Por Susana MendozaLima reunirá entre el 22 y el 25 de noviembre a mujeres de todo el continente durante el 13º Encuentro Feminista Latinoamericano. Ocurrirá 31 años después y esta nota es un homenaje a ellas, en especial a Helen Orvig, quien reafirmó su identidad en el Perú.
Su voz maternal y su hablar pausado se conservan intactos hasta hoy, tanto como su convicción de que es inteligente ser feminista en estos tiempos. “No se agota, siempre hay que ser vigilante de esta sociedad que crea formas de discriminación y opresión”, asegura Helen Orvig, noruega Made in Perú que llegó a nuestro país por amor, y se quedó en él por esa misma razón.
A Helen la conocí en los 80 cuando participábamos en reuniones feministas. No recuerdo momento ni fecha exacta. Lo que retuvo mi memoria fue una frase que pronunció durante una conversación que tuvimos en el Centro de Documentación de la Mujer que ella dirigió.
“Cuando aprendí quechua entendí la cultura peruana, su lado andino”. Me sorprendió que esa mujer alta, de manos grandes y mirada azul compartiera su sensibilidad con una mocosa impetuosa. Me encantó. Desde ese día tomé conciencia de su labor.
Periodista
Ella fue una de las primeras mujeres que escribió en un diario de circulación nacional artículos de opinión sobre la condición de la mujer peruana. Los domingos, cada 15 días, aparecían escritos como La revolución de la mujer; La mujer y su liberación y El trabajo y la mujer: un reto para la revolución, entre otros, desde donde compartió sus reflexiones acerca de la situación del segundo sexo en nuestro país. El diario Expreso fue el que le abrió sus puertas en 1970.
Pero Helen llegó al Perú en 1955 luego de tomar la decisión de dejar su país, su familia, su historia y hasta su idioma, para vivir al lado del hombre que eligió como pareja y padre de sus hijos: Augusto Salazar Bondy, periodista, educador y filósofo peruano que murió tempranamente a causa de una enfermedad. A él lo conoció en París, en una reunión de estudiantes noruegos que se organizó en la Ciudad Luz.
Esos momentos de encuentro con Augusto los recuerda con nostalgia. Sin embargo, su memoria se estremece un poco cuando habla de sus primeros años en nuestro país. Tenía 26 años cuando pisó nuestras tierras, una hija en brazos y toda la ilusión del mundo por compartir sus afectos con el amor de su vida.
No fue sencillo. “Fueron años duros, sentía que no existía y viví momentos de depresión muy fuertes. Pero había algo en mí que me empujaba a buscar razones para entender qué era lo que me pasaba”, recuerda. Helen tenía formación intelectual, había sido becaria de Francia, pero sobre todo poseía una gran sensibilidad.
“Escribir para mí fue una liberación, me permitió analizar y descubrir ideas, experiencias y conocimientos que me ayudaron a entender la situación de opresión que vivía, pero que también compartía con otras mujeres comunes y corrientes del Perú”.
La liberación
Durante los apachurrantes años 50, Helen no encontró en Matilde Pérez Palacio ni en Irene Silva de Santolalla –que fueron congresistas entre 1956 y 1963– un referente para inspirar su autonomía.
“Yo asociaba el ser feminista con esas mujeres que para mí tenían una imagen conservadora. No me identifiqué con ellas, sino con el feminismo porque para mí fue una corriente de liberación. Entendí que yo y otras mujeres éramos víctimas de una sociedad que nos condenaba a ser personas de segundo orden”, confiesa.
Los textos que publicó Helen Orvig en el diario Expreso generaron gran expectativa en la sociedad. Eran los años del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, tiempos en los que se generaron importantes cambios y movimientos sociales entre ellos, el convocado por las mujeres feministas.
Y como la historia de uno es la historia de las decisiones que adopta y también del azar, Helen sobrevivió la muerte de su pareja con la elección de quedarse definitivamente en el Perú luego de volver a Noruega y descubrir que ya no era el lugar donde ella quería vivir el resto de su vida. Orvig había tomado la más importante decisión.
Amante de la literatura
Esta mujer, amante de la literatura y de pensamiento audaz, echa raíces en el país de todas las sangres por convicción. En la década de los 80, ya madura y con certezas, asume la dirección del Centro de Documentación de la Mujer, una propuesta informativa y de comunicación que rescató la presencia de las peruanas a lo largo de la historia.
Desde ese lugar de irradiación del conocimiento lograron una colección de documentos que dan cuenta de hechos y sucesos protagonizados por mujeres. Publicaron revistas y libros, como el dedicado a la primera feminista del Perú, María Jesús Alvarado, y crearon una red de centros de documentación especializados.
Hoy, a los 85 años, confiesa tener muchos recuerdos, muchas vivencias. “Para mí ser feminista significa aceptarme y tener fe en mí misma”, enfatiza.
(FIN) SMS/RRC
Publicado: 21/11/2014