Lo primero que salta a la vista en su taller es una guitarra herida y yaciente sobre una vetusta mesa que hace las veces de quirófano. Es una escena habitual, una rutina para el hombre que vive entre maderos, cuerdas y trastes.
En su servicio de emergencia, abierto las 24 horas todos los días, Juan Oswaldo Gonzales Romero, de 77 años y creyente acérrimo de Dios, incluso ha resucitado desahuciadas guitarras. Sus manos tienen un don, que el considera divino, para arreglarlas, fabricarlas y tocarlas cantando cual juglar de la selva.
Usuario de Pensión 65, Juan se acompaña con estos instrumentos. Cuando los cura recuerda los años mozos en los que como trovador iba por Iquitos de fiesta en fiesta con su grupo musical. Sus compañeros eran mayores que él, pero lo respetaban bastante porque, además de su agradable trato, era demasiado hábil con las notas musicales.
Juan dice que su taller, ubicado dentro de su casa, en calle Porvenir 180, en la zona de Secada Vigneta, en el distrito de San Juan Bautista, provincia de Maynas, región Loreto, está siempre listo para devolver a la vida a curvilíneas guitarras, afectadas por el paso del tiempo o inoportunos golpes. Sabe bien que, como en su caso, una guitarra puede ser la mejor compañía en los momentos de soledad y nostalgia. Por eso se esfuerza y nunca se da por vencido. Su meta es que suenen mejor que antes.
Con cierta desazón, Juan refiere que ninguno de sus ocho hijos ni su única hija, y que tampoco sus “ocho o nueve nietos”, heredaron su habilidad y gusto por fabricar y reparar guitarras. Eso sí, algunos de sus hijos las tocan. “Soy ebanista, constructor de instrumentos musicales”, se promociona Juan. Por más calificación rimbombante que él le acuñe a su oficio, lo cierto es que se trata del más experimentado luthier de Iquitos.
Una mandolina se asoma tímida, apoyada en una de las paredes de su taller, muy parecida a la que usó la primera vez que tocó un instrumento musical, a los 17 años. Con sus compañeros del grupo musical se volvió experto en hacer trinar a las guitarras hasta que a los 38 años comenzó a fabricarlas y repararlas. “Aprendí solo. Dios me ha dado este talento”, asegura Juan.
“La mayoría de mis amigos ya partieron. Gracias a Dios, todavía sigo acá, con mis guitarras”, señala, acariciando el cuerpo de una de sus fieles amigas de madera.
Compañía en la soledad
Hace 30 años Juan se separó de su mujer “por esos problemas de la vida que nunca faltan”. Pero él prefiere no mirar atrás para recordar los pasivos de la existencia y sí para enfocarse en la persona que dio todo por él: su madre. “Yo nací en una chacra, todo verde. Mi madre fue asistida por una partera. Fui el segundo de tres hijos, pero mis dos hermanos murieron tempranamente. Yo crecí sin tener con quien jugar, por eso mis padres, especialmente mi madre, representan tanto para mí. Ahora que lo pienso bien, los momentos más felices son cuando le doy gracias a Dios con una guitarra, y el día más triste de mi vida fue cuando perdí a mamá”, reflexiona Juan.
“Cuando una guitarra vuelve a sonar me alegra porque las cuerdas vibran según las notas que uno aprieta, y me alegra más porque así puedo acompañar mi canto de alabanza a Dios. No creo que pueda vivir sin guitarras”, dice el ebanista antes de interpretar una canción.
Hace 40 años Juan dejó las fiestas y las serenatas a guapas señoritas para dedicarse a honrar al Creador. “Pertenezco a una congregación evangélica. Lo que me hace más feliz es rendirle culto al Señor. Cuando uno se porta bien con Dios, Él te cuida de todo peligro”, asegura el doctor de las guitarras.
“Hay que vivir con amor. En todo hogar donde hay pleitos, el amor está muy lejos. Dios obra donde hay amor, paz, amistad y mansedumbre. Y a los jóvenes les digo: respeten a sus padres y no sean pleitistas”, recomienda.
Dice también que con mucho gusto enseñaría a los jóvenes a arreglar guitarras, pero se ha dado cuenta tristemente de que ellos no quieren, “ni mis hijos”. “Sé que llegará el momento en que ya no pueda fabricar ni reparar guitarras. Ese día perderé algo muy importante de mi vida, pero los tiempos son de Dios”, finaliza Juan.