Un alivio al mermado relevo generacional de la agricultura familiar y una mayor presión sobre los bosques. Estos son la cara y la cruz del flujo migratorio de las ciudades al campo en Perú, un fenómeno impulsado por la pandemia de covid-19 que sacudió el selvático departamento de Madre de Dios.
Desde su acomodada finca ubicada a las afueras de la remota localidad amazónica de Iñapari, colindante con Brasil y Bolivia, Verónica María Cardozo y su familia tienen 130 hectáreas de campo en las que pastorean 300 cabezas de ganado.
La mujer, de 52 años, heredó estos terrenos hace más de una década, pero no fue hasta la llegada del nuevo coronavirus que los convirtió en su hogar y en una fuente rentable de ingresos.
"Vino la pandemia y todos hemos venido al campo a esperar y ahora ya nadie se regresa. Es más fácil estar aquí, hemos producido mucho más", relata la agricultora, cuya historia comparten miles de peruanos que, durante el confinamiento, volvieron a sus raíces rurales.
Solo de marzo a diciembre de 2020, se calcula que alrededor de 250.000 peruanos emprendieron su camino de regreso desde los centros urbanos a su oriunda zona rural, según una investigación del Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade) realizada por encargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
"No tenemos la cifra exacta, pero hay un cambio notorio de la gente que ha ido de la ciudad emigrando al campo por la pandemia", comenta el director regional de agricultura de Madre de Dios, Carlos Gutiérrez.
Pese a la ausencia de estadísticas oficiales, la migración al campo, agrega el funcionario, hizo aumentar la presión sobre los bosques debido al cambio de uso de tierra de la actividad agrícola y ganadera que, según el Gobierno, causa el 91 % de la deforestación de la Amazonía peruana.
Prueba de ello es que, de acuerdo al Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP), la expansión agrícola superó en 2021 la de la minería aurífera en el sur de Madre de Dios, una tendencia excepcional en esta región que vive con fuerza la fiebre del oro aluvial.
Revalorización del campo
Pero, a la vez, el éxodo a las haciendas también generó "una revalorización del campo", sobre todo para los jóvenes, que, en las últimas décadas, han tendido a abandonarlo para hallar nuevas oportunidades en la ciudad, subraya el alcalde provincial de Tahuamanu, Abraham Cardozo.
"Ya estamos formando vaqueritos y le están cogiendo gusto los chibolos (niños). Están aprendiendo bastante y la idea es que al menos uno o dos de la familia puedan seguir nuestro proyecto adelante", apostilla Verónica.
Con probabilidad, su sobrino Diogo Flores será uno de ellos. El pequeño, de ocho años, sube a la parte trasera de una pick-up y recorre, como pez en el agua, los pocos kilómetros que separan la finca de su tía y la de su abuelo, luciendo un cinturón cowboy de grandes hebillas.
"Tengo cuatro hijos y los cuatro se dedican a la crianza de ganado, inclusive ya tengo nietos que están metidos dentro del campo y creo que esto va a ser el futuro", comenta señalando a su nieto Manuel Flores Ríos, desde su hacienda de Iñapari, que se extiende por más de 300 hectáreas.
Manuel y su familia son algunos de los 230 productores que han recibido capacitaciones de World Wildlife Fund (WWF), una ONG que ha implementado diez escuelas de campo para promover una ganadería más sostenible en Madre de Dios, con talleres con enfoque de género y juventudes para involucrar a toda la familia en la actividad agrícola.
Además del programa "Ganaderos Sostenibles", los productores que acuden a las escuelas de WWF cuentan con sesiones denominadas "Mujeres Ganaderas" y "Ganaderos del futuro", que buscan cerrar brechas de género e impulsar el relevo generacional de la agricultura familiar, ahora menos agonizado como efecto colateral de la pandemia.