Nuestro imaginario colectivo está lleno de personajes que, con sus características y acciones extremas, reflejan aspectos de la idiosincrasia, temores e historia de los peruanos; seres mitológicos y legendarios que habitan parajes de la selva, la sierra y la costa en los que la naturaleza se presta para acentuar miedos e incertidumbre atávicos.
Varios de estos personajes han estimulado la creatividad de nuestros literatos, músicos y cineastas, a través de historias de terror vistas desde las ópticas de lo místico y del entretenimiento. Conozcamos a algunos de ellos, en una fecha en la que, por juego o como ritual, muchos se acercan a los predios de lo oculto.
La Achiqué
Originada en Huaraz, la leyenda de la bruja Achiqué representa el origen de la Cordillera de los Andes y de las características de algunos de los animales que allí viven. Se trata de una mujer que, por pura maldad, decide asesinar a una pareja de niños que recientemente habían quedado huérfanos, al morir su madre.
Cuando la niña vio que su hermanito iba a ser victimado por la Achiqué, lo salvó de sus manos y corrió para escapar, pidiéndole sucesivamente ayuda a un cóndor y luego a un puma, a los que auguró desarrollo de su vista y de su valentía, respectivamente. A un zorrillo que le negó auxilio, la niña le dijo que a partir de entonces despediría un olor nauseabundo, como en efecto ocurrió.
Al subir por una cuerda hacia el cielo para continuar huyendo, los niños vieron detrás suyo a la bruja, pero un ratón apareció para roer la soga, haciendo que la mujer caiga. Esta, antes de impactar en el suelo, lanzó una maldición para que sus huesos se incrusten en la tierra y su sangre seque la vegetación, formándose así la Cordillera de los Andes.
Las Brujas de Cachiche
La localidad de Cachiche, en Ica, fue, según este relato, refugio para mujeres que habían huido de Europa tras ser acusadas de brujería por la Inquisición. En su nuevo lugar de residencia, continuaron con sus prácticas de magia negra y blanca, invocando al demonio o sometiendo a hombres y mujeres con los denominados “amarres” amorosos.
Los relatos al respeto dan cuenta de que varias de ellas se transformaban en animales como cerdos, perros o gatos, y que hacían víctimas del ‘mal de ojo’ a sus enemigos, tras clavarles una mirada penetrante. En Cachiche existe un monumento a una de ellas, de nombre Julia Nazaria Hernández Pecho, que falleció a los 101 años en el siglo pasado.
El Chullachaqui
Esta criatura guarda similitud con el fauno de la mitología occidental en su aspecto y en su condición de habitante del bosque; lugar al que resguarda apelando al temor de los visitantes. Las historias sobre sus apariciones tienen que ver con viajeros -mayormente niños- que se internan por los caminos de la selva amazónica y que, tras sus encuentros con este personaje, desaparecen.

Recientemente, la leyenda del Chullachaqui fue vinculada por los pobladores loretanos al caso del niño Erick Mucushua, un menor de 10 años que en julio pasado permaneció perdido durante 19 días en la selva de Andoas y que, tras ese lapso, reapareció sin haber sufrido mayor daño.
El Amaru
Esta bestia colosal fue creada por el dios Wiracocha para enfrentar a los monstruos que habitaban en lo que ahora conocemos como el río Mantaro, en Junín, y que en aquellos tiempos ancestrales era el lago Huancamayo. La deidad encomendó esta labor al Tulumanya, que era el nombre dado al Arco Iris en la tradición huanca.
El Amaru se asemejaba a una enorme serpiente con alas y acabó con todos los monstruos del lago, quedándose solo en este lugar. Ante ello, el Arco Iris creó a otro Amaru para acompañarlo, pero ambos se convirtieron en enemigos, desatando el terror y llamando a la ira de Wiracocha, que desató una tempestad para matarlos la cual, de tan intensa que fue, creó el Valle del Mantaro.
Las cabezas voladoras
Los pobladores del valle de Locumba, en Tacna, andaban con cuidado por las noches, temerosos por la aparición de cabezas voladoras; figura semejante a las que habitan el imaginario de algunos países del continente asiático.
De acuerdo a los relatos tacneños, estas cabezas se desplazan nocturnamente dando gritos atemorizantes y luciendo una cabellera que -como la de la Medusa de la miología griega- está compuesta por serpientes en vez de cabellos. Encontrarse con ellas supone contraer enfermedades que llevan a la muerte.
El pakitsa
Los ashaninkas llaman pakitsa al gavilán. Un ejemplar de esa especie era el favorito de una muchacha amazónica que solía alimentarlo, provocando que el animal, al crecer, se enamore de ella.

