Érase una vez, hace 10 millones de años, un árbol de 30 metros de altura se erigía en la provincia de Espinar, en la región Cusco, que ahora se caracteriza por el inclemente frío seco y el viento que azota. El ambiente es tan extremo que es prácticamente imposible que allí pueda crecer algo más que pastos. Surgieron, entonces, numerosas interrogantes que requerían respuestas. Alístese para viajar en el tiempo, gracias a las historias que cuentan las rocas y los fósiles estudiados.
Un lugar ideal para estudiar el levantamiento de los Andes es la meseta central andina, ubicada a más o menos 4,000 metros sobre el nivel del mar y donde los extensos pastizales, las temperaturas bajas y los vientos muy fuertes dominaban el paisaje: el ecosistema denominado puna.
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La paleontóloga colombiana Camila Martínez, becaria posdoctoral en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, en Panamá, sostuvo que las rocas y los fósiles en la meseta central andina contienen información única para entender el levantamiento de los Andes. Y el lugar elegido fue el Perú.
El objetivo inicial de un grupo de científicos y estudiantes de instituciones de investigación y universidades norteamericanas y latinoamericanas era determinar si se habían preservado plantas fósiles en la zona norte del altiplano, porque “los fósiles de plantas nos permiten viajar en el tiempo y reconstruir los ecosistemas y climas pasados”.
Durante tres años consecutivos los científicos y estudiantes viajaron a la provincia cusqueña de Espinar para colectar fósiles de plantas, que incluían polen, madera y hojas.
Un verdadero tesoro
Se hicieron tres expediciones, cada una de varias semanas. La primera en 2014, luego en 2015 y la última en 2016. “Nuestra base era Espinar y de ahí explorábamos todas las zonas aledañas que corresponden a la cuenca de Yauri. Los años posteriores fueron de observación de muestras, análisis de datos, escritura y publicación”, contó a la Agencia Andina.
Cuando empezó la expedición, los investigadores le explicaron a los habitantes cuál era el objetivo y, de inmediato, estos los llevaron a conocer lo que sería un tesoro: un enorme árbol fosilizado que había sido excavado por Florentino Tunquipa.
“Al verlo quedamos impactados porque no esperábamos encontrar árboles fosilizados tan grandes en ese lugar. Desde ese momento empezamos a preguntarnos qué árbol podría ser este, por qué estaba allí y qué tan viejo era”, revivió la paleontóloga experta en botánica.
Este árbol tenía 75.4 centímetros de diámetro y una longitud aproximada de 6 metros. Por el diámetro se puede estimar que tuvo una altura de entre 29.8 y 34.6 metros.
“Si hoy vemos a qué elevaciones crecen árboles de este tamaño, encontramos que es probable que no crecieran arriba de los 1,700 metros. Las células de este árbol y los demás que hallamos también se asocian a condiciones de elevaciones bajas o medias”, refirió.
Este árbol, en consecuencia, entregó evidencia clara de que el pasado del altiplano era muy diferente al de hoy en día, lo que fue confirmado tras estudiar otros cientos de fósiles encontrados, que no solo eran de madera, sino también de hojas, frutos, polen y esporas de plantas, así como las rocas que los contienen.
Para poder saber la edad del árbol y su contexto geológico se hicieron análisis estratigráficos y de datación radiométrica uranio-plomo en circones, y se correlacionó la información con estudios previos.
“Después de varios años de estudio pudimos concluir que este árbol tiene 10 millones de años, lo que significa que es 40 veces más viejo que la humanidad. Los árboles pudieron ser tan altos como un edificio de 10 pisos”, explicó a la Agencia Andina.
También descubrimos que "este árbol pudo vivir aquí porque la elevación de esta región, hace 10 millones de años, era la mitad de lo que es hoy [no alcanzaba los 2,000 metros]. Hubo un bosque de montaña con muchos árboles, palmas, helechos”.
Todos los fósiles estudiados dieron una idea de los grupos de plantas que vivían en ese entonces y luego, al mirar en dónde viven estas plantas hoy, podemos también tener una idea de las condiciones climáticas y la elevación en que sobreviven y así proponemos, por medio de análisis cuantitativos y miles de datos de plantas modernas, los rangos de precipitación y elevación en el pasado, señaló.
Viajar en el tiempo
Los resultados de la investigación, que recientemente han sido publicados en la revista científica
Science Advances, sugieren que el levantamiento de la cordillera de los Andes causó una reducción en la precipitación del norte del altiplano.
“Los fósiles de plantas, una vez datados, nos permiten viajar en el tiempo y reconstruir los ecosistemas y climas pasados. Los fósiles que encontramos acá [en Espinar] nos dieron acceso a dos ventanas de tiempo”, explicó.
Una ventana de más o menos 5 millones de años atrás (Plioceno), que permitió concluir que desde ese entonces la elevación, la vegetación y el clima eran similares a los actuales; no obstante, era menos seco y muchas más especies de helechos lograban sobrevivir.
En la siguiente ventana, que abarcaba entre aproximadamente los 18 y los 9 millones de años atrás (Mioceno), se encontraron palmas y árboles de gran altura.
“Esto fue una gran sorpresa porque nos daba una evidencia clara de que en tan solo 4 millones de años la elevación había cambiado cerca de 2,000 metros y con ello la vegetación y el clima, este no solo era más cálido sino también casi tres veces más húmedo que hoy en día”, reveló.
Gracias a estas condiciones fue que este gran árbol pudo vivir en Espinar, junto a los demás fósiles que permitieron entender que este era un bosque de montaña, pero uno muy singular, en donde convivían grandes árboles hoy dominantes en tierras bajas junto a arbustos o hierbas.
El origen de la puna
Estos hallazgos, en síntesis, permitieron proponer una edad de origen para la puna de al menos 5 millones de años; proveer evidencia independiente para soportar hipótesis previas acerca del levantamiento por pulsos del Altiplano; y describir un ecosistema de montaña para el Mioceno sin análogos actuales.
Hoy en día, las planicies de la meseta central andina se encuentran dominadas por la puna, un tipo de ecosistema cubierto por extensos pastizales y algunos arbustos, en donde la gran elevación (4,000 metros sobre el nivel del mar), el frío, el viento y las condiciones mayormente secas a largo del año no permiten el crecimiento de árboles.
La paleontóloga remarcó que las montañas y los fósiles nos recuerdan la larga historia de un planeta que está en constante transformación. Además, las montañas son estructuras dinámicas que modifican nuestro clima y la biodiversidad de la región.
Prueba de ello es que “la cordillera de los Andes aún hoy continúa elevándose. Su gran extensión y altura constituyen una barrera determinante en el clima de Sudamérica y en la distribución y la diversidad [especies andinas y amazónicas]”, sentenció Martínez.
Y esta historia no ha terminado. Es apenas el principio de futuras investigaciones para descifrar la información que atesoran las montañas y los fósiles en la meseta andina central de Perú y reafirma la importancia que estudios de este tipo abonan a una mejor convivencia del hombre con la naturaleza en la casa de todos: la Tierra.
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