Por José VadilloEn la lucha contra el covid-19, las enfermeras son parte fundamental de la primera línea. Aquí tres historias de profesionales que descubrieron tempranamente su vocación de servicio.
1.- Sube y baja los cerros de Lima a pie o en mototaxi. Cumpliendo con su labor, la licenciada Elizabeth Castillo ha sido víctima de asaltos, porque los rateros no saben de civismo y no respetan ni a los de la primera línea. Desde entonces, por precaución, cuando le toca “actividades extramurales” ya no porta teléfono celular y va con las monedas contadas. “Las enfermeras somos unas guerreras. Nos vamos a la punta del cerro llevando una buena protección a las personas”.
Para esta batalla cotidiana contra el feroz covid-19, la licenciada va aperchada con su traje de bioseguridad, mascarillas y careta. Carga su caja transportadora de “biológicos” (las vacunas); otra caja hermética para desechar los punzocortantes; una bolsa para los residuos biológicos y otra con los insumos indispensables (algodón, alcohol gel, bolsitas, guantes).
Desde hace año y seis meses –inicio de la pandemia–, trabaja en la Diris Lima Este. De sus 10 años como enfermera, el mayor tiempo ha trabajado en los programas de lucha contra la anemia e inmunizaciones para niños menores de cinco años, en el Ministerio de Salud.
Entonces llegó lo del covid-19, paralizando todas las actividades y Elizabeth, como la mayoría del personal de salud, pasó a apoyar en todo lo que implicaba la emergencia sanitaria, a la primera línea.
Cuenta que al inicio de la pandemia tenía tanto miedo de contagiar a los suyos (vive con una persona hipertensa y con un niño), que hasta diciembre no se sacaba la mascarilla ni dentro de la casa.
Ha tenido colegas y familiares que han muerto víctimas del coronavirus y en su día a día también debe lidiar con los antivacunas. “Como enfermeras, que es nuestra vocación, tenemos que educar a la población, dándole a conocer el porqué, el para qué, los beneficios de la vacunación. Y, al final, la persona se siente segura. Lo que queremos es que la gente se acerque y que todo el mundo esté vacunado para así erradicar el virus”, cuenta la enfermera, soltera y de 38 años.
Como parte de sus actividades, la licenciada ha realizado pruebas rápidas, pruebas moleculares; ha participado del vacunatón, en la operación Tayta. Y una vez a la semana, junto a un médico, conforma una brigada que recorre casa por casa El Agustino y Santa Anita para inmunizar a pacientes postrados, a todos los “que por alguna condición no se puedan movilizar”, explica.
Su vocación por la enfermería nació temprano. Desde niña, le llamó la atención servir al otro; ayudar a familiares, a amigos. “Y la enfermería es vocación de servicio hacia los demás”, dice mientras parte a bordo del mototaxi, sorteando baches.
2.- Con el pinchazo, la niña da el grito de Tarzán, “ya, mi amor”, dice la licenciada Giuliana Aliaga, mientras explica a la mamá que bastará un panadol si aparece el dolor, mientras apunta en la cartilla de vacunación la fecha para la siguiente vacuna y la niña se va calmando. Como un mantra, a todos los padres les recuerda que los primeros cinco años son fundamentales para el futuro de su hijo.
Giuliana Aliaga suma 10 años de servicio en el centro de salud Universal, en el distrito de Santa Anita, donde es la coordinadora del área de Epidemiología. Lleva 12 de enfermera, y cuando terminó de estudiar quería trabajar en la parte hospitalaria. Pensaba que ahí estaba la adrenalina.
Pero encontró otro enfoque de la enfermería, cuando hizo su Serums (Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud) en una microrred de salud de Huinco, en la provincia de Huarochirí, y empezó a visitar los poblados haciendo labor preventiva. “Se caminaba duro, pero ahí encontré la emoción. Esa adrenalina es la que me llamó la atención”.
