01:00 | Straumnes, Noruega, mar. 19.
Es un objeto delicado y efímero. Una tabla de surf de hielo, que se derrite en el agua a medida que se desliza sobre las olas de invierno a los pies de las montañas escarpadas del archipiélago de Lofoten, "en la parte superior" de Noruega.
En este suntuoso y agreste paisaje al norte del círculo ártico, Inge Wegge, de 33 años, cineasta surfista y documentalista, tuvo esta idea original hace solo nueve meses, viendo a gente hacer "skateboard" en una rampa congelada. "Cuando empecé a hablar de esto, todos pensaron que era una broma, era demasiado loco", dice. "Luego tuvimos que ponernos a trabajar para hacerlo realidad".
¿Excentricidad de un surfista ingenioso o proyecto poético, tan bello como gratuito? En cualquier caso se trata de una historia de agua que vuelve al agua, un ciclo de vida, como el polvo bíblico. Y, más prosaicamente, un ejercicio de fabricación que requiere de gestos meticulosos y mucho esfuerzo.
Deliberadamente, Inge no quiso estudiar mucho el hielo, para aprender a hacer las cosas practicándolas, y experimentar. "Sabíamos que las tablas iban a ser muy pesadas, que se romperían fácilmente y que serían resbaladizas". Triple problema.
El excelente equipo de amigos alrededor del cineasta surfista desarrolló un modelo rectangular, que luego había que pulir en la playa, con instrumentos de escultor.
Un "momento perfecto"
Primero cortaron con motosierra un gran pedazo de hielo en un lago congelado. Pero este hielo, que no era lo suficientemente duro, ni lo suficientemente frío, y tenía mucho aire en el interior, no duró mucho. "En el agua, duró menos de diez minutos, nada en absoluto", explicó el joven delgado, de pelo rizado y mejillas infantiles.
Cambio de estrategia. Las tablas se fabricarían con un molde en una cámara frigorífica de pescado congelado, a -20 ºC, en Svolvaer. Un hielo fuerte como el acero, en cuya superficie colocaron hierbas y algas, para que los pies de los surfistas no patinaran demasiado.
Con un promedio de 70 kilos, en lugar de los tres o cuatro de una tabla estándar, son difíciles de mover en la playa. Y su esperanza de vida en agua salada es de unos treinta minutos.
"Tienes una tabla diferente cada dos minutos, es una cosa viva, no un material muerto que te transporta, es una locura", refiere Inge, que hizo probar sus tablas a cuatro surfistas.
Para este primer intento a fines de febrero solo se probaron seis tablas. En condiciones difíciles de ventisca, con nieve y aguanieve arañando violenta y horizontalmente. "Hay que cerrar los ojos, golpea en la cara".
En unas pocas semanas, Inge quiere fabricar muchas más tablas. "Unas veinte o treinta, que probaríamos en un solo día hasta que funcione", manifiesta.
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(FIN) AFP/MAE
GRM
Publicado: 19/3/2019