricadas dispuestas en un terreno aledaño y otras hechas de carpas. Los alumnos están estudiando en aulas prefabricadas y otros en “El Gambuj de Amador”, una peña del ayer, adyacente al colegio, cuyo dueño facilitó el espacio para que los alumnos no pierdan las clases.
El director cree que el colegio es una realidad porque a El Carmen le acompaña el poder de Dios gracias a su fe en la Virgen que dio el nombre al lugar.
Los padres y los alumnos al ver el nuevo centro también dicen que valió la pena la espera de ocho meses de estudiar en condiciones precarias. Ahora hay nueva infraestructura, centros de recreación en los 9,600 metros del colegio.
Ellos también dieron vida a las áreas verdes, en faenas para embellecer más ese templo del saber que es suyo.
Cuando tomen posición de los ambientes, las carpas, las aulas prefabricadas y el mobilario pasarán a otro colegio que necesitará también un tiempo para un mañana mejor.
II
A veces el dolor se vuelve tan fuerte que anestesia el cuerpo. Tal vez sea un mecanismo de protección del organismo para seguir vivo. Es lo que sintió por varios días Santos Pacheco Espino, un dolor tan fuerte en el alma que ya no sintió nada.
“Todos estábamos así”, recuerda. Todos buscaban familiares entre los escombros, tras ese 15 de agosto del año pasado, cuando fallecieron alrededor de 70 personas de la familia pisqueña Espino, la familia más golpeada por el terremoto de 7.0 grados.
Luego del sismo, una actividad era un dar y recibir pésames. Ahora, a doce meses del desastre, Santos tiene muchas invitaciones para misas de difuntos de tíos, sobrinos, primos, de la familia Espino, enterrados en el cementerio general de Pisco y en el de Villa.
“Todos han escogido distintos horarios para que todos asistamos a todas las misas.”
Él y su esposa también harán una misa por Leysi, la mayor de sus cuatro hijos. Tenía 20 años de edad, estudiaba Derecho y ese 15 de hace un año fue una de las 230 víctimas que fallecieron en la iglesia San Clemente, en la plaza de armas de Pisco.
El 16 de agosto, de madrugada, le hicieron la primera entrevista. Estaba con el rostro ensangrentado, con los ojos perdidos, sólo pensaba en Leysi. Luego vinieron muchas entrevistas, hasta que el viernes, a dos días del terremoto, encontraron finalmente el cuerpo de su hija.
Santos también estaba en la iglesia San Clemente, en otra banca. Era la misa de un mes de difunto del hermano de su mamá, y casi todos los Espino estaban en la iglesia.
Al primer movimiento del sismo recuerda que se fue la luz en la iglesia, y lo primero que hizo fue abrazar a su mamá, que la tenía al lado en la banca. Después siente como si una aguja le hubiera picado en la cabeza. No sintió el golpe. Y empieza a escuchar los gritos. Tiene protegidas a su esposa y a su mamá con él.
Cuando se despierta, Santos ve que su cabeza ha quedado milagrosamente en un ángulo a centímetros del techo. Todo está oscuro, pero no escucha nada alrededor. Con desesperación hace un forado en el techo. Siente el aire y trata de ayudar a su hermano Jesús. No se dan cuenta que tienen los cuerpos casi amarrados. Llega otro remezón de la tierra que los atrapa más. Tres horas más tarde, recién llegan unos sobrinos y los ayudan a salir.
Cuando sale, lo primero que piensa Santos es en su hija, y así herido, con la cabeza sangrante la busca por dos días entre los escombros. Pensó que ella estaría mejor porque estaba casi en la entrada de la iglesia.
Su primo hermano Willy Herrera Espino estuvo también en la iglesia. Estuvo vivo, con una viga atravesando su espalda, esperando solo entregar a su hijito, Jerson, a los rescatistas, y luego falleció.
El bebito también es otro rostro símbolo del terremoto. Murieron sus padres, hermanas y abuelos. Un señor del barrio de La Esperanza lo recogió, y a los dos días, los abuelos maternos del niño llegaron y hoy están viviendo en Ica.
Santos sigue al frente de su negocio en cinco esquinas, una zona a solo un puñado de cuadras de la plaza, donde se ubicaba la iglesia San Clemente.
Le duele a él y a sus familiares que no les hayan dado ni un saludo, al ser la familia más golpeada por el terremoto. También hubo muchos heridos: Santos, su esposa y su madre estuvieron internados en Lima. Ahora, están bien, me dice, han retomado sus actividades. Hay cosas de la reconstrucción que cuenta no han ido bien, sobre todo por la burocracia y su alcalde, pero confía que las cosas mejorarán. La vida, continúa.
III
Bastaron sólo tres de los 1,440 minutos de ese miércoles 15 de agosto de 2007 para que las historias de cerca de 600 hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos quedaran truncas. O así lo habría querido Dios.Ayer, a un día del primer año del terremoto, hubo visita masiva en el Cementerio General de Pisco.
En el lugar donde se ubicó la fosa común a la que llegaron los cuerpos de las víctimas del sismo, una madre joven limpia, esmeradamente y en silencio, una tumba de losetas rosadas. Le sonríe desde la tumba la foto de una niña de nueve años, su hija que el terremoto le arrebató.
Cuando la madre termina, tiene los ojos rojos, perdidos en sus pensamientos, mirando únicamente a la niña que no deja de sonreírle, como diciéndole no tengas pena, estoy bien, deja de llorar.
No es la única madre joven que perdió a una hija, esa pérdida para la cual aún no se ha inventado un nombre. Y en esta parte del Cementerio General pisqueño hay demasiados epitafios y fotos, que hablan de historias similares, que aún no entiende porqué ese día Dios se olvidó de ellos o qué.
Las tumbas están pegadas en hileras dentro del cuadrado de la antigua fosa común. Algunas son tumbas familiares, de abuelos y padres; hijos y nietos: esposos y solteros; hermanos y vecinos.
Hay familias que han contratado mujeres que las ayudan a orar el rosario al difunto; hay guitarristas, trompetistas, saxofonistas, cajoneros, que ofrecen sus servicios y cantan con voz grave aquella melodía que al fallecido tanto le gustaba.
En las tumbas hay todos los motivos, juguetes, poemas, imágenes del Chavo del Ocho, sobrenombres de las víctimas, flores y mucha congoja.
Mientras, los obreros avanzan a pasos rápidos los muros y las obras nuevas del cementerio.
Algunos deudos, vestidos de riguroso luto, intentan reír y se toman una cerveza diciendo salud a la foto de la tumba, pero al final la tristeza se materializa en lágrimas que brotan desde la esquina de sus ojos tristísimos.
Otros miran con desconfianza a los periodistas. “Mañana (hoy) habrá muchas filmadoras, cámaras, no se puede jugar con el dolor ajeno, señor”, dice. Tal vez tengan razón: el dolor es algo muy personal.
Toda la semana se han trasladado desde los pabellones vecinos 10 o 15 cuerpos por día, que estaban ocupando nichos prestados. Los deudos han hecho esfuerzos económicos para que el ser querido que se les fue en el sismo de 2007 esté el primer año de partida ya enterrado en el lugar donde descansará eternamente.
Unos los sepultarán acá, en el mismo cementerio, otros se los llevan a los camposantos del distrito de San Clemente o al de Villa, en Túpac Amaru Inca, donde también están enterradas las demás víctimas del sismo.
No solo vinieron ayer los familiares a visitar a sus muertos para evitar el tumulto que habrá hoy, sino que muchos tienen que visitar parientes en los tres cementerios. Y a todos hay que orar, llevarles flores y recordarlos en paz.
DOP
Publicado: 15/8/2008