En Cusco Machu Picchu es el centro de atención de los viajeros. Pero, Cusco, es mucho más, en esta bella región abundan los vestigios culturales que testimonian su rica herencia y en el suplemento Lo Nuestro, del diario El Peruano, se publica una crónica de viaje que muestra la grandeza de Tipón y Canchis.
Más allá de sus atractivos tradicionales de belleza indiscutible, el Cusco busca ahora mostrar todas sus posibilidades para el turismo, además de Machu Picchu y el Valle Sagrado. Esta vez incursionamos en el sureste: en Tipón y Canchis la sorpresa fue grande.
En realidad, la ruta del sur cusqueño no está precisamente al sur, sino al sureste y no es tan conocida en los circuitos turísticos convencionales. Justo lo que vinimos a buscar. Es mejor que sea poco conocida, eso le da un encanto especial, reservado para quienes hacen de cada viaje una experiencia única, novedosa y que trasciende las actividades del turismo convencional.
Seis de la mañana. Hora de levantarse y ponerse a punto para la travesía. El desayuno energético termina por despertarnos. El sureste espera. La ruta que nos conduce es la misma que lleva a Puno. La carretera se abre entre vaivenes que serpentean las montañas, entre paisajes de postal. El amplio y hermoso valle, bendecido por las aguas del Urubamba, el río sagrado de los incas, muestra el abanico generoso de posibilidades turísticas.
A solo minutos de haber salido del centro de la ciudad, la primera sorpresa es Tipón, una verdadera joya en honor al agua. Tipón te atrapa; conmigo lo hizo ni bien divisé lo espectacular de su arquitectura. Algo más de 20 kilómetros lo separan del Cusco y el área que le concierne se reparte en aproximadamente 2,200 hectáreas del distrito de Oropesa, donde se preparan los más deliciosos panes.
Comentan que el nombre original del complejo se perdió en las profundidades del misterio. Tipón es una denominación puesta años después y deriva de timpuc, que significa ‘como agua hirviendo’, en referencia al sonido que musita todo el lugar, que es generado por el agua que corre por los canales de piedra.
Al parecer, el monarca Wiracocha habría erigido Tipón como posada para su padre, el soberano inca Yawar Waca. Pero la cuestión va más allá, pues todo el recinto es una admirable muestra de la perfección arquitectónica y de ingeniería hidráulica de la época imperial cusqueña. Según los estudiosos, las doce grandes terrazas de cultivo, fuentes finamente construidas y canales que se reparten por doquier, le confieren un uso ceremonial, una especie de santuario al agua. Sea lo que haya sido, el asombro es indiscutible.
Hay que recorrer el sitio, contemplar la maestría inca y dejarse arrullar por el constante susurro del agua que discurre desde aquel lejano tiempo, para saber lo que es una grata experiencia.
Atrapados ya por la ruta, kilómetros más y a la vera de la carretera, saludan los acueductos incas. Ante su imponente presencia, solo queda admirar esta herencia hidráulica de los antiguos peruanos.
Existen versiones que señalan que estas edificaciones devienen de un origen mucho más antiguo que el inca. Algunos dicen que desde la estela wari y que los señores del Cusco los mejoraron y aunaron a sus sistemas de canalización de agua e infraestructura agraria. Para no perdérselo.
Lo que sigue, más al sureste aún, en la provincia de Canchis, es Raqchi, un imponente lugar al que los turistas no suelen llegar en tropel. Como el grupo que integro, llegan por una recomendación expresa, pero sea de una u otra manera, la poca presencia humana permite que se disfrute más esta travesía.
Herencia monumental
Algo más de dos horas nos separan de la ciudad del Cusco. Llegamos una tarde medio nubosa que no por eso nos priva de atisbar el azul del cielo. Y allí está el complejo de Raqchi, rodeado de una muralla. Se ubica en una meseta en la que destaca, desafiando al tiempo y al bravío embate de la naturaleza, un monumental templo dedicado al dios Wiracocha. Según crónicas de los siglos XVI y XVII, fue el inca de nombre homónimo, el mismo que habría hecho Tipón, quien mandó edificar este templo. Dicen que el mismísimo dios se le apareció, encargándole la obra.
Este santuario es único. Su enormidad mezcla piedra y adobe en unas paredes de casi 15 metros de altura. A los lados, grandes columnas circulares sostienen el enorme techo del edificio. Grandioso.
Mención aparte merecen las colcas o almacenes circulares, que servían para conservar los alimentos que se usaban en los rituales. Veo una de ellas, reconstruida por los especialistas, e imagino el movimiento que se generaría en aquellas épocas. Camino en calma, reflexiono, admiro y respiro esa atmósfera que luce detenida en el tiempo, que se pasea entre la inmensidad del complejo arqueológico. En lugares así, es inevitable entrar en abstracción, pero una aguda voz me recuerda que la hora de retornar a la Ciudad Imperial ha llegado. Queríamos novedades y, ciertamente, las encontramos. Y, seguramente, hay más, pero lo dejaremos para los próximos recorridos. ¿Se anima a descubrir para sí este periplo?
(FIN) DOP
Publicado: 18/11/2015