Entrevista: César ChamanEn 'Huaraca', su segundo libro de cuentos, Luis Francisco Palomino (Lima, 1991) ensaya una mirada distinta sobre el Perú urbano y periférico: menos desencantada que en sus primeros relatos, más atenta a la ternura que sobrevive en medio de la precariedad. El autor propone un “realismo tierno”, una forma de narrar la dureza social sin renunciar a la dignidad ni a la dimensión simbólica de sus personajes.
En esta entrevista, el autor reflexiona sobre los vasos comunicantes entre lo íntimo y lo colectivo, entre los mitos andinos y la narrativa contemporánea, el diálogo entre periodismo y literatura y los desafíos de publicar en un mercado editorial pequeño y atravesado por la lógica de las redes sociales. “En el Perú todavía guardamos la capacidad de asombro –sostiene–, pero la sensibilidad es escasa”.
Afirmas que “cada libro nace de la sensación de haber dejado asuntos por resolver en el libro anterior”. ¿Qué inquietudes –literarias o personales– te impulsaron a escribir los cuentos de ‘Huaraca’?
– Ya había escrito algunos cuentos de 'Huaraca' (2025) cuando publiqué 'Nadie nos extrañará' (2019), incluso había firmado contrato con una editorial. Pero un percance con mi visado –vivo en España– me impedía volver a Lima para presentar el libro. Ese tiempo naufragando como Odiseo lejos de Ítaca fue un regalo de la oficina de Extranjería. Me previno contra mí mismo.
Releyendo 'Nadie nos extrañará' me di cuenta de cierta visión pesimista de los barrios de Lima. ¿Era eso lo que realmente quería mostrar? Me fijé más en los anhelos, por ejemplo, en las casas inacabadas de los conos, con sus columnas expuestas, proyectos que no llegaron a concretarse: un símbolo del Perú y sus promesas incumplidas. La ilusión a ladrillo pelado.
En lo personal, supongo que no quería desarraigarme del todo. En Madrid, durante la germinación de 'Huaraca', oía El Polen, huainos, rock peruano. 'Sarita Colonia' de Los Mojarras me impulsaba mucho. También me propuse un cambio estilístico, cada cuento tiene su manera de narrarse.
En oposición al ‘realismo sucio’, crees en un ‘realismo tierno’, una manera de mirar literariamente la dureza del día a día sin renunciar a la pureza de los personajes. ¿Cómo trabajas ese equilibrio? ¿Cómo descubres que lo tierno “también vende”?
– Hace años escribí en alguna parte que mi madre curaba nuestras gripes con té caliente y limón. Un amigo sabio –Eduardo Adrianzén– me dijo que ahí había algo interesante. Con el tiempo entendí que se refería al valor que damos a las soluciones dentro de la precariedad, a esa suerte de fe que trasciende lo científico: no te llevo al doctor ni te doy un Panadol sino una infusión, lo que tengo a la mano para sanar.
En el cuento “Serpentinas”, una madre le quita la fiebre a su hijo pasándole un huevo. Creo que los personajes de Huaraca son tiernos por ese tipo de ingenuidad. Esa misma ingenuidad también eleva a los personajes, los mitifica. Ya no los miramos desde arriba sino de rodillas. Para quitarle el susto a un bebé, no ejercen de madres o doctores sino como chamanes o hechiceras, conocedores de un poder ancestral. Son capaces de transformar el tiempo profano en un tiempo sagrado, eso es mágico.
Por otro lado, no creo haber “descubierto” que lo tierno vende. No fue ese el motivo de mi cambio de mirada de un libro a otro, sino una auténtica metamorfosis. De todos modos, lo tierno nos conmueve, sensibiliza mucho al peruano o al latinoamericano. Pienso en el caso de Pol Deportes.

Temas como la discriminación y el desencanto, pero también la fortaleza interior, están presentes en tus relatos. Además, en algunos de tus textos el lector puede aproximarse a símbolos y mitos: Evangelina Chamorro emergiendo de un huaico podría ser Mama Ocllo saliendo del Titicaca con Manco Cápac para fundar un imperio. ¿Cómo vas tejiendo este vínculo entre lo íntimo y lo colectivo?
– En el relato inicial, 'Apertura', me interesaba explorar la tierra y la piedra como símbolos. Pensé en unos versos de Westphalen –«concebir pensamientos de piedra que se echen al agua y formen ondas, que se arrojen al vidrio y lo destrocen»–, pensé en las piedras del Cusco que según las leyendas fueron transformadas en soldados por el dios Viracocha, en las piedras en las protestas, en el arma más noble desde la historia bíblica de David y en la piedra como la palabra que vuela por los aires y hiere en el bullying que atraviesa a la protagonista.
En ese relato también juego con la dualidad de la cosmovisión andina, la utopía de que existieron dos Cuscos, una idea que desarrolla Alberto Flores Galindo en 'Buscando un inca', y que se refleja en el espejo en donde Cynthia Huarac descubre su poder a través de un viaje al pasado.
En Madrid participé en el taller de poesía de Roberto Cáceres, el Tajo. Allí aprendí a rastrear lo mitológico. Desde entonces me gusta trabajar la intertextualidad, que es una manera de vincular lo íntimo con lo colectivo.
En 'Subte', una madre taxista roba a sus pasajeros borrachos de madrugada para comprarle a su hija adolescente una entrada para el concierto de su grupo favorito, los Jonas Brothers. Esta mujer funciona como una especie de Caronte que patrulla los ríos del inframundo o los infiernos de Lima, los 'clubes' de prostitución y las ciénagas que pueden ser las Panamericanas para una mujer en la noche, y cobra su moneda por transportarlos asqueada. Ese peligro constante es el sacrificio que asume por ver feliz a su hija, una exageración de lo que pueden llegar a hacer los padres con tal de cumplir las expectativas de sus hijos creadas por maquinarias globales de publicidad y consumo.
Si la literatura fuera un emprendimiento pyme, estarías al filo del cierre, puesto que en el Perú la mayoría de pequeñas empresas ‘muere’ alrededor del quinto año. ¿Cómo ha sido tu experiencia de publicar en el Perú, un mercado editorial pequeño y muchas veces incierto?
– 'Huaraca' es mi segundo libro de cuentos. He podido publicar con editoriales que admiro: Animal de Invierno y Penguin Random House. Por suerte no soy una pyme y siento que mi carrera se reactiva cada vez que me ilusiono con un nuevo reto literario. El mercado editorial es pequeño en todo el mundo y quizá hasta sea un alivio saber que en el Perú te puedes considerar exitoso si vendes un tiraje de mil ejemplares. Vivir de las regalías es otra ficción. Como sea, no persigo cifras sino palabras.

Viniendo del periodismo, aceptas la validez de la frase de Capote sobre la pronta convergencia entre periodismo y literatura. ¿Cómo dialogan hoy estas dos experiencias en tu escritura y en tu vida?
– Investigo sobre los temas que me interesan y trato de encontrar mi “pepa”. El periodista de la pirámide invertida se pregunta qué, quién, dónde y cuándo, los cuatro elementos básicos de cualquier relato: personaje, acción, escenario, tiempo.
La literatura te da el espacio de imaginar o inventar cómo y por qué, satisface esa necesidad más profunda de comprender o explicar la “realidad”. El escritor con alma de periodista modela como ceramista la vorágine informativa y crea un discurso complementario a las corrientes políticas tradicionales que reducen el debate a una dicotomía. El periodismo es racional, lógico, conclusivo. La objetividad es un horizonte de referencia cuando escribo. Me interesa escarbar como un perro en lo contradictorio: soy más de grises.
¿Qué se necesita para impresionar literariamente a un lector que sobrevive en un país y en una realidad donde ya nada sorprende?
– En el Perú todavía guardamos la capacidad de asombro, pero la sensibilidad es escasa. Ha aumentado la tecnocracia literaria, producto de los posgrados de escritura. En esa línea, la técnica desplaza lo espiritual: la ternura arguediana, el pesimismo ribeyriano, la feroz ironía de Blanca Varela, la imaginación estelar de Eielson o la locura de Martín Adán, Moro u Oquendo de Amat. Es fácil imitar el tono de Vargas Llosa, pero no nacen dos César Vallejo en el mismo siglo.
El peruano debería conocer mejor su tesoro: la tradición poética. Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza conjugaron lo mítico y lo histórico con lo urbano, conceptos vitales para contar una buena historia del Perú.
En mis relatos pretendo esbozar a ciertos héroes o antihéroes contemporáneos. Por ejemplo, choferes que enfrentan a extorsionadores. Desde su timón representan al peruano de a pie que sale adelante a trompicones.
Conectar el pasado con lo actual y tratar de entender las taras y las fortalezas peruanas históricamente es la gran prueba para el que quiera sorprender al lector de un país donde los repartidores de comida transportan momias en sus motocicletas.

Hoy, la promoción de un libro pasa por estar en las redes sociales, por el contacto con los “influencers de libros” y no por la crítica literaria. A la par, hay una sobreoferta de publicaciones motivadas por el deseo de “hacerse conocido”. ¿Qué posibilidades encuentras en este escenario?
– La tiranía de las redes sociales ha parido al escritor vendedor de su propia obra y a los comentaristas de TikTok. No es que ya no exista crítica literaria a la antigua, pero está enclaustrada y rara vez cuestionamos su elitismo.
Nos contentamos con pobres lecturas: que un columnista te califique con cuatro de cinco estrellas se parece a recibir el Cervantes en escala. Entre los mismos autores hay una falta de cariño para leer, o mezquindad. El verdadero crítico lee con la misma hormona que provoca el amor: busca conocer profundamente al otro, destaca sus virtudes y comparte lo que lo ha maravillado, desinteresadamente. Pocas veces se habla de los textos con la emoción genuina de quien descubre perlas entre las páginas.
Creo que los “nuevos modos de lectura” están demasiado mediados por el mercado, por el “Me gusta”; parten de una necesidad de agradar al gran público, y las ventas no son un criterio de valor literario (si lo fuesen, los poemarios agotarían sus tirajes en la primera semana). Lo bueno es que la “nueva crítica literaria” puede establecer sus propias redes y eso es necesario en un ecosistema cultural endogámico como el limeño, donde la falta de meritocracia ha dado lugar a una casta de artistas insalvables que se autopromueven localmente en los medios que han copado, pero que no pueden competir internacionalmente.
El desafío para la juventud “influencer” es tomar distancia de esa pecera de oropel, dejar que las pirañas que hay dentro se maten entre ellas, y asentar las primeras piedras del nuevo mundo de libros peruanos.
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(FIN) CCH
Publicado: 21/12/2025