La profesora Juana Huacoto llegó a la escuela rural unidocente de la comunidad de Karhui, en Cusco hace 30 años. Se hizo un norte: elevar el nivel educativo de las escuelas rurales; hacer de su escuelita EIB un espacio decente, elevar la autoestima y los niveles de aprendizaje de los niños. Por su amor, aprendió el quechua. Es parte de los #MaestrosEnPrimeraLínea. Hoy se celebra el Día del Maestro.
Todos los fines de semana, Julián Condori tiene una misión: sube a las elevadísimas puntas de los dos “cerros parados” que circundan la comunidad campesina de Karhui, provisto de un teléfono smartphone, en busca del contacto con el ciberespacio.
Encuentra la señal y descarga por el WhatsApp los archivos para la semana que la directora Juana Huacoto y los cuatro profesores envían para los 44 niños de la institución educativa rural número 56101.
Condori luego retransmitirá los programas, de lunes a viernes, de 11:00 a 12:00 horas, por la radioemisora en frecuencia modulada que hay en Karhui. Se trata de programas en quechua del programa ‘Aprendo en casa’, del Ministerio de Educación (Minedu). La directora ha aprendido a descompirmir y convertir los archivos a formato MP3 para hacerlos más ligeros. A Condori le detalle el orden en que deben de emitirse a diario.
En la comunidad campesina de Karhui, hay energía eléctrica y se capta la señal de TV Perú. Pero los programas de ‘Aprendo en casa’ que se transmiten por la televisora estatal son solo en español. Por ello, el colegio contrató una hora en la radio de la comunidad, de menos de 200 familias, para que sus escolares aprendan en su lengua materna, el quechua.
Julián Condori es propietario de la única fotocopiadora de la comunidad y el principal aliado de la educación, ahora que los maestros no pueden volver a las aulas de la escuela de la comunidad por la pandemia del coronavirus. Los otros aliados son los padres de familia. Condori fotocopia las fichas de trabajo que le wasapea la directora y los papás deben de trabajar con estas fichas en el reforzamiento del proceso educativo de sus niños.
“La educación en Karhui no ha parado. No será al 100% pero desarrollamos estrategias que hablan desde la cultura, apoyándonos en los padres de familia para reforzar los aprendizajes en la lengua originaria. Los chicos son quechuahablantes, y les ofrecemos contenidos en castellano y quechua. Con mis profesores hemos desarrollado un plan de uso de estos cuadernos de trabajo para continuar guiando la educación de los chicos semanalmente”, dice la maestra Juana, quien ahora vive en la ciudad del Cusco.
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Karhui está a dos horas y media de camino desde la ciudad del Cusco, en la ruta al hoy famoso cerro de los “Siete Colores” o “Montaña Arcoíris”. La comunidad queda a 3,800 metros sobre el nivel del mar. Por esta temporada, muchos de los niños están en las zonas más altas ayudando a sus familias en las labores de pastoreo de alpacas.
A sus 51 años de edad, la maestra Huacoto podría ser una heroína de Karhui. Es casada y tiene tres hijos, “que ya están supermayores”. Y su vocación, las demasiadas horas dedicadas a pensar en sus estudiantes y llevar el trabajo a casa, el rechazar otras ofertas laborales en otros pueblos mejor comunicados con el mundo, muchas veces le generó problemas domésticos.
Todavía recuerda cuando no llegaban los carros hasta la comunidad, y desde la pista Cusco-Sicuani, debía de cargar a su bebé menor mientras sus otros dos hijos, aún pequeños, debían de caminar junto a ella durante tres horas y media hasta llegar a Karhui. Llevaban sus ropas, sus provisiones y se quedaban ahí, en el cuartito habilitado para los docentes en la escuela, viviendo.
Después, cuando sus hijos crecieron, ya se quedaban con su papá en la ciudad de Sicuani. “No había en la comunidad las condiciones como ahora, que hay carro hasta la puerta de la escuela. Si se acababa el pan que trajiste, no había posibilidad de ir a comprar más; yo me acostumbré a ese contexto. Empecé a valorar su cultura”. Allá perfeccionó su dominio del quechua, que, en su caso, no es su lengua materna.
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Recuerda la primera vez que llegó al centro poblado, hace 30 años: “Otro había salido corriendo de ahí”, jura. Acababa de egresar del Instituto de Educación Pedagógico Público Tupac Amaru, de la ciudad de Tinta, centro que forma a maestros en educación intercultural bilingüe (EIB), cuando le asignaron el puesto en la escuela rural de Karhui, en el distrito de Pitumarca, provincia de Canchis, región Cusco.
Encontró una escuela rural unidocente, con 15 niños. “¡Era muy triste!”. Le pido precisar aquella “tristeza”: las ventanas del único ambiente de aquella escuela primaria rural, carecían de vidrios; la puerta se caía de su marco; los niños estudiaban en carpetas bipersonales que eran más antiguas que el tiempo mismo; carpetas que habían caído en desuso en alguna escuela de la zona urbana y enviaban a las escuelas rurales.
