Andina

Cordillera Huayhuash: las puertas del cielo ancashino

ANDINA

10:54 | Lima, jul. 01.

Vamos despacio. En esta altitud, debemos evitar que el mal de altura nos gane. Estoy arriba y respiro el límpido aire de una de las cadenas montañosas más espectaculares del mundo, la cordillera de Huayhuash, la cual se despliega en los límites de Lima, Huánuco y Áncash.

La sorpresa mayor está en Lima, pues en esta región la majestuosa cordillera Huayhuash ha sido prolija. Por eso me decido a visitarla y permitirme la bendición de sus heladas energías. Y acá estoy, agitado y feliz.

La tosca carretera me sube entre precipicios y polvareda. Hace nueve horas que dejé mi ciudad y Cajatambo, capital de la provincia del mismo nombre, en la esquina noreste de Lima y en pleno territorio de la imponente cadena montañosa
de Huayhuash, me da la bienvenida. 

Este es un típico pueblo andino, de callecitas que se pierden entre los vaivenes de su desigual terreno, con una bella iglesia colonial.

En Cajatambo, la iglesia refulge en pulcro blanco, adornada con celestiales figuras que trepan su portada. Semana de Corpus Christi, hay fiesta en el pueblo.

Los huancos, ataviados con piel de zorro, un vistoso vestuario y hermosas monteras sobre sus cabezas, se entregan a una singular y acompasada danza preínca, de esencia guerrera, con 22 pasos, cada cual único.

De pronto, se escuchan unas vocecillas burlonas y varias campanillas sueltan su sonido al viento. Son los negritos, que bailan en jolgorio y se dirigen a la plaza, acompañados por un arpista y un par de saxofonistas y violinistas, los que ejecutan una melodía que se escucha medio tristona.

Los negritos representan, con sorna, el penoso trance de los esclavos de la época colonial. Llevan una manta colorida y cubren sus caras con máscaras. Un capataz, a latigazos, trata de controlarlos. 

Los dos barrios cajatambinos, Antay y Tambo, se dan de lleno para dejar en claro cuál de ellos es el mejor.

La sopa de piedra

El almuerzo está a punto y recalo en la casa de un funcionario, encargado de la fiesta de ese año. Me ofrecen un humeante caldo a base de papa seca y varias carnes, al cual colocan unas piedras muy calientes, siendo este detalle parte importante de este singular plato. 

La susodicha piedra le da el toque especial a la sopa de piedra, toda una exquisitez cajatambina y su plato emblemático. Calientitos van, calientitos vienen el calientito es un trago preparado a base de aguardiente de caña, miel y limón– y llega la noche; yo, discretamente, me retiro a descansar. A la mañana siguiente, las montañas fabulosas esperan.

Portada al cielo

El día está estupendo. De los techos de las cocinas, el humo del desayuno nos da los buenos días y el aroma del pan calientito impregna el ambiente.

Los huancos siguen con sus sutiles pasos; y los negritos hacen de las suyas. Tomo un tazón de leche con café y devoro varios panes con el delicioso queso cajatambino y me aseguro con varias provisiones para el camino.

La travesía entre las moles nevadas de Huayhuash, el mayor tesoro natural de Cajatambo, está por comenzar. 

Las acémilas están listas nosotros, también. Una camioneta nos sube, en unos 30 minutos, hasta Cruzpunta, desde donde los siguientes días, los gigantes montanos serán nuestros compañeros de ruta en una caminata sencillamente maravillosa.

A la cordillera Huayhuash, muchos especialistas la califican como una de las cadenas montañosas más espectaculares del mundo, superando a muchas rutas que se hacen en el Himalaya. 

Se despliega en unos 40 kilómetros de quebradas, valles, glaciares, nevados, precipicios y lagunas de postal. Todo el recorrido, desde el primer día en que tocamos las gélidas aguas de la laguna Viconga, es sorprenderse ante la grandeza de los andes.

Desafío de altura

Debo ir despacio, sí. El recorrido se hace casi siempre a más de 4,000 metros y llegar a los abras supone trepar y pasar de los 5,000 metros de altitud, todo un reto para cualquiera, pero que regala panoramas que quitan el aliento al espíritu
más tozudo. 

Desde los abras, como Cuyoc y el espléndido San Antonio, perfectos miradores, el despliegue nevado es abrumador.

Es verdad, llegué a ellos con el corazón casi explotando, pero valió el esfuerzo, pues lo que mis ojos admiran es un enorme y espectacular anfiteatro montañoso, liderado por el macizo del nevado Yerupajá, que eleva sus cornisas heladas hasta los 6,634 metros de atemorizante altitud. 

A cada lado, cual séquito real, se reparten nombres tan subyugantes como Sarapo, Rasac, Siulá, Jirishanca, Carnicero, Jurau y un congelado etcétera con altitudes que sobrecogen, varios superando los 6,000 metros. En esta inmensidad, el viento sopla y silba, brindando un gélido concierto montano.

Pero, cuándo no, existe una sombra que pulula sobre estos macizos. Y no es la sombra de las nubes. Al ver su enormidad, me cuesta creer que estén amenazados, pero es la verdad.

Al deshielo, acelerado por el fenómeno del calentamiento global, se suma el problema de los denuncios mineros, los cuales frenan la declaratoria definitiva de Huayhuash como área natural protegida y solo la han arrinconado, desde el 2002, a la timorata definición de ‘zona reservada’, esperando la consabida declaratoria. Ojalá festejemos pronto que Huayhuash sea área natural protegida, ojalá.

Al tiempo no le da la gana de detenerse. Pasan los días y ya es hora de retornar nuevamente a Cajatambo. Regreso sorprendido, admirado, reflexivo. Los negritos y los huancos se guardaron hasta el próximo año. Es de noche. 

En el hostal reviso cada foto. Las imágenes del Yerupajá, del Rasac, del Jirishanca y de tantos colosos nevados, desfilan ante mis ojos. La cadena aún está impoluta, bueno, casi impoluta.

Mientras tanto, un temor me asalta: ¿hasta cuándo? Y con esa incertidumbre rondando, me quedo dormido. Sueño, sí, sueño que despierto y los fantasmas de los denuncios ya no están. Déjenme soñar. Aunque sé que la realidad es otra, pero aun así quiero seguir soñando. Además, muchas veces los sueños se hacen realidad.

(FIN) DOP/LIT/MAO

Publicado: 1/7/2015