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“Nunca me interesaron las etiquetas: yo solo escribo, que los demás clasifiquen”

Al natural, diálogo con el escritor Leonardo Aguirre en torno a su libro ‘Elogio del asterisco’ (Peisa, 2024)

Escritor Leonardo Aguirre, autor de

Escritor Leonardo Aguirre, autor de 'Elogio del asterisco' (Peisa, 2024). Foto: Cortesía.

09:00 | Lima, ago. 29.

Por: César Chaman

Enemigo de las frases hechas, la prosa gris y la hipercorrección política, el escritor Leonardo Aguirre (Lima, 1975) presentó en la FIL Lima 2024 su libro ‘Elogio del asterisco’, la undécima entrega de una sostenida producción literaria con defensores y detractores.

“Insólito”, “acrobático” en el uso del idioma, “monumento a los bajos fondos de nuestra lengua” y resultado de una “masculinidad tóxica”, son solo algunos de los comentarios en redes respecto a un libro que expresa con claridad el desenfado y la actitud frontal de su autor.

“No me preocupan los consumidores de best-sellers ni aquellos que hacen colas en la FIL para comprar lo que pergeña un influencer”, dice Aguirre, escritor que no se hace problemas con exigir reciprocidad: “Si yo chambeo duro para escribir, pido también a mis lectores que chambeen para leer”. 

Excéntricos en sentido geométrico, los relatos de ‘Elogio del asterisco’ son textos para leerse con ritmo, siguiendo la musicalidad del lenguaje transgresor con que el autor nos lleva por historias sobre sexo, amor-desamor y lujuria. A continuación, una conversación con Leonardo Aguirre.

El diccionario define la locución ‘fuera de serie’ como “dicho de un objeto: de construcción esmerada, que lo distingue de los fabricados en serie”. Desde mi punto de vista, ‘Elogio del asterisco’ se distingue por dos elementos: uno, el uso laborioso del lenguaje; y, dos, lo excéntrico del relato mismo, diferente de lo que aquí suele narrarse en un libro. ¿Se coloca intencionalmente al margen de la escritura, digamos, ‘formal’?
- Varios de los primeros lectores, en efecto, coinciden contigo en que se trata de un libro inusual, insular, singular, una verdadera rareza en la narrativa peruana contemporánea y, más aun, en la narrativa peruana en general, y no solo por el uso (mejor, abuso) laborioso (mejor, vicioso) del lenguaje, sino también por el propio tema: son contados, en nuestra tradición narrativa (contados con los dedos de una mano), los libros, como este, dedicados enteramente al sexo. 

Y eso no es todo, porque hay más rarezas: por ejemplo, el humor. El humor también escasea, ya sabemos, en la narrativa peruana, siempre tan seria, solemne, fúnebre, pomposa, por no decir huachafa, y los poquísimos ejemplos con los que contamos han perdido vigencia y creo que ya no hacen reír a nadie. O hablemos también de la rareza, digamos, ideológica: en estos tiempos de hipercorrección política, donde la mayoría de coleguitas confunde la ficción con una columna de opinión, en estos tiempos biempensantes e inquisidores donde el grueso de mis contemporáneos, parafraseando a Los Prisioneros, nunca quedan mal con nadie y, por ende, solo son una m… buena onda, mi libro resulta, pues, ideológicamente anacrónico. 

Por eso José Carlos Agüero lo definió así: “masculinidad tóxica de un hijo del siglo XX” (aunque acotó, por cierto, que mi “desparrame verbal” era “un vacilón”). 

Ahora bien, ¿son deliberadas esas rarezas o singularidades? Sí y no. Es deliberada mi renuncia (o casi asco) a las frases hechas, a la prosa gris en castellano estándar, la prosa periodística, la prosa funcional tramada para traducirse (o sea, venderse), como también es muy consciente mi rebeldía frente a los temas reputados como trascendentes, o los temas impuestos y favorecidos (y también subvencionados) por la academia gringa, puesto que a mí solamente, lo siento, qué se hace, sorry, me interesa mi propia vida y, como dijo Martín Adán, “yo solo sé de mi paso, de mi peso, de mi tristeza y de mi zapato.” 

De hecho, con mi vida es que yo trabajo, con mi vida escribo, y entonces eso, en contraparte, ya no es deliberado. Es inevitable. Natural. Si me apuras: honesto. Y si, además, uno se fija en mis libros previos (ojo que ya van once con el ‘Elogio del asterisco’) notará que hay una evolución, hay una progresión, y que, incluso, en el primer libro se anuncian, aunque tímidamente, todos los recursos que ahora, con total desparpajo, se conjugan en este.


Como ya han comentado algunos expertos en redes sociales, los relatos de ‘Elogio del asterisco’ pueden leerse como un reguetón. A mí, honestamente, me suena más bien a rap. ¿Escribió estos relatos para ser leídos como quien va cantando?
- Ya hubo una cantante de hip hop que fue invitada por los editores a la presentación del anterior libro, ‘Una cocina Surge’, para que cante, a su estilo, y con su propia pista, varios fragmentos de aquel volumen, y en la tercera presentación del ‘Elogio del asterisco’ (porque se ha presentado cuatro veces) alguien leyó un par de páginas acompañado de guitarra y de cajón. 

Yo no sé con exactitud, porque no canto ni toco nada, qué género musical puede adaptarse a lo que yo escribo, pero sí puedo decirte que, para mí, el ritmo es crucial, fundamental, básico, y que a veces he sacrificado (sin ningún remordimiento) el sentido por el sonido. En una novela de hace dos años, titulada ‘Nueve vidas’, los capítulos pares corresponden a diálogos rimados, y en una novela del 2018, titulada ‘Interruptus’, llegué al extremo de aplicar la métrica. No sé si hago prosa para que se cante, pero sí, por lo menos, para que se saboree, se paladee, se disfrute debidamente leyéndola en voz alta.

Los giros del habla en los personajes, la combinación de jergas con frases tomadas del inglés y la alusión a situaciones que no son de conocimiento común aumentan el riesgo de que algunos lectores poco familiarizados ‘huyan’ del texto. Claro, al final el contexto otorga el sentido, sin embargo, ¿la comprensión precisa del relato es un asunto que le preocupa como autor?
- Ojo que no solo hay inglés. También hay italiano y francés y alemán. Y mucho quechua. Incluso árabe. Incluso lenguas eslavas. Y, sí, por supuesto, hay harta jeringa, mucho geranio, y por momentos giros casi penitenciarios, e incluso me sirvo de vocablos muy castizos ya caídos en desuso. ¿Me preocupa la comprensión? Desde luego, cómo no, pero no me preocupan los consumidores de best-sellers (puestos en eso, hay un manifiesto, casi una diatriba, contra ellos en el propio libro) ni aquellos que hacen colas en la FIL para comprar (no sé si leer) lo que pergeña un influencer. Me preocupan los lectores competentes, los lectores entrenados, los lectores con el gusto pulido por años y años de lecturas exigentes. 

Además, exijo reciprocidad. Es decir, si yo chambeo duro para escribir, pido también a mis lectores que chambeen para leer. Y ojo que, por cierto, les ofrezco estímulos, alicientes, para ese trabajo: por ejemplo, el humor. Por ejemplo, el morbo. Y también, por supuesto, les ofrezco el propio disfrute de la dimensión sonora de mi narrativa con independencia del contenido, cosa que, por lo demás, es perfectamente posible (si me apuras, con eso me doy por bien servido): recordemos, para tal efecto, aquellas épocas sin internet en que nos pegábamos a canciones en inglés (o francés: verbigracia, Indochina) sin entender ni jota de lo que decían (o cuando todos cantábamos “huevos con aceite” y “a Huacho me fui”). 


Sin intención de clasificar –no soy crítico literario– y mirando solamente las historias en el libro, encuentro en ‘Elogio del asterisco’ un notable ejercicio de escritura para entregarnos divertidos relatos de desamor. ¿Escribe pensando en la reacción de sus lectores, en eso que los comunicadores llamamos el ‘proceso de la recepción’?
- Creo que ya me adelanté con la respuesta. Me interesa provocar, sí, diversas reacciones. Por ejemplo, si uso tanto el humor es porque quiero que se rían, eso es evidente, o que se rían, al menos, igual que yo (el proceso de escritura de este libro fue tan duro como divertido). Y dado que hay tanto sexo en este libro, procuro también despertar el apetito, digamos, libidinal. Pero acaso la reacción que más me interesa provocar, para ser honestos, es el propio deleite estético.

El poeta Marco Martos ha dicho que ‘Elogio del asterisco’ es “el libro más insólito y seguramente el menos académico” de los últimos 40 años en el Perú. ¿Cómo toma estos comentarios? El término ‘insólito’ puede entenderse en varios sentidos. 
- Como dice Magaly Medina, pero no en el sentido peyorativo que la tal acostumbra, semejante dictamen “lo tomo como de quien viene”, y así también esperamos, mi editor y yo (sobre todo, él), que lo tomen quienes leen esta entrevista, porque, fíjate, se trata de un poeta de mucha nombradía que juzga precisamente una prosa que constantemente flirtea con la poesía, y también se trata, no nos olvidemos, de quien fuera varias veces presidente de la Academia Peruana de la Lengua: es en esa calidad y con esa experiencia que recomienda justamente un libro que juega en cada línea con el propio idioma, que le saca la vuelta, que explota todas sus posibilidades y que, incluso, lo mancilla, profana y ultraja (de modo que hay ultrajes en la historia y hay ultrajes en la forma). En suma, es una opinión muy valiosa que, probablemente, cuando salga la segunda edición, incluiremos en la contratapa o acaso en un cintillo (junto con la “masculinidad tóxica” de Agüero).

¿Tiene algún comentario final para sus lectores, para los críticos?
- Hernán Migoya y Jorge Moreno Matos (conocido en X, o Twitter, como “El vicio impune de leer”), que también han elogiado públicamente mi libro, no deciden aún si se trata de un conjunto de relatos o una novela. Y los hay, por supuesto, que también titubean en clasificarlo como narrativa o poesía en prosa. Yo creo que todas las opciones o lecturas son correctas y, en todo caso, nunca me interesaron las etiquetas ni las definiciones: yo solo escribo, que los demás clasifiquen. 


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(FIN) CCH

Publicado: 29/8/2024