El albergue Inspira, en Surco, un hogar temporal donde llegan menores que padecen de cáncer, parálisis cerebral, síndrome de Down y quemaduras, ha dado cobijo a más de 900 familias de provincias. La iniciativa ha llevado a que su fundador sea prefinalista del concurso mundial CNN Héroes.
1.- En una precuela de esta historia, Yorfer no podía caminar. Resulta difícil creer que hablemos del mismo niño que ahora maneja a toda velocidad el triciclo por los ambientes de la casa albergue Inspira, que se sube al sillón para interrogarnos con curiosidad, que remonta los dormitorios en busca de sus juguetes. Yorfer ha mejorado gracias a las terapias. Ya camina. Ya salta.
“Me he tomado a pecho que me sienta como en mi casa”. La señora Ingrid tiene 29 años y dos hijas. Si dejó Sullana, Piura, hace unos meses es por Daleska, la mayor de ellas: tiene 8 años y parálisis cerebral infantil. La van a operar de la cadera el próximo mes en el
Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja (INSN-SB). Valeria, la menor, tiene 5 y está en el colegio. Le permiten que permanezca con ellas acá. Eso es un alivio para mamá.
La señora Gumercinda es quechuahablante. Vino desde el Cusco por el tratamiento de su hija adolescente, pero también la acompaña su hija menor.
“La primera niña que llegó al albergue iba a suspender su tratamiento porque la mamá recibía noticias que la tenían muy preocupada por su otra hija. Y decidimos que la traiga. ‘¿Qué es un plato más?’, nos dijimos, y nos dimos cuenta de que la niña sana quería jugar y la mamá se sentía más tranquila porque tenía a sus dos hijas”, cuenta el médico Ricardo Pun Chong, fundador de Inspira.
El albergue nació con la finalidad de que los niños de provincias tengan cobijo, comida y no suspendan sus tratamientos.
“El problema no es que no haya medicamentos o médicos porque los cubre el SIS, sino el pasaje para venir acá o que la primera etapa para la leucemia –el cáncer más frecuente en niños– dure seis meses, si tienen suerte, y reciban tres o cuatro quimioterapias por semana. El tema es tener acá a tu hijito, enfermo, vomitando, con fiebres interdiarias, ver cómo se le cae el cabello. No es un panorama tan bonito. Las mamás suspenden el tratamiento, se regresan y el niño muere”. Algunas “quimios” pueden durar 12 horas.
2.- Subimos a los dormitorios. Hay una niña echada. Ella reposa sola en uno de los camarotes. El médico le canta “Contigo, Perú” y Daleska sonríe y emite un sonido gutural. Es su forma de demostrar alegría. A ella le gusta mucho pasear, cuenta su mamá. Pun Chong dice que la niña se carcajea de lo lindo cuando la llevan a un centro comercial, por ejemplo.
Ingrid se turna con las otras mamás, tías, abuelas que han llegado, como ella, con sus hijos en delicado estado de salud desde provincias y no tienen familia en Lima, donde está la gran oferta de salud.
Se turnan para cocinar y mantener limpios los ambientes de la casa. Algunas no pueden porque prácticamente viven en el INSN-SB o el Instituto de Enfermedades Neoplásicas (INEN), al que llegan con la esperanza de que sus hijos, sobrinos, nietos vuelvan a ser niños, niñas y adolescentes sanos. Que corran y pregunten. Como Yorfer.
3.- En esta casa no hay un televisor. Ni en la sala ni el comedor. El único aparato está en la sala donde trabaja la coordinadora. “Podríamos poner un televisor para que los niños ‘no molesten’, pero la intención es que sean niños. Que jueguen, salten, se enamoren, peleen, se amisten. Que sean creativos”, explica Pun Chong.
A la entrada hay un letrero que dice en chino “Doctor Vida” y los diversos reconocimientos que ha recibido el albergue (Rotary Club, Minsa, el Somos Grau, la Medalla Cívica de Surco).
Desde junio del 2011, cuando recibió al primer niño, hasta la fecha, las camas de Inspira han sido ocupadas más de 48,000 veces; se sirvieron más de 250,000 raciones de comida saludable. Hasta hoy, son 918 las familias provenientes de provincias, sobre todo de la Sierra y la Selva, que se han beneficiado con el albergue mientras sus hijos se someten a largos tratamientos.
“Somos el puente entre la gente que necesita apoyo y la que quiere darlo”, resume Pun Chong, el médico de 46 años que ha buscado distintas formas para financiar la casa albergue. Con los voluntarios ha vendido platos de chanfainita en el Parque de la Amistad o ha ofrecido un muñequito de aserrín y semillas, al que llaman “Doctor Vida”. Se dieron cuenta de que regando al muñeco le crecía césped como cabello y era una metáfora ideal para la lucha de estos niños con cáncer.
“Lo hago para evitar que ellas se expongan; que hagan cosas para poder mantenerse. Soy el empleado de ellas, pero no gano un sueldo, gano más que eso… Dar es bacán”, dice Pun Chong, quien desde que se inició la casa Inspira, en el 2011, pasa la Navidad con los niños, con sus madres. Y vengo acá a diario o paso porque [la casa hospedaje] es mi hijito”, dice.
4.- Las sonrisas no son permanentes. Es un albergue de tránsito. Hay que estar preparados para las peores noticias. Son niños vulnerables. En el 2014, por ejemplo, murieron 14.
La psicóloga Ana Carina los visita cada cierto tiempo también para darles estabilidad a los voluntarios. “Es muy duro. Quizá yo, por mi formación de médico, puedo soportar mejor la noticia, pero el mensaje para nuestros voluntarios es que han tenido la gran oportunidad de hacer algo por alguien que no conocen”.
“Esta experiencia es maravillosa, exitosa, genera un impacto. Aquí podemos hacer algo para ayudar a estas mujeres con sus niños”, dice Lauren, una artista estadounidense que le da color al mobiliario; también dará una mano con la web de la institución. Y permanecerá poco más de una semana apoyando en las labores. Como ella, varias voluntarias extranjeras se suman al proyecto y colaboran cuando visitan Lima.
5.- Pun Chong es miraflorino. Estudió en el María Reina. Y fue acólito hasta los 21 años. Luego se fue a Guadalajara, México, para estudiar Medicina y perteneció a la primera brigada de trasplantes de Jalisco. No se le quitó la costumbre de ir todos los días a misa “para hablar con mi pata, Dios”, pero no cree que orando se encuentre la respuesta. “Siento que acá, en la casa hogar, hago más religión que golpeándome el pecho. Acá hago lo que Dios pide: apoyar y darle de comer al necesitado, al enfermo”.
El médico dice que la casa Inspira funciona porque los voluntarios son gente de buen corazón. No hay un perfil de ellos. Son señoras que donan su tiempo o profesionales. Forman una red donde hay de todo.
Pun Chong sabe que ha llegado a un punto en el que su ONG hace las cosas bien porque hay gente que confía mucho en su labor. El sueño quiere crecer, dar más cobijo a niños. Y el municipio de Surco le donó un terreno de 680 metros cuadrados. Un arquitecto le hizo los planos gratis; otro especialista vio la calidad de los suelos.
El sueño es dejar de alquilar una casa y hacer “un albergue de verdad”.
Datos
3 años es el tiempo máximo que ha estado un niño en la casa albergue.
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(FIN) JVV/DOP