Cocodrilo de Tumbes: conoce a la única especie de este tipo que vive en Perú

Centro de conservación protege a esta especie amenazada por el tráfico ilegal y la pérdida de su hábitat

Conoce las acciones que se realizan para proteger y conservar al cocodrilo de Tumbes, la única especie de su tipo que vive en Perú. Solo se puede encontrar en dos ríos de Tumbes y está en peligro de extinción. ANDINA/Difusión

Conoce las acciones que se realizan para proteger y conservar al cocodrilo de Tumbes, la única especie de su tipo que vive en Perú. Solo se puede encontrar en dos ríos de Tumbes y está en peligro de extinción. ANDINA/Difusión

14:05 | Tumbes, nov. 20.

El cocodrilo de Tumbes (Crocodylus acutus) se ha convertido en un símbolo para la región norteña y motivo de orgullo. Esta especie habita únicamente en las cuencas de los ríos Tumbes y Zarumilla y su presencia es un indicador de la buena salud de los ecosistemas acuáticos en los que habita.

Este reptil es un animal de inmenso tamaño. Puede llegar a medir hasta seis metros. Su cuerpo es grisáceo con manchas oscuras. Su vientre es claro y liso. Lo más atemorizante de su cuerpo son su enorme hocico, sus dientes filudos y su musculosa cola.


Además, por las altas temperaturas en las que viven, los cocodrilos de Tumbes son ectotérmicos, lo que significa que pueden regular el calor de su cuerpo. Por ello, cuando elevan su temperatura corporal, se sumergen en el agua o abren la boca para eliminar la sensación de calor.

Acciones de conservación


El cocodrilo de Tumbes es uno de los animales que se encuentra en mayor peligro de extinción. Por ello, diferentes organizaciones lo protegen en el Perú y el mundo. Debido a ello es importante las acciones que realizan entidades como el Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero (Fondepes) y el Organismo de Supervