Andina

Lima, la ciudad de ficción de Vargas Llosa (crónica)

¿Cómo se ven y quiénes recorren los escenarios limeños de las obras más famosas del Nobel peruano?

Cruce avenidas Wilson y Garcilaso de la Vega, en el Centro de Lima. ANDINA

Cruce avenidas Wilson y Garcilaso de la Vega, en el Centro de Lima. ANDINA

12:44 | Lima, jul. 25.

José Vadillo Vila

Desde la puerta de Tottus, Santiago mira la avenida Tacna, un llamador se acerca, ¿habla, chino, vas?, un pasajero más y nos vamos directo a San Juan de Lurigancho. Con su tarjeta de débito, compra en el Tambo –ahí donde sus abuelos le dijeron que quedaba el “Mario” y era el point de los limeños– una oferta de empanada con juguito en caja.Lee los octágonos, se acuerda de Ana y eso de mantenerse light, le da sentimiento de culpa y solo pide una botella de agua sin gas, por favor. En el semáforo de Wilson no hay canillitas, pero sí canallas que aceleran con la luz en ámbar. Santiago se sube la casaca, Senamhi ha pronosticado que el fin de semana el cielo continuará cubierto como toldo de circo en Fiestas Patrias; habrá viento moderado y llovizna. Y los 15 grados centígrados parecen congelado en esta refrigeradora que es Lima.
Frente al antiguo hotel Crillón se le acercan los jaladores preguntando, flaco, quieres imprimir boletas, facturas, guías de remisión, salen para la tarde. La gente sale cabizbaja y rabiosa del local amarillo. “El Perú jodido”, piensa Zavalita. 


En la plaza San Martín, el edificio Giacoletti es un ángel bello de rostro quemado. Giacoletti le recuerda a Brunelli. Escuchó que Aldo Brunelli fue un italiano viejo, profesor de historia del arte, al que le fascinaba la arquitectura de la ciudad y dicen que ahorraba su dinero solo para comprar los balcones coloniales abandonados, que se los lleva a su particular “cementerio de balcones”. De los arcos llega al bar Zela y ahí encuentra a su pata Norwin, chequeando sus redes sociales en su smartphone mientras manosea un chilcano. Se abrazan, cholo, ¿cómo estás? Cuando ya es tarde, Zavalita pide un taxi Uber hasta el parque Kennedy, de ahí caminará a su casa por la calle Porta. 

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Cada mañana, La Retaquita –nadie la llama Julieta Leguizamón, en una ciudad acostumbrada a los “chaplines”– otea el mundo desde Cinco Esquinas, del cruce de los jirones Wari, Junín y Miró Quesada. Apurada nomás, no vaya a ser que le arranchen el celular desde un mototaxi o se bajan dos al vuelo desde un taxi y la cogoteen, como le sucedió a su jefe, el director de Destapes, Rolando Garro, a quien acuchillaron muy cerca de aquí, en “un garito de timberos”, como escribió Vargas Llosa, aunque queda a una cuadra del cuartel Barbones, donde sacan brillo a sus galas los del regimiento de Dragones Mariscal Nieto. Y los vecinos son mil oficios para sobrevivir; algunos se buscan la vida en el emporio Gamarra, que está a unas cuadras y ahora tiene el rostro más ordenado. La Retaquita sabe que el mundo es inseguro en este famoso cruce de Barrios Altos, que, siendo más justos, mejor si se llamaran Barrios Bravos. Dicen que aquí nació la mejor música criolla, que pulsaba la guitarra el zurdo de Felipe Pinglo Alva, que vivía aquicito nomás. Y aquí al único criollo por sus cuatro costados que conoce es el vecino Alberto “Chiquito” Rodríguez, viejo cantor. El sonido de Cinco Esquinas hoy es timba, salsa y algo de cumbia. La Retaquita y medio vecindario voltean a ver a la escolar que lee un libro que qué dirá. Se llama como el barrio, Cinco Esquinas, y promete historias más laberínticas que las que guardan las quintas de esta zona.


Otra zona brava de la ciudad es la avenida La Paz, que de pacífica solo tiene el nombre. En realidad ya no es Lima, sino La Perla, el Callao. En el colegio militar Leoncio Prado las órdenes siguen siendo castrense, se cumplen sin dudas ni murmuraciones, aunque ahora sí se lee sin temores La ciudad y los perros (¡cuántos colegios militares en el mundo tienen novela universal, cuántos!) y algún próximo Poeta, como Alberto Fernández, debe también leer a Rimbaud en el secretismo de su camarote, para rebelarse contra el monocronismo de la vida de cuartel y volar con la imaginación.

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Choto, Chingolo y Mañuco enrumban al club Terrazas de Miraflores para jugar un partido de fútbol. Cuéllar se disculpa, pero tenía que estudiar. Alrededor hay ofertas de departamentos a la venta, nuevas construcciones. Otro día se van a Diagonal, frente al parque Kennedy, siguen ahí incólumes la Tiendecita Blanca, el Haití. Ahí siguen vendiendo los milshakes y la gente ya no dice hamburgers –ya no hay necesidad, porque hasta Dios es peruano, se dice hamburguesas y hay para todos los gustos y sabores y ya no es exclusiva de Miraflores, sino una democracia del sabor: los food trucks este verano se han apoderado de todo el litoral, desde las playas de “eisha” a las de la “Costa Azul” de Ventanilla.


El tráfico, como dicen en una radioemisora, nunca deja de ser intenso en Miraflores, ahora no solo por los autos, cousters y buses, sino también por los scooters eléctricos, que dejan por todos lados, como si fuera el cuarto de un niño travieso. También hay tráfico, pero de parejas, en el malecón, desde que el alcalde Alberto Andrade inauguró una escultura de Víctor Delfín y todos empezaron a llegar ahí para declararse amores eternos. Y si quiere ir al Centro de Lima basta que tome un bus del Corredor Azul, que se paga recarga con tarjeta, si no, puede ir hasta Ricardo Palma para tomar el Metropolitano, las líneas A o C, si quiere llegar con calma al Centro, aunque un poco apretado, como sardina en hora punta. Y justo lo dejarán en el jirón de la Unión, ahí donde Abraham Valdelomar decía que empezaba el Perú. Y la imaginación, siempre será un ejercicio de libertad. (JVV)

Publicado: 25/7/2019