En los cientos de casos de violencia contra la mujer, la historia del agresor siempre se reduce a calificativos: “desgraciado”, “cobarde”, “machista”, “perverso” o “enfermo”. ¿Pero cuál es la verdadera historia detrás de ellos? ¿Son acaso también víctimas de una sociedad machista? ¿Pueden cambiar o es imposible?
Para resolver estás interrogantes que siempre se han quedado en el aire cuando hay una justificada indignación por la agresión contra una mujer, el
Diario Oficial El Peruano visitó el Centro de Atención Institucional (CAI) de Carmen de la Legua, un espacio en el que se brinda atención reeducativa a hombres sentenciados o procesados por ejercer violencia contra su pareja o expareja.
El CAI es un servicio del Programa Nacional Contra la Violencia Familia y Sexual del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, que está dando, por los testimonios recogidos (leer recuadros), buenos resultados y abre la esperanza de que esas historias de violencia terminen en paz.
Machismo aprendido
Conversar con D. J., R. C. y L. M. , tres asistentes al servicio, nos permitió identificar algo en común en estos tres procesados por violencia contra la mujer: fueron criados en un ambiente machista, en el que se les enseñó que el hombre es quien manda, decide y no llora.
La psicóloga Ysabel Guillén Yarasca, coordinadora del servicio CAI, explica que el machismo es un aprendizaje de generación a generación, es decir, no se nace teniendo esas actitudes.
En casa se le enseñó a la niña que debe atender al papá o a los hermanos. A los niños se les enseñó a ser fuertes y, muchas veces, asumir un papel de superioridad ante la mujer: “ser el jefe de familia”.
“Actualmente, las madres tienen la misión de buscar una igualdad en la formación y educación de sus hijos. Las tareas en el hogar deben ser iguales tanto para hombres como para las mujeres. Solo de esa forma construiremos una sociedad con igualdad y equidad”, sostiene Guillén.
¿Cuándo el machismo se desata en violencia? La especialista explica que esto sucede porque estos hombres tienen la percepción de que la mujer es de su propiedad y usan la violencia para ganar beneficios, pues al gritar y pegar logran que hagan lo que él quiere.
“Todo esto son aprendizajes de una sociedad machista, patriarcal... desde que el bebé está en el vientre de la madre, ya le asignan el color; rosado si es mujer o celeste si es hombre”, refiere.
Cambio posible
Guillén Yarasca señala que en los CAI, que son tres a escala nacional, reciben a hombres que llegan con ideas y percepciones irracionales y equivocadas, pues así lo han aprendido.
¿Es posible que cambien? La psicóloga afirma que sí, pero para lograrlo ellos deben reconocer que han ejercido violencia y que eso está muy mal.
“Es el primer punto de partida para que puedan reeducarse y tener nuevos aprendizajes sobre cómo relacionarse con su pareja, aceptar que la violencia afecta a su familia y a él, porque al final muchos de ellos terminan separados”, detalla.
Sin embargo, la especialista aclara que los procesados por tentativa de feminicidio o violación, adictos a las drogas o el alcohol u otros delitos penales no entran a este servicio.
Solo en este año, hasta agosto, los CAI han recibido a 1,752 hombres derivados por el sistema judicial para recibir un tratamiento reeducativo.
“Un 50% se va quedando en el camino por diversas razones. Una de ellas es la carga emocional porque muchos también tienen una historia de violencia, han sido violados, maltratados, no han tenido un profesional que los haya orientado en su momento. Entonces, se van quedando porque ya necesitan un acompañamiento psiquiátrico permanente, más integral”, explica.
Pero hay un 50% que sale de aquel hoyo que afectó su vida. Asisten a 32 sesiones en seis meses y son asistidos por profesionales de psicología, psicoterapia y trabajo social.
La demanda del servicio crece cada año, pues la Ley N° 30364, para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, se aplica y las sentencias de reeducación para los agresores se cumplen. Estos hombres tienen una segunda oportunidad.
Testimonios
“He aprendido a ser pareja”
“Cuando empecé asistir al tratamiento, lo hacía por obligación, porque el juez lo ordenó, pero ahora, este aprendizaje lo siento como parte de mi vida. Me ha ayudado a compenetrarme con mi pareja, a saber escucharla mejor, a ser una pareja de verdad. Muchas veces, por la sociedad machista en la que vivimos, me cerraba en mis ideas, pensaba que como hombre siempre tenía la razón. Eso es algo que aprendí en el colegio, en mi casa, con los amigos. Uno va creciendo con esa mentalidad. Con las charlas he aprendido mucho, sobre todo las técnicas para controlarme. Muy buena es la técnica del retiro, que la tengo bien marcada. Cuando estoy en un momento tenso con mi pareja, tomo la decisión de retirarme del ambiente para reflexionar y luego retomar la conversación y llegar a un mutuo acuerdo. Antes era más impulsivo y cerrado. Estas charlas han cambiado mi vida”.
“Salvé mis 31 años de casado”
“Mi señora me denunció, y así llegué al CAI. Quizás cómo llegué al centro no me gustó, pero valió la pena porque sacó las cosas positivas de mí. Me han servido bastante las sesiones; creo que antes de casarnos debemos pasar por estas charlas. Ahora tengo otra manera de pensar. La relación con mi esposa ha mejorado notablemente. Antes yo era muy explosivo, pero ahora no, pienso más, me proyecto mentalmente y reflexiono. Antes tomaba decisiones rápidas y actuaba así [con violencia] por la formación antigua. Mis 31 años de casado casi se van al tacho, pero ahora puedo decir que los salvé. Vivo en armonía con mi esposa. Las charlas me han permitido entenderme como persona y, luego, entender a la mujer. En lo personal, me han servido mucho; gracias a las técnicas aprendidas, ya sé cómo hablar y en qué momento hacerlo.”
“Ahora sé controlarme”
“Mi esposa me denuncia por violencia psicológica, la que llegó a empujones. La situación que vivía con mi señora ya era descontrolada, pues nos atacábamos. Para mí fue molesto llegar al CAI; pensé que no tenía razón de ser y que por las puras venía a las sesiones, pero al acudir a las charlas y escuchar los casos de los demás usuarios me daba cuenta de que lo que me sucedía no era normal. Fui descubriendo que las cosas que pensaba que estaban bien, estaban mal. Cuando empecé el tratamiento, me separé de mi señora; ahora, ya hemos vuelto. Estamos bien, siempre hay discusiones, pero no nos gritamos ni insultamos. Ya no alzo la voz ni intento imponerme a la fuerza. Aprendí a controlarme, escuchar y buscar el error y tratar de solucionarlo conversando. Antes, era el único que decidía. El CAI me ha enseñado pautas de convivencia”.