Como muestra de su afecto a esta chica, el pakitsa le ofrecía las mejores carnes obtenidas en sus salidas de caza, hasta que un día despareció. Pasado un tiempo regresó y se la llevó volando hasta su nido, en la parte alta del río Ene, donde vivieron, pero desde entonces el gavilán empezó a cazar personas para comérselas junto a su esposa.
Los pobladores le tendieron una trampa, armando una figura de un hombre gordo hecho de greda, material en le que las garras del pakitsa se quedaron pegadas cuando intentó atraparlo. Al verlo así, lo golpearon hasta morir, quedando la mujer sola, pero manteniendo el hábito de comer carne humana, hasta que el dios Aviveri la transformó a ella y a su hermano -también caníbal- en dos piedras que son las que se ven actualmente en el pongo Pakitsapango.
El Huaracuy
Se cree que la laguna de Mancapozo, del distrito de Amarilis, en Huánuco, es el hábitat del Huaracuy, una serpiente con alas de tamaño descomunal que, en época de lluvias emerge desde las oscuras aguas en las que vive. Su presencia tiene el fin de desalentar a quienes osen buscar los tesoros que supuestamente yacen en los cerros.
Precisamente, se cree que el Huaracuy es hijo de uno de ellos, también llamado jirca o apu, y que, junto con sus hermanos, tienen como misión proteger las riquezas mencionadas
Las lloronas
Durante las noches de luna llena, en las calles de los distritos de Imperial y San Vicente de Cañete, se escuchaba el llanto de las lloronas; mujeres que penaban vagando y lamentándose por los pecados que habían cometido. Estos se centraban en actos de infidelidad o de incesto.
Ataviadas con largos vestidos negros y velos en la cara, su llanto y su oxcura presencia perturbaba la tranquilidad de los perros, que, a su vez, aullaban lastimeramente, acompañando al llanto de estas mujeres; alguna de las cuales -dicen los relatos- escupían fuego por la boca.
Los pishtacos
Las acciones que se le imputan a los pishtacos los pintan como asesinos en serie y mercenarios. Se dice que rondan los caminos y localidades remotas de la región andina a fin de cazar a sus presas: personas a las que, tras degollarlas, les sacan la grasa y la carne a fin de -respectivamente- venderla y comerla.
Su aparición se remota a la Colonia, cuando se identificaba a los pishtacos con los sacerdotes españoles. Con el tiempo, los motivos por los que estarían la grasa de seres humanos fueron cambiando; primero para engrasar las campanas de las iglesias, luego para elaborar ungüentos medicinales, y, en el siglo XX, para lubricar máquinas azucareras y engrasar motores de avión.
La pava
En Moquegua se habla de la misteriosa aparición de una mujer desnuda en el calabozo de una comisaría donde horas antes se había encerrado a una hermosa pava por cuya posesión un grupo de transeúntes sostenía un violento enfrentamiento en las calles. La policía no encontró mejor forma que cortar esa pelea que encerrando al vistoso animal.

Pero al amanecer, lo que se encontraba en esa cárcel era una mujer, también hermosa. Se trataba de una bruja que, para perseguir a su esposo sin que este se diera cuenta, y descubrir sus infidelidades, se transformaba en un ave.
En la amazonia se habla de un espíritu maligno que habita en lo más profundo del bosque, acechando y capturando a quienes se han atrevido a recorrer esos lares. Identificada como un alma en pena, sus motivaciones son oscuras y para satisfacerlas, usa a sus víctimas, desapareciéndolas al llevarlas a lugares de los que no hay salida, y en los que acechan bestias salvajes y letales.

Su presencia es antecedida por un silbido sumamente agudo, que aturde a quien lo oye hasta provocarle la muerte. La peculiaridad de esta señal es de que, mientras más lejano se oye, es porque el Tunche se encuentra más cerca de su víctima.
El Jarjacha
Identificado como el Demonio del Incesto, el Jarjacha debe su nombre al sonido que emite cuando ataca a sus víctimas. Estas ya están aterrorizadas de antemano con solo verlo: se trata de un híbrido entre un hombre y una llama en el que habitan almas de personas cuyas almas han de purgar un castigo eterno por haber tenido relaciones sexuales con sus progenitores.
El Jarjacha recorre de madrugada los poblados más remotos del departamento de Ayacucho, sembrando el terror. Sin embargo, también es fácil deshacerse de él si se mantiene la calma y se le insulta constantemente y en muy alta voz, o si se coloca frente a él un espejo para que contemple esa terrible fealdad que deriva de sus actos aberrantes.
El Muqui
Los mineros de Cerro de Pasco contaban desde la década de 1930 la historia del Muqui, un ser de pequeño tamaño y expresión graciosa, con cuernos en la cabeza que hacia ruidos en los socavones y les jugaba bromas pesadas a quienes trabajaban en estos. Se le atribuía también la facultad de transformarse en un hombre rubio y blanco que engañaba a los obreros.
Cuando ha sido capturado, se le ha ofrecido al Muqui hacer un pacto a cambio de oro, a lo que este mítico personaje responde pidiendo a cambio hojas de coca, bebidas alcohólicas y mujeres. Pero si el compromiso no es honrado, la criatura acaba con la vida del incumplido minero.
El Yacuruna
Los guardianes de las aguas de los ríos y lagos amazónicos son los yacurunas, se le representa como a un ser de rasgos humanos, pero con escamas en vez de piel. Su presencia resulta imponente y seductora y se vale de ella para arrastrar consigo a sus víctimas llevándolos al fondo en el que habita.

Siendo una de las criaturas míticas más representativas de la amazonia, el yacuruna encarna el temor de los pobladores de esta región a lo que se encuentra bajo las oscuras aguas de sus ríos y lagos. También denota el afán de preservar los tesoros propios de esta parte del Perú.
(FIN) FGM
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Publicado: 31/10/2025