Un corazón de Jesús mostraba las llagas en sus manos y el cuadro era lo único que quedaba en pie en lo que fue la sala de una casa cualquiera en Pisco, después que aquel miércoles, 15 de agosto de 2007, a las 6 y 41 de la noche, cuando las mayorías terminaban con la jornada diaria, la tierra empezó a temblar.
Horas después, envuelto en su frazada Tigre y en la oscuridad, un hombre mira fantasmagórico la nada, los restos de lo que fue su propiedad, su historia privada, donde vivieron los suyos.
Cuando se inició el evento telúrico, las primeras noticias sobre Pisco fueron un gran silencio. Y eso activó la alerta. Las horas definirían mejor la catástrofe: Pisco, Chincha, en la región Ica; Cañete, Yauyos, en Lima; Huaytará y Castrovirreyna, en Huancavelica, se llevaron la peor parte de ese sismo de 7.9 grados, que duró 210 segundos y mató a 596 personas. Otros 2,200 resultaron heridos.
El terremoto de Pisco destruyó o dejó inhabitables más de 76,000 viviendas. Quedaron damnificados 432,000 peruanos. Con las carreteras destrozadas, la forma de llevar la mayor cantidad de ayuda humanitaria y socorro, fue por vía aérea.
San Clemente, un símbolo
En la iglesia San Clemente, de la plaza de Armas de Pisco, esa noche fatídica de hace 13 años, se terminaba de celebrar una misa cuando el mundo empezó a retumbar. Fallecieron un centenar de feligreses cuando se desplomaron los techos de la nave central.
Una fotografía aérea tomada seis días después, mostraba la tierra aplanada por las retroexcavadoras, ya no se podían salvar las estructuras. Donde antes se ubicaban las bancas de los feligreses, el sagrario, el altar, la credencia, ya no quedaba nada. Solo las dos torres sobrevivieron a la catástrofe.
A su vez, la plaza de Armas se convirtió en el espacio donde se acomodaron los cientos de cuerpos de las víctimas mortales (ya no se daba abasto el hospital), donde los sobrevivientes llegaban para reconocer a sus familiares, amigos, vecinos, mientras el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) asumía las acciones de ayuda logística, y la policía, los militares, los bomberos, los médicos, la sociedad organizada, trabajaban sin descanso, llenos de polvo, en medio de la emergencia, de tanta muerte; además se daban tiempo para donar sangre, que era lo que faltaba.
A su lado, los equipos de periodistas, entre ellos los de El Peruano y la Agencia de Noticias Andina, llegaron la misma noche de los hechos y se quedaron pernoctando y cubriendo los hechos durante varias semanas, mientras la tierra aún temblaba -lo que llaman réplicas-, y sufriendo como los pisqueños la falta de conectividad y comunicación.
Mientras las operarios de las retroexcavadoras trabajan imparables quitando esos muros que quedaron a medio caer, avanzaban por las calles pequeños cortejos cargando ataúdes al campo santo.
Solidaridad internacional
Con el seísmo, se hizo presente la solidaridad de los pueblos. Portando el abrazo de Colombia, llegó el entonces presidente Álvaro Uribe hasta Pisco. El presidente boliviano Evo Morales, hizo lo propio días después.
En total, más de 15 países enviaron diversos profesionales y técnicos; además de toneladas de ayuda humanitaria para los afectados por el fatal movimiento telúrico.
Si bien tras el terremoto, se dio por 60 días el estado de emergencia, en la región Ica, las clases escolares quedaron suspendidas por más de dos meses.
En esos momentos, distintas organizaciones y empresas hicieron posible llevar donaciones y ayuda humanitaria desde Arequipa, Cusco, Chiclayo, Chimbote, Moquegua, Piura, Chiclayo, Huaraz, Tacna y Trujillo. A la vez, los peruanos residentes en el extranjero también se sumaron a través de los consulados peruanos.
Pero no todos fueron buenos gestos. Los medios de comunicación denunciaban, a la vez, hechos de corrupción de las autoridades y la desaparecida empresa de transporte Soyuz, aprovechó el difícil momento para subir sus pasajes. Ley de la oferta y la demanda, dicen algunos. Falta de humanidad, refieren otros.
Yo, testigo
Un año después, cuando llegamos a reportear a Pisco, todavía se podía oler en la ciudad aquel olor a muerte. Pisco, una de las zonas del país más sensibles al cambio climático.
En el Cementerio General de Pisco hay pabellones dedicados a las víctimas del terremoto del 2007. Los antiguos cuarteles tenían las grietas: hasta los muertos habían sido remecidos de su silencio aquel agosto de hace 13 años.
Lo que dejó
Si tras el terremoto del 31 de mayo de 1970 -que causó la muerte de 70 mil peruanos, la mayoría de ellos en la región Áncash- se creó el sistema de Defensa Civil (1972), el seísmo de Pisco permitió redoblar la política de Estado en materia de prevención de desastres y, así, multiplicar los simulacros diurnos, vespertinos y nocturnos, por sismos y tsunamis.
De acuerdo a un recuento realizado al décimo aniversario del movimiento telúrico, la provincia de Pisco había avanzado en 80% su reconstrucción. Sin embargo, los pisqueños viven la realidad de las obras inconclusas, como la cicatriz de ese momento traumático.
El ministerio de Vivienda hizo su recuento y dijo que se entregaron más de 28 mil bonos de 6,000 soles cada uno, durante el quinquenio tras el seísmo. Y se desembolsaron 2,460 créditos que otorgó el Banco de Materiales.
El hoy
A pesar de las medidas de distanciamiento social que se viven hoy por la pandemia del coronavirus, el Estado continúa sus labores de prevención.
Entre estas tareas está la de tener un personal capacitado y aumentar la capacidad de respuesta de la población ante futuros siniestros. Hoy, entidades como el Ministerio de Salud, continúan informando mediante cartillas a la población y capacitando, vía remota, a su personal.
Desde el mes pasado, finalmente, el país ha implementado el Sistema de Alerta Sísmica Peruano (Saspe), y su primera estación sísmica-aceletométrica se ubica en el Morro Solar de Chorrillos. Dicen que, con un sistema así, 40 segundos antes del terremoto se hubiera tenido un aviso de las ondas sísmicas, que viajan a 5 o 6 kilómetros por segundo.
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