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Historias de tres mujeres que tras las rejas recuerdan a sus hijos

Ellas trabajan mientras van purgando sus penas en el Penal de Mujeres de Chorrillos

ANDINA/Melina Mejía

ANDINA/Melina Mejía

16:30 | Lima, may. 13.

Tres mujeres que cumplen condenas cuentan su experiencia de vivir la maternidad desde el penal de Mujeres de Chorrillos, donde la mayoría de reclusas son madres. Porque entre rejas, el Día de la Madre se vive de manera muy sentida.

Ya han transcurrido ocho meses y la interna Caridad Rengifo, de 35 años, se convertirá por tercera vez en mamá. Hubiera preferido que su primer hijo varón, Antonio Caleb, nazca en otras circunstancias; sin embargo, nada tiene que reprocharse con su esposo, un efectivo de la Policía, pues considera como “un milagro” esta noticia.


“El nacimiento de mi hijito es un regalo de Dios, pues a pesar de los métodos anticonceptivos y los cuidados que tuve con mi esposo, pronto tendré la oportunidad de criar a este bebé, por más tiempo, aquí en el penal, a diferencia de mis otras dos hijitas que están al cuidado de su padre en el ‘exterior’”. 

Caridad cumple una condena de nueve años: hallaron droga en su camión, en el que cargaba plátanos desde la selva. 

Para ella, los días no son fáciles en este penal, conocido como Santa Mónica. Todas las mañanas sale desde su pabellón, en el Adonisterio, hacia el taller de Manualidades Varias, junto a otras 30 compañeras, a fin de dar forma a decenas de peluches Zavibakas, la mascota del Mundial de Fútbol Rusia 2018, que se venden como pan caliente en los días de visita.

Este emprendimiento es muy celebrado por el Instituto Nacional Penitenciario (Inpe). La directora del penal, Margot Rojas, ha felicitado a Caridad porque aprovecha su tiempo en reclusión. 

En la clínica del penal, ella recibe los cuidados necesarios del personal médico. “Si se diera una emergencia, en solo 30 minutos la trasladamos al Hospital María Auxiliadora”, afirma una agente.

Cambiando el look


En el taller de peluquería, las vísperas del Día de la Madre fueron de mucho trabajo para Diana Rondinel (30), recluida por tráfico de drogas desde hace tres años y seis meses.

Entre secadoras de cabello y cepillos, la interna ha atendido diariamente a una decena de compañeras que le exigían ponerlas hermosas para recibir a sus familiares.


Su público la prefiere de entre las 24 compañeras del taller, por ser cuidadosa y detallista. Sin embargo, hoy, cuando su expareja llegue trayendo a su hijo de 11 años al recinto, suspenderá todo, no habrá atención.

“Cuando llegue, le voy a recibir con un desayuno especial”, dice Rondinel, quien tiene otros dos niños, a quienes no podrá ver, pues están a cargo de sus padres en Los Ángeles y en el Vraem.

Cuenta que hoy vive más tranquila. No como el día que ingresó al penal de Chorrillos, cuando la angustia la asfixiaba hasta la muerte, por no saber cuál sería el destino de sus hijos y, además, porque fue trasladada en una unidad móvil de Inpe con un hombre enmarrocado, acusado de violación. 

Abuela mazamorrera


A diario elabora tres ollas de mazamorra morada y utiliza 150 litros de chicha. Pero también aprendió a preparar ricos postres como arroz con leche, sanguito, mazamorra de calabaza y dulce de sémola. Una técnica penitenciaria le enseñó todo lo que ahora sabe.

Luisa Villalobos, de 47 años, es abuela de tres niños que viven en Cañete, pero confiesa que la menor, de cuatro meses, es la única que transforma su rostro y la hace sonreír para olvidar la soledad del encierro.

“Ya no recibo la visita de mi hija, de 25 años, y mi hijo, de 22. Viven muy lejos y es difícil que vengan al penal”, cuenta. En su ambiente de reclusión ubicado en un segundo piso, ella revisa las fotos de todos sus seres queridos sobre el colchón de su camarote.


A la abuela Luisa la detuvieron por hurto agravado. “Yo cometí el error de quedarme callada en un hecho que cometieron otras dos personas. Creo que me equivoqué y me condenaron a cuatro años de prisión”, confiesa, arrepentida.

Ya hizo sus cálculos y pronto armará su expediente para salir de la cárcel. Pero aún está pensando lo que hará con su futuro, ya que una amiga le ha propuesto trabajar cerca a la plaza de Armas de Cañete para vender anticuchos, arroz con pato y carapulcra.

“Si van a San Vicente de Cañete me podrán encontrar, pues allá todos me conocen”, nos invita la robusta morena. Hoy ya cuenta con un oficio que la ayudará a reinsertarse en la sociedad. 

Cabe anotar que 600 de las 734 internas del penal de Chorrillos son madres.

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(FIN) DOP/ART

Publicado: 13/5/2018