Reconstruir la historia ecológica del mar del Perú para conocer, por ejemplo, qué relación existía entre las especies que lo habitaron, era el nuevo reto. Después de más de una década de estudios en los desiertos de Arequipa e Ica, el paleontólogo peruano Aldo Benites-Palomino estableció que hace 7 millones de años los tiburones se alimentaron de las narices de los cachalotes, que era el mayor depósito de grasa, nutriente necesario para nadar.
En los desiertos costeros de
Sacaco, en la región Arequipa, y de
Ocucaje, en la región Ica, los investigadores han hallado cráneos de fósiles que exhiben una serie de marcas de mordeduras con un patrón de alimentación, que evidencian que los cachalotes servían de comida a los tiburones.
“Cuando empezamos a descubrir fósiles de cachalotes, en el 2010, nos preguntamos cuál era la relación entre estos animales y los grandes depredadores de aquel momento: los tiburones”, dos de los grupos más abundantes en el desierto costero peruano hace 7 millones de años, comentó a la Agencia Andina.
A diferencia de lo que ahora sucede en el mar, habitado por ballenas barbadas de 25 a 30 metros debido a la cantidad de plancton —a más biomasa, las ballenas crecen más y tienen más grasa en el cuerpo—, “hace 7 millones de años, los animales más grasosos eran los cachalotes y la nariz era el mayor depósito de ese nutriente”.
Benites-Palomino refirió que los tiburones son animales con hígado graso por excelencia, el cual les ayuda para poder nadar, por eso es indispensable el consumo de grasa.
Ballenas pequeñas
“Para mantener ese hígado graso, los tiburones necesitan consumir cantidades muy grandes de grasa de distintos animales. Hay peces que le proveían de este nutriente, pero no era suficiente [...]”, indicó a la Agencia Andina.
Hace 7 millones de años no había depósitos de grasa de mamíferos tan grandes como los que hay en la actualidad. Las ballenas barbadas eran pequeñas, medían 7 u 8 metros de largo y su capa de grasa no era gruesa, porque los cachalotes habrían constituido un repositorio de grasa ideal debido a sus órganos nasales ricos en lípidos.
“Los cachalotes eran una fuente ideal para poder mantenerse, eran los repositorios ideales [de grasa] de ese momento. Por eso es tan importante que hayamos encontrado esta conexión; ya sabemos cómo esta necesidad de grasa de los tiburones era cubierta por las narices de los cachalotes”, explicó.
¿Qué dice el nuevo estudio?
En el nuevo estudio, dirigido por el paleontólogo peruano Aldo Benites-Palomino y publicado en la prestigiosa revista científica Proceedings of the Royal Society B, se presentan una serie de restos de cachalotes de 7 millones de años con una gran cantidad de marcas de mordedura de tiburón.
Las marcas se concentran a lo largo de las regiones rostrales y faciales de los cráneos de los cachalotes.
En los cachalotes modernos estas regiones reciben los órganos nasales expandidos, responsables del sistema de producción/emisión sonora. Los principales órganos ricos en grasas y aceites son el espermaceti y el melón, altamente regulados por los músculos faciales.
La mayoría de las marcas de mordeduras se han encontrado en los huesos circundantes, como los maxilares y los premaxilares, o en la región cercana a la órbita del ojo.
Benites-Palomino comentó que la forma, el tamaño y la disposición de las marcas de mordeduras son muy variables, lo que sugiere que estas habrían sido causadas por una serie de eventos consecutivos y por distintas especies de tiburón. Es más, corresponderían a una serie de eventos de carroñeo.
En los océanos modernos, los tiburones tienden a dirigirse sobre zonas de los cadáveres de ballena con una alta concentración de grasas, como la grasa visceral.
La mayoría de los cráneos reportados corresponden a cachalotes pigmeos del género Scaphokogia, caracterizados por un rostro tubular con apariencia de ladrillo. Pese a tratarse, al parecer, de eventos de carroñeo, los investigadores no descartan que algunos de los restos de este pequeño animal de 2.5 metros de largo pudieran corresponder a depredación directa.
Además, reportan marcas de mordeduras encontradas en otros taxones como Acrophyseter o incluso el gigante Livyatan e indican que, a pesar de su papel como depredadores topes, los cachalotes macrorraptoriales también constituían una fuente de alimento para los tiburones del Mioceno tardío.
Cada día, las preguntas sobre la evolución de los ecosistemas marinos encuentran más respuestas.
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(FIN) JOT