Desde entonces, trabaja en la parte preventiva. “Y qué mejor que viendo la vacunación y a los niños, que son el futuro”. Si decidió volver a Lima fue por su familia y también para desarrollarse como profesional. Es mamá y para predicar con el ejemplo, ella misma vacunó a su hijita.
Cuando comenzó la pandemia, la vacunación de los niños continuó, previa cita telefónica. Recuerda que hacer el control Cred (Control de Crecimiento y Desarrollo) es no solo evaluar el desarrollo psicomotor, sino también la parte física del menor. Por ello, su gran orgullo es haber detectado a tiempo, gracias a la observación, a niños con displasia de cadera, a bebés con hipotonía, con hidrocefalia, síndrome de Down o autistas, entre otros casos. Casos que han sido derivados a los hospitales.
Giuliana tiene 37 años, es magíster en Salud Pública y también sufrió el covid-19. Considera indispensable la educación y actualización permanente de los profesionales de la salud. “Lo que yo estudié en el diplomado en Cred, en cuatro años ha cambiado mucho; y en el caso de las vacunas, cambian de farmacéutica a farmacéutica; y también sus reacciones. Por eso siempre es importante estar actualizados siempre”, comenta.
3.- “Son unos ángeles”. “Son heroínas”. O, simplemente, “gracias”. Son palabras que estimulan a las enfermeras en su sacrificio diario.
A las 4 de la mañana, la licenciada Ita Ramos ya está despierta. Deja los alimentos para sus dos hijas, de 2 y 7 años. Y como encargada de las brigadas del ‘vacunacar’ de la Universidad Agraria La Molina, a las 6:30 de la mañana está recibiendo el material biológico que deja la movilidad de la Diris.
“Son sacrificios, pero vale la pena. Vemos cuánta gente ha muerto por esta pandemia. El placer es cuando venimos a vacunar y la población te hace sentir bien”, cuenta.
Para su equipo la felicidad es cuando vienen muchas personas a vacunarse, que funcione la información sobre la campaña de inmunización. Ver a una persona irse agradecida y contenta de recibir la vacuna, es lo mejor, dice. Les hacen olvidar los otros días, cuando faltan personas por vacunar, como consecuencia, por ejemplo, de las noticias falsas. Eso genera frustración a las integrantes de las cinco brigadas que se forman desde primera hora, siguiendo la programación de la Diris.
En febrero, Ita Ramos ha estado en distintos puntos de vacunación. Y desde hace cuatro meses, se encarga del “vacunacar” de La Molina. Cuenta que el filtrado de la información es muy importante para los centros de vacunación, porque hay personas que quieren recibir solo la vacuna Pfizer y tratan de sorprender, aprovechando las aglomeraciones, cuando el sistema no funciona. Ya los conocen: los más gritones son los que quieren hacerse los vivos.
Quince de sus 40 años, la licenciada Ramos lo ha dedicado a la práctica de su profesión. Primero trabajó en la Diris Lima Este, pero pidió su cambio porque quería estar más en contacto con los pacientes y, desde entonces, trabaja en el centro de salud de Musa, en La Molina, donde es responsable del área de inmunizaciones de niños. Cuenta que el trabajo en equipo es lo más importante.
“La salud pública es la parte preventiva y promocional. Ahí nos enfocamos más en contacto con la comunidad. Eso me apasiona”. Antes soñaba con especializarse en emergencias y desastres. Fue determinante su Serums en el distrito de Parinari, en Loreto, a 24 horas en lancha por el río Marañón. Allá aprendió el valor de estar en contacto con la comunidad. “Me cambió el chip”, recuerda la licenciada ancashina de 40 años, que también tuvo covid de forma asintomática. Ella llegó a Lima para ser paramédico y luego postuló a Enfermería, que terminó en el tercio superior.
Son las 7 de la noche, ella recién puede pensar en volver a casa, después de cerrar el punto de vacunación y entregar a la monitora de la Diris las actas donde se contabilizan las jeringas, los frascos que se han empleado durante la jornada. Mañana a volver. La lucha contra el covid-19 no tiene descanso.
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(FIN) DOP/RRC
Publicado: 30/8/2021