La situación de la biodiversidad en el mundo es mala, pero en América Latina y el Caribe en particular es crítica al registrar un 94 % de pérdida de biodiversidad, de acuerdo al informe Planeta Vivo 2022, elaborado por la organización WWF (iniciales en inglés del Fondo Mundial para la Naturaleza).
“Es urgente revertir la
pérdida de biodiversidad y el declive y degradación de los ecosistemas. El Informe nos da información esencial para restablecer nuestra rota relación con el mundo natural y muestra lo apremiante que es integrar principios de justicia ambiental y social en el centro de los cambios. En el marco de la próxima conferencia de biodiversidad COP15 de la ONU, es prioritario
impulsar un plan global que, como el Acuerdo de París, tenga como meta revertir las pérdidas y mejorar la salud de las poblaciones silvestres y los ecosistemas”, destacó Luis Germán Naranjo, director de Conservación de WWF Colombia.
Sostuvo que América Latina y el Caribe han registrado el declive regional más alto con una disminución de 94 % en las poblaciones monitoreadas según la edición de 2022 del Informe Planeta Vivo que realizó la WWF. Esto, debido al impacto negativo que ha tenido la actividad humana sobre su población mundial, la cual ha generado la disminución de un aproximado de 69 % de mamíferos, reptiles, aves, peces y anfibios.
El estudio monitorea al rededor de 32,000 poblaciones de 5,230 especies del planeta y ofrece una mirada perspicaz sobre su evolución al día de hoy. El parámetro de medición que se utilizó fue el Índice Planeta Vivo (IPV), el cual se encarga de hacer un seguimiento de la abundancia de poblaciones de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios. De igual forma, el IPV nos muestra una fugaz ojeada de los cambios en los ecosistemas y alerta sobre su estado de salud, al mismo tiempo que nos permite observar medidas de éxito cuando se aplican políticas de conservación adecuadas.
Resultados
Las especies de poblaciones de agua dulce muestran un mayor descenso general en el ámbito mundial con un 83 %. Una de las poblaciones evaluadas del delfín rosado del Amazonas, ya que sufrió una disminución del 65 % debido al aumento de la pesca selectiva, así como a las presiones impuestas por el rápido crecimiento de la población humana. Sumado a que la abundancia mundial de 18 de las 31 especies de tiburones y rayas oceánicas se ha reducido un 71 % en los últimos cincuenta años.
La mitad de los corales del planeta se ha perdido y ello tiene un impacto negativo en cadena, pues albergan a un cuarto de todas las especies marinas y dan soporte a una compleja cadena trófica que incluye a los humanos.
Se ha identificado como principales factores los cambios de uso del suelo, la sobreexplotación de plantas y animales, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras. El Informe sostiene que la doble crisis ambiental se puede mitigar con el aumento de los esfuerzos de conservación y restauración, la producción y el consumo de alimentos de forma más sostenible, y la rápida y profunda descarbonización de todos los sectores.
Los 89 autores que participaron en la redacción del texto piden a los responsables políticos que transformen las economías para que los recursos naturales se valoren adecuadamente.
“El informe deja claro que los gobiernos, empresas, así como el público en general, deben cambiar los valores y normas que definen nuestra relación con la naturaleza porque éstos tienen un sesgo que conduce a la degradación, mediante prácticas destructivas que dañan los océanos, selvas y humedales del mundo. Urge un enfoque transformador que también tome en cuenta otros factores que contribuyen a la pérdida de la biodiversidad y que incluyen los financieros, como la especulación; los económicos, como centrarse en el crecimiento del PIB; los socioculturales, como los actuales patrones de producción y consumo; o aquellos relacionados con una gobernanza deficiente”, puntualizó Jordi Surkin, coordinador de Conservación de WWF en Latinoamérica.
América Latina, entre las zonas prioritarias del planeta
El informe subraya que las tendencias de abundancia de fauna silvestre varían según regiones, siendo las tropicales las que están sufriendo un mayor declive. Asimismo, las nuevas técnicas de análisis cartográfico sugieren que hay zonas que tienen una alta probabilidad de impacto en la vida silvestre por amenazas como la agricultura o la tala y por su alta riqueza en especies.
La deforestación en las zonas tropicales genera emisiones de carbono y conduce a climas locales más cálidos y secos, incrementando la cantidad de sequías y de incendios y, dependiendo de su magnitud, reduce las precipitaciones y modifica sus patrones globales. Ello es perjudicial para el clima, la seguridad alimentaria y los medios de subsistencia de millones de personas a nivel global. La contribución de los bosques a la seguridad alimentaria y nutrición exige una mayor atención en políticas forestales, pues su deterioro se traducirá en una reducción de la productividad agrícola.
En ese sentido, se identifican diez áreas de alta prioridad para la mitigación de riesgos, algunas de éstas en América Latina: la cuenca del Amazonas (que está constituida por todos los ríos que drenan al río Amazonas); el bosque Atlántico (ubicado en Brasil, Argentina y Paraguay); y el norte de los Andes hasta Panamá y Costa Rica. También se incluye en estas áreas prioritarias al Himalaya, el sudeste asiático, la costa oriental de Australia, el bosque seco de Madagascar, el Rift Albertino, las montañas del Arco Oriental en el este de África y los bosques guineanos del oeste de África.
El documento destaca la situación en la Amazonía, el bosque tropical más grande y con mayor diversidad biológica y cultural del mundo, cuya cuenca se encuentra degradada en un 17 %. Advierte que el 26 % de la Amazonía presenta un estado de perturbación avanzada, lo cual supone degradación de los bosques, incendios recurrentes y deforestación. Se trata de un nivel continuo de destrucción con repercusiones devastadoras en el ámbito local e implicaciones negativas para la estabilidad climática del planeta, pues almacena entre 150 y 200,000 millones de toneladas de carbono.
Por otro lado, puntualiza que el 27 % de la Amazonía corresponde a territorios indígenas y en ellos se encuentran las menores tasas de deforestación. Es el hogar de más de 500 grupos de pueblos originarios, incluyendo a 66 grupos en aislamiento voluntario y contacto inicial. De ahí que se acentúe la necesidad de visibilizar el liderazgo de pueblos originarios y comunidades locales, pues sus enfoques de conservación sitúan las relaciones de reciprocidad personas-espacios en el centro de las prácticas culturales y cuidado. Además incluye saberes científicos y ecológicos que se transmiten de generación en generación relevantes para evitar desastres naturales.
“Ser dueños de nuestro territorio nos permite seguir con nuestras actividades y ser protectores de los bosques. Deseamos que sigan surgiendo actividades productivas amigables con el ambiente para poder conservar y aprovechar las bondades de la naturaleza”, dijo Flor Delicia Ramos, Presidenta de la Asociación de Mujeres en la comunidad indígena Santo Corazón, ubicada en el área Natural de Manejo Integrado San Matías, una de las áreas protegidas más grandes de Bolivia.
El derecho a un medio ambiente sano
De particular relevancia en la edición 2022 del informe Planeta Vivo, se identifica el colapso climático, la pérdida de naturaleza, la contaminación y la pandemia de covid-19 como crisis de los derechos humanos.
En más de 80 países, donde se ha reconocido el derecho a un medio ambiente saludable, ha resultado en leyes y políticas ambientales más firmes, una mejor implementación y observancia, una mayor participación del público y, lo más importante de todo, un mejor rendimiento ambiental.
En ese sentido, el caso más relevante en América Latina es el de Costa Rica, nación que tras añadir el derecho a un medio ambiente saludable en su Constitución en 1994, se convirtió en un ejemplo ambiental. El 30 % de su superficie son parques naturales. El 99 % de su electricidad procede de fuentes renovables, incluyendo energía hidroeléctrica, solar, eólica y geotérmica. Las minas a cielo abierto y la explotación de gas y petróleo están prohibidas por ley, mientras que el impuesto sobre el carbono se usa para pagar a pueblos indígenas y agricultores para que restauren los bosques. En 1994, la deforestación había reducido los bosques hasta el 25 % de la superficie del país, pero hoy en día la reforestación ha llevado esa cifra a más del 50 %.
“Imaginar un futuro en el que puedan prosperar tanto las personas como la naturaleza debe incluir nuevos enfoques que integren la equidad, la justicia y los efectos del cambio climático. Significa escuchar las voces de todas las personas y centrarse en las poblaciones más vulnerables y desfavorecidas, así como hacer cumplir restricciones y normativas para proteger especies y espacios en peligro, regular a las industrias extractivas o exigir a empresas que cumplan las diligencias debidas en materia de derechos humanos y medio ambiente”, concluyó María José Villanueva, Directora de Conservación de WWF México.