En el corazón de la comunidad nativa del Wayku, reconocida como la capital de la nación kechwa en la región San Martín, se levanta una estructura que trasciende su forma física para convertirse en un símbolo profundo de identidad, memoria y continuidad cultural: el tambo comunitario.
Lejos de ser únicamente una edificación tradicional, el tambo representa la vigencia de un conocimiento ancestral que, pese al paso del tiempo y a las presiones de la modernidad, se mantiene vivo gracias a la voluntad colectiva de la comunidad y al diálogo intercultural con la academia.
Desde la época prehispánica, los tambos cumplieron funciones esenciales en la organización social de los pueblos andino-amazónicos. Eran espacios de acogida para viajeros, centros de acopio de productos, lugares de descanso y, sobre todo, puntos de encuentro donde se fortalecían los vínculos comunitarios y se compartían saberes. En el Wayku, esta concepción integral del tambo se renueva hoy como parte de un proceso consciente de recuperación cultural, convirtiéndose en un eje articulador de la educación intercultural, la arquitectura biocultural y el turismo sostenible.

Para el
pueblo kechwa, el tambo no es simplemente una construcción utilitaria, sino un espacio social cargado de significado. En él se expresan valores como la reciprocidad, la solidaridad y el respeto por la naturaleza. Su edificación, realizada con materiales extraídos responsablemente del bosque —maderas locales, shuncos y hojas de palmera— y mediante técnicas transmitidas de generación en generación, evidencia una relación armónica con el territorio y el entorno natural. Cada detalle constructivo responde a un conocimiento profundo del clima, del suelo y de los ciclos de la naturaleza, conformando una arquitectura que dialoga con el paisaje en lugar de imponerse sobre él.
La construcción del tambo comunitario en el Wayku constituye, además, un acto de resistencia cultural frente a la homogenización arquitectónica y al uso creciente de materiales industrializados que muchas veces resultan ajenos y poco sostenibles en contextos rurales amazónicos. Este proceso de recuperación no solo rescata técnicas constructivas ancestrales, sino que devuelve a las familias participantes la confianza en sus propios saberes, revalorizando prácticas que habían sido desplazadas por modelos externos.
Este esfuerzo colectivo es acompañado por docentes de la Universidad Nacional de San Martín (UNSM): Karina Rengifo Masía y Carlos Omar Oquendo Ramírez, de la Escuela Profesional de Arquitectura, y Tomás Cotrina Trigozo, de la Escuela Profesional de Turismo. Su participación se enmarca en un enfoque de Responsabilidad Social Universitaria que promueve el aprendizaje mutuo y el respeto por los conocimientos locales. La experiencia permite que estudiantes y docentes comprendan que la arquitectura y el turismo no son disciplinas aisladas, sino prácticas profundamente vinculadas a la cultura, la historia y la cosmovisión de los pueblos.
El proyecto, denominado “Tantanakuna Wasi”, que en lengua kechwa significa “casa del encuentro”, se desarrolla con el respaldo del Consejo Étnico de los Pueblos Indígenas Kechwas de la Amazonía Peruana (CEPKA), institución que aportó el terreno y la mano de obra comunal en el marco de su 23 aniversario institucional. Este espacio se convierte así en un verdadero laboratorio vivo de aprendizaje, donde el conocimiento académico dialoga con la sabiduría de los maestros constructores locales, y donde cada decisión constructiva se sustenta en principios culturales y espirituales propios del pueblo kechwa.
Las técnicas ancestrales empleadas en la edificación del tambo responden a una lógica de sostenibilidad natural que hoy adquiere especial relevancia. Las columnas de madera, conocidas como shuncos, aportan estabilidad estructural y durabilidad, mientras que los techos de hojas de palmera poloponta permiten una adecuada ventilación, aíslan del calor y canalizan eficientemente las lluvias propias de la Amazonía. Nada es arbitrario: cada elemento forma parte de un sistema coherente que es el resultado de siglos de observación del entorno, ofreciendo valiosas lecciones para el desarrollo de una arquitectura ecológica y culturalmente pertinente.

Más allá de su valor constructivo, el tambo comunitario del Wayku es un espacio vivo que cobra protagonismo en las actividades de animación turística sociocultural. En su interior y alrededores se realizan talleres de artesanía, demostraciones de gastronomía tradicional, encuentros musicales, rituales de agradecimiento a la tierra y espacios de diálogo entre pobladores y visitantes. Estas actividades no solo fortalecen la protección del patrimonio cultural inmaterial, sino que permiten que la cultura kechwa se muestre desde su propia voz, de manera dinámica y respetuosa.
Desde el enfoque turístico, el tambo posibilita experiencias auténticas de turismo vivencial, en las que el visitante no es un espectador pasivo, sino un participante activo del intercambio cultural. Este modelo promueve el respeto mutuo, evita la folklorización de la cultura kechwa y garantiza que los beneficios económicos generados se redistribuyan de manera equitativa dentro de la comunidad, contribuyendo a su desarrollo local.
El impacto social de la construcción del tambo también se refleja en la cooperación intergeneracional que impulsa. Jóvenes, sabios locales, líderes comunales y universitarios trabajan de manera conjunta, fortaleciendo los lazos comunitarios y asegurando la transmisión de conocimientos ancestrales. Los jóvenes redescubren el valor de su herencia cultural y encuentran nuevas razones para sentirse orgullosos de su identidad, mientras que la universidad consolida su rol como agente de cambio con proyectos de extensión de impacto real y sostenible.
En un contexto marcado por la crisis ambiental global y la búsqueda de modelos de desarrollo más justos y equilibrados, la arquitectura ancestral del Wayku se presenta como una fuente de soluciones sostenibles y pertinentes. El tambo comunitario no es solo un refugio físico ni una obra arquitectónica, sino un puente entre el pasado y el futuro, una expresión viva de que el patrimonio cultural se mantiene y se renueva cuando comunidad, academia y turismo trabajan de manera articulada, con respeto, visión compartida y compromiso con la vida y el territorio.