Esta afable localidad de la región Pasco fue el punto final de una larga aventura iniciada en Europa en el siglo XIX, cuando un grupo de colonos austro-alemanes se embarcó hacia el Perú. Pisaron Pozuzo, primero, y llegaron hasta Oxapampa, un destino fascinante.
He recorrido casi diez horas desde que salí de Lima. Después de cruzar la congeladora de Ticlio, dejando atrás La Oroya, el verde infinito de la selva alta envuelve. Pasamos San Ramón y La Merced y un desvío al norte sube hasta llegar a los 1,814 metros, donde se asienta Oxapampa, mi destino en este viaje.
Oxapampa es la mayor provincia de Pasco, por lo que esta región ofrece más calor que frío. Es un dato interesante, pues para quien relaciona a Pasco con el frío implacable, le resultará novedoso comprobar la calidez oxapampina, del clima y de su gente. Un delicioso desayuno nos despabila y nos da un motivo más para adorar este periplo.
Mientras recorremos la plaza de Armas admirando la bella iglesia de Santa Rosa, construida íntegramente en madera, con una marcada influencia tirolesa, conocemos la historia de cómo se gestó este pueblo. Y la verdad es que el cansancio inicial que sentimos resulta risible. Precisamente, acá viene lo de la entereza humana, pues fue eso lo que hizo posible el surgimiento de este pueblo. Una verdadera odisea.
Oxapampa es hija de esa hazaña que tuvo su origen en una legislación dada en la época del gobierno del mariscal Ramón Castilla, que promovía la colonización de estas zonas por gente venida desde la lejanísima Europa. La colonización se dio a partir de 1855, cuando, tras dos años de penoso traslado, cruzando los Andes, llegaron los primeros colonos austro-alemanes a la zona de Pozuzo.
Imagino a los antiguos colonos enfrentándose a la brutal selva tropical; la entereza humana, las ilusiones, la esperanza, un todo que aniquiló la palabra ‘imposible’. De los iniciales 300 que arribaron al puerto de Huacho, en Lima, alcanzaron la zona de Pozuzo 170 colonos. Fue ese grupo el que sentó las bases de lo que es hoy esta comunidad.
Desde Pozuzo, los Egg, Vogt, Müller, Köel, Hassinger, Heidinger, Ruffner y más, se trasladaron a otras zonas, llegando a Oxapampa hacia 1891 y asentándose en este hermoso valle bañado por el río Huancabamba. Hoy, sus vistosas casonas, sus tradiciones y cadenciosos bailes, como la parishpolka, el hanton o la kreushpolka, le dan a Oxapampa ese toque europeo.
A la llegada de los colonos, el lugar era habitado por la etnia yanesha, dueña de estas tierras desde tiempos inmemoriales, que los adoptaron, propiciando una mixtura que pervive en armonía y genera una riqueza cultural de singulares características.
Cuevas y cascadas
Camino a Chontabamba, la oscuridad envuelve. La boca de Tunqui Cueva invita a entrar a un sombrío reino de piso resbaloso, morada de lechuzas, murciélagos y alguna vez refugio del emblemático gallito de las rocas, de allí su nombre. Al fondo, el sol se las ingenia para colarse entre las sombras, aprovecha un boquete y propicia que las siluetas invadan el recinto. La imaginación vuela, como también lo hacen las horas.
Chontabamba es un rinconcito encantador, con un templo edificado en madera al más puro estilo europeo.
El tiempo no perdona, regresamos a Oxapampa y con la tarde casi sobre nosotros, el mirador La Florida ofrece una espléndida vista del valle. Dejamos que el sol se acomode y nos permita obtener las mejores fotografías.
Ahora enrumbamos hacia el sur, al caserío La Cañera, donde una vez estuvo el campamento de los obreros que hicieron posible la carretera.
Respiro el delicioso olor de la naturaleza. Uno que otro ganado distraído se pasea cerca de las plantaciones de granadillas. La imagen es parte de una simpática caminata que llega hasta un puente, el que descubre el esplendor de la catarata El Tigre. Un grupo es tentado a darse un chapuzón. Prefiero contemplar y fotografiar. Y así, en ese inspirador proceso, descubro que las sombras de la tarde van acurrucando a la selva. La noche toca la puerta.
Con todo lo experimentado, mi percepción de Pasco es más cálida que antes. A lo lejos, una melodía suena. Una parishpolka rompe el silencio. Hay fiesta en alguna casona. Es hora de descansar.
Pasco: a todo Selva