Andina

Pensión 65: conoce a Gregoria Pachas, la tejedora de sombreros de Grocio Prado

Usuaria de programa social del Midis aprendió el arte de tejer sombreros de su madrina la beata Melchorita Saravia

Gregoria Pachas Matías, usuaria del Programa Pensión 65 que vive en el distrito de Grocio Prado, en Chincha, quien cuenta que fue su madrina Melchora Saravia Tasayco, más conocida como la beata Melchorita, quien le enseñó los secretos del tejido de sombreros con junco.

Gregoria Pachas Matías, usuaria del Programa Pensión 65 que vive en el distrito de Grocio Prado, en Chincha, quien cuenta que fue su madrina Melchora Saravia Tasayco, más conocida como la beata Melchorita, quien le enseñó los secretos del tejido de sombreros con junco.

16:00 | Chincha, jun. 3.

Ama tejer y su sueño es seguir tejiendo, y cuando no lo hace siente que le falta algo. Cuando teje con el junco ella es feliz y “si volviera a nacer, seguiría tejiendo”, dice Gregoria Pachas Matías, usuaria del Programa Pensión 65 que vive en el distrito de Grocio Prado, en Chincha, quien cuenta que fue su madrina Melchora Saravia Tasayco, más conocida como la beata Melchorita, quien le enseñó los secretos del tejido.

“Para tejer hay que secar bien el junco, luego hay que trenzarlo firme para que quede bonito”, explica Gregoria, mientras sus manos se mueven hábilmente para dar forma a los sombreros. Aunque a sus 84 años sus fuerzas ya son las mismas, ella dice que sigue tejiendo porque eso la hace feliz. 


Cuenta Gregoria que el arte de tejer junco lo aprendió a los 7 años de su madre Felícita quien “tejía bonito”, pero también recuerda que su madrina Melchorita era una maestra, “pues ella hacía las cosas con alegría. Siempre cantaba mientras tejía”.

Gregoria es la mayor de seis hermanos, cinco mujeres y un varón. Nació, creció y aún vive en el distrito de Grocio Prado, en la provincia de Chincha, en Ica. 


Cuenta que cuando salía del colegio solía ir a la casa de su madrina Melchorita, quien era la más diestra tejedora de sobreros y canastas de junco de la zona. Su trabajo era fino y bonito. Pero además de su habilidad para tejer, tenía mucha bondad y amor hacia el prójimo. Dice que atendía a los enfermos y ayudaba a los necesitados y siempre lo hacía con alegría. “Muy religiosa y buena era mi madrina, siempre estaba en la iglesia rezando por los demás”. 

Aunque fue inesperado, Gregoria se casó a los 18 años con un hombre bueno que la enamoró con su amabilidad. Tuvieron 13 hijos, y aunque 2 fallecieron el resto tuvo una descendencia numerosa. Calcula su hija Elizabeth, quien se encarga de su cuidado, que sus nietos, biznietos y tataranietos deben ser más de 100. “Es difícil contarlos. Son demasiados”, dice riendo. 


La habilidad para el tejido con junco que adquirió Gregoria la ayudó a sacar adelante la economía familiar. Mientras su esposo Manuel se empleaba como jornalero, ella tejía y vendía sombreros y canastas en los mercados de Chincha. Pero los compradores, en lugar de pagar el precio de su arduo trabajo (un día completo demora tejer un sobrero), le pedían siempre rebaja. Entonces apenas si sacaba algo de ganancia para llevar a su hogar, recuerda. 

Pero si hay algo que Gregoria disfruta en la vida, es tejer con junco. Por eso, a pesar de que sus manos ya perdieron la destreza de antaño, ella sigue tejiendo. Despacio y sin prisa, retomó hace poco su arte, el cual ha logrado trasmitir a tres de sus hijos y un nieto. “Mi sueño es que nunca dejen de tejer”, dice finalmente.

(FIN) NDP/LZD

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Publicado: 3/6/2023