También era triste “la calidad de los niños”. “Parecían unos niños haraposos, sus condiciones de vida eran pésimas y veían que ellos tenían tantas cosas para dar”. Entonces, la joven profesora se planteó recuperar la dignidad de sus alumnos. “No por ser andinos, debían de estudiar en esas condiciones”.
“Las escuelas rurales tenían por entonces un mal prestigio ante la sociedad: la enseñanza que impartían era de mala calidad. Llegué a la escuela, me decepcioné y me propuse cambiar muchas cosas como profesional. Al cabo de año y medio podía haberme ido, dejando las cosas como estaban, pero me dije, ‘no, yo voy a cambiar la imagen’. Quería inspirar a los maestros rurales y que la comunidad quiera a su escuela”.
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Primero se enfocó en recuperar la autoestima de sus alumnos y promovió el uso de las ropas originarias como símbolo de su identidad, de autoafirmación. Empezó a negociar con los padres de familia para lograr los cambios positivos, invitarlos a soñar con ella y convertir su escuela en un lugar agradable para aprender.
Después vinieron nuevos desafíos, los cambios de infraestructura en la escuela. Juana hizo el milagro: estiró como chicle el presupuesto de mantenimiento y se logró hacer refacciones al único pabellón de adobe donde se impartían las lecciones; por vez primera, la escuela contó con servicios higiénicos. Todo gracias a la ayuda de los padres de familia y uno de los alcaldes.
El centro educativo rural número 56101 de Karhui-Pitumarca hoy es una institución educativa multigrado. Tiene cuatro docentes y 44 alumnos. La hoy directora Huacoto, la define distinto: “es un espacio para soñar”.
La entrada del colegio está llena de flores. ¿Cuáles? ¡Todas, señor! Geranios, claveles, margaritas, pensamientos, rosas. Y también cuentan con una pequeña huerta de hortalizas para completar la alimentación saludable de los chicos.
Cuenta con juegos mecánicos, una ludo-biblioteca, una sala de cómputo, una cocina y un comedor de autoservicio, donde los niños tienen juegos de vajillas que se conservan muy limpios.
Es temporada de helada en este centro poblado cusqueño, pero, aunque no estén físicamente los docentes ni los niños, los padres de familia tienen el compromiso de regar las plantas. Es parte del pacto asumido por ellos para “mantener la escuela mejor que la casa de uno”. Los padres ya son conscientes que en esos ambientes viven sus hijos y los maestros.
La mayor motivación para padres y madres es la profesora Juana. Ha predicado con el ejemplo: ella ganaba los concursos de directores convocados por la UGEL de Canchis, era de las mejores, con notas altas, ergo, tenía la potestad de ser reasignada a otra escuela (una vez trabajó dos años en otra escuela a solo 45 minutos de Sicuani), pero prefería seguir apostando por Karhui. Desde el primer día que pisó la escuelita soñó con llegar a directora solo para hacer los cambios que necesitaba aquel centro educativo rural olvidado.
“Fue mi gusto, mi capricho. Me quedé. El niño rural tiene derecho a tener un docente de calidad”, opina. “Por ello, aprobé todos los concursos, los exámenes de desempeño docente, de directores. Creo que no es justo que un niño andino, rural, merezca al peor maestro como se pensaba antes”.
Logró cambiar el chip a la comunidad. Desde el año pasado, los “yachay” o sabios de la comunidad, se han sumado y comparten una vez al mes su cosmovisión con los niños de la escuela. Este acercamiento permite mantener usos tradiciones precolombinos como el ayni o reciprocidad.
Su empeño también demostró a otros profesores de EIB del Cusco y todo el país que los niños que tienen una lengua materna distinta al castellano, pueden perfectamente llegar al segundo grado con altos niveles de aprendizaje en español, buenos modales y una buena confluencia entre padres y escuela.
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Entre sus promociones que han egresado de aquella escuelita primaria hay exalumnos que son profesionales. Cuenta orgullosa como una mamá, que tiene un docente EIB, varios ingenieros, geólogos, licenciados en turismo, etc. “Han logrado las metas que se plantearon y nunca se olvidan de su cultura”.
Ahora, ella enseña a los hijos de sus primeros estudiantes. “Son tus nietos”, le han dicho sus antiguos alumnos.
Con la experiencia de la EIB rural de Karhui, la maestra ha ganado dos veces el Concurso Nacional de Buenas Prácticas Docentes, del Minedu, lo que le ha permitido proveer de bibliotecas familiares.
Todavía le quedan 14 años para pensar en jubilarse y la directora Juana Huacoto no lo duda: seguirá dando todo por los niños de Karhui, su comunidad de adopción, su compromiso.