Corría el año 1987 y un grupo de 22 peruanos, la mayoría de ellos jóvenes, recibió un importante encargo que debía mantenerse en total secreto: construir el papamóvil en el que Juan Pablo II se desplazaría por Lima en su segunda visita al Perú, pero con un blindaje tal que pueda resistir no solo balas sino incluso un fusil de guerra.
En esa época el terrorismo amenazaba el país y las medidas de seguridad para recibir al Santo Padre debían ser extremas, recuerda el actual gerente de la empresa especializada en blindaje American Security del Perú, Jaime Morales Dora, quien aquella vez tenía apenas 25 años.
"Teníamos una gran motivación y responsabilidad porque estábamos trabajando para el hombre más importante del mundo en ese momento y teníamos una fecha de entrega, sin prórroga, pero además todo debía mantenerse en secreto", cuenta Morales a la Agencia Andina.
El diseño comenzó a hacerse sobre una camioneta importada 4x4 Pick up simple. El tiempo establecido era tres meses de diseño y otros tres meses de implementación. El trabajo avanzaba pero cuando llegó la información de Seguridad del Estado de que podía haber un atentado contra el Papa con armas de guerra, la empresa tuvo que variar todo. El diseño inicial no servía porque solo resistía armas cortas.
Comenzaron a trabajar de nuevo, pero esta vez de manera más intensa. Morales y sus compañeros solo dormían dos o tres horas al día porque el trabajo en este campo es totalmente artesanal (se desmonta prácticamente todo el carro) y no podía perderse de vista ningún detalle que pusiera en peligro la vida del Sumo Pontífice.
Pedro, uno de los trabajadores que acompañó en este encargo, recuerda que la fábrica donde hicieron el papamóvil era prácticamente su casa y que si bien en ese tiempo estaba soltero, sus padres pensaban que tenía una enamorada con la que había comenzado a vivir.
Al final, el vehículo acondicionado pasó a pesar de una a tres toneladas. Tenía lunas blindadas tan gruesas y fuertes que resistían el ataque de un fusil, iluminación interna, bastante área vidriada para que el pueblo lo pueda ver, aire acondicionado y un sistema de perifoneo a través del cual podía dirigirse a sus seguidores.
Durante la construcción, surgieron una serie de anécdotas como que apareció el dibujo de una cruz en la carrocería del carro. Todo esto pensaba contárselo a Juan Pablo II cuando le entregó el papamóvil en el aeropuerto, pero no se lo permitieron. "Entregué las llaves y regresé", dijo. Recuerda, no obstante, cómo se emocionó absolutamente cuando lo vio recorrer Lima, en mayo de 1988, en el auto adaptado con ocasión del Congreso Eucarístico y Mariano.
Pero el último día llegó la gran noticia para quienes hicieron el papamovil: Juan Pablo II los iba a recibir en una audiencia en la Nunciatura Apostólica. "La exaltación era total y absoluta, queríamos contarle las anécdotas y lo que nos costó hacerlo".
No pudo. "Estaba frente a él y me quedé mudo por completo. Sentí una energía, algo especial, me paralicé, fue increíble, nos agradeció por el Papamóvil como si le hubiéramos salvado la vida, pero yo no pude decir nada".
Como recuerdo de ese encuentro que nunca se repetirá, don Jaime lleva todos los días un llavero que le entregó el mismo Karol Wojtyla. Es como su amuleto, no se separa de él ningún día. Pero además tiene como recuerdo las llaves del Papamóvil y la placa de oro y plata que tenía el auto. Todo lo demás, está en su memoria y en el recuerdo de sus sensaciones.
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