Un resultado que escapa del análisis lógico y racional, y más bien apunta al corazón. Una victoria que nos acerca a nuestro lado más patriótico: Perú ganó a Paraguay y aseguró su pase al repechaje, además de alimentar el inconmensurable amor de la hinchada peruana a los colores rojiblanco. Lágrimas de emoción, abrazos, cánticos y gritos sellaron un gran trabajo de este equipo humilde y valeroso llamado Perú.
Un equipo que salió dispuesto a demostrarle al continente que es la escuadra indicada para ocupar el quinto lugar en la tabla y hacerse con el medio cupo al Mundial.
Gianluca Lapadula, aquel jugador que aterrizó en paracaídas a la selección peruana y que, a fuerza de carisma, dedicación y goles (y algunos huesos rotos), se ganó el corazón de los peruanos quienes jamás olvidaremos este gol que nos acercaría al sueño de un segundo mundial consecutivo.
Un tanto que incluso pidió permiso a los palos para entrar, pero que al final las mallas del arco norte amortiguaron el primer grito de gol.
Luego del explosivo inicio de los dirigidos por Ricardo Gareca, las piernas peruanas pedían un descanso y aunque las ganas continuaban a flor de piel, las revoluciones bajaron notablemente en el accionar de ambos equipos.
Por su lado, Paraguay bajó las revoluciones y aunque sabiéndose disminuido por la ausencia de 5 de sus titulares, también pisó la pelota por momentos e incluso estrelló un remate en el horizontal.
Y a los 42 minutos, un poema. Toque y toque. Al costado, atrás, al frente, sombrero, pase, tijera y golazo. Yoshimar Yotún culminó una jugada que representa perfectamente la historia del fútbol peruano.
Aquella historia de poetas con el balón, de picardía de barrio, de pistas de cemento, de niños esperando un vaso de chicha morada con hielo, como premio luego de la pichanga. Aquellas décimas repartidas en toques, huachas, piruetas y goles.
Una gloriosa historia que se nos arrebató con tantos años lejos de un Mundial y que ahora el planeta espera con ansias volver a ver en la palestra deportiva global. Pedazo de gol.
Sufrir para ganar
Un segundo tiempo que empezó sin que Perú sienta la presión del resultado y con la necesidad paraguaya de acortar distancias. Esos primeros minutos frenéticos tuvieron en Advíncula a un jugador rápido en ataque y contundente en defensa.
Tuvo a un Cueva que sentía la necesidad de dejar su firma, pero que la defensa guaraní no lo dejó. Tuvo a un Peña que no se halló en la cancha repitiendo la tibia actuación que también desplegó frente a Uruguay y a un Tapia multiplicándose tan generosamente que conmovía su despliegue de destrucción en la media cancha.
Y así, la energía peruana se disipaba, pero el corazón afloraba en medio del cansancio. Nadie miraba los partidos de Colombia y Chile. No importaba. Perú ganaba por 2-0 y la hinchada se olvidó de calculadoras y las malas artes en la aritmética: los números por fin nos sonreían.
Llegó el final del partido y el abrazo se hizo un monumento en la cancha que coronaba el final de las eliminatorias. A un costado, Ricardo Gareca con un contrato que se extenderá, automáticamente, hasta el día que se juegue el repechaje.
Y en las gradas, la mejor hinchada del mundo seguía gritando, alentando y llorando de felicidad. Porque si hay un momento en que el patriotismo se desborda, si hay un momento en que el hincha peruano ve a la Bandera Nacional con gigantesco orgullo de ser peruano es cuando la Bicolor juega, gana y clasifica. ¡Arriba Perú!