El 31 de mayo próximo se conmemora el 44 aniversario del trágico aluvión que, en solo treinta segundos, sepultó la ciudad de Yungay, en la región Áncash, y a 20,000 de sus vecinos, tras el fuerte terremoto de 7.8 grados Richter que se registró en esa región.
A través de este especial, publicado en el
diario El Peruano, se hace un recuento de aquel fatídico domingo que se convirtió en uno de los peores momentos del siglo XX en el Perú.
Faltaban solo dos días para que nuestra selección de fútbol hiciera su esperado debut ante Bulgaria, en el mundial de México 70. La fiebre futbolera alcanzaba elevados niveles de temperatura en los corazones de todos los peruanos. Eran momentos de fiesta.
Familias enteras se habían congregado en sus viviendas para contemplar la inauguración de aquella gesta deportiva.
Pero, así como ocurre en las películas, aquel domingo 31 de mayo de 1970, pasamos del cielo al infierno en escasos segundos: un terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter se llevó la vida de 70,000 compatriotas.
Desgracia en el norte
El desastre ocurrió a las 15:25 horas. Su epicentro se registró frente a las costas de Casma y Chimbote, en Áncash. Fueron 45 interminables segundos de pánico y angustia.
A los pocos minutos, cuando todo parecía haberse tranquilizado, un fuerte estallido alarmó a los pobladores de Yungay: una gigantesca roca de hielo se había desprendido desde la zona norte del Huascarán y avanzaba raudamente hasta alcanzar una velocidad de entre 250 y 300 kilómetros por hora.
Muchos corrían hacia las zonas más altas; otros, en cambio, decidieron esperar su muerte abrazando a sus familias. “¡Apu Taytayku, khuyapayawayku!” (Señor, ten piedad), suplicaban los yungaínos mientras la avalancha –de 400 metros de ancho y 15 de alto– seguía aproximándose, llevando rocas, lodo, árboles y todo lo que encontraba a su paso.
Los sobrevivientes
Solo se salvaron 300 personas de un pueblo de 20,000 habitantes. Se salvaron ellos, junto a un ómnibus, un Cristo y cuatro palmeras. El resto de la ciudad se convirtió en un camposanto.
El circo itinerante Verolina, instalado en lo alto del cerro Atma cobijó a centenares de niños que llegaban a ver la función. Pero el espectáculo fue otro. Desde allí observaban perplejos como toda su ciudad, Yungay –en apenas 30 o 40 segundos– había sido cubierta por un enorme manto de lodo.
Otro grupo de 90 personas logró salvar su vida en el lugar donde reposan los muertos, en el cementerio, a solo 700 metros de la plaza de armas de Yungay.
Los niños buscaban a sus padres y los padres a sus hijos. Nadie se hallaba. Muchos huérfanos fueron adoptados por familias extranjeras.
Según cálculos de los especialistas, la ciudad entera había quedado sepultada a 20 metros de profundidad. La noche parecía haber caído a las 5:00 de la tarde y muchos de los sobrevivientes hubiesen preferido haber muerto en aquel día nefasto, decía un anciano, quien nació ahí y siempre oyó lamentos de sus paisanos sobrevivientes de aquel mayo de hace 44 años.
Desde las cenizas
”Llegué al día siguiente con una cámara Rolleiflex de 35 milímetros. Lo que más recuerdo son las manos, pies y zapatos que sobresalían entre los escombros. La tierra temblaba cada cinco minutos. No había qué comer, no había dónde dormir”, cuenta el fotógrafo Norman Córdova.
“Los niños estaban aterrorizados y las mujeres no dejaban de llorar. Yo había viajado muchas veces a Yungay anteriormente y verla sepultada me impactó bastante. Pero, en esos momentos, o fotografías o te pones a llorar. Había que hacer lo primero. El periodismo llama”, recuerda Córdova.
El reportero gráfico relata que tuvo que trabajar, junto con otros hombres de prensa y socorristas mientras la tierra, en Yungay, continuó temblando durante noventa días.
(FIN) RPA/LIT
Publicado: 27/5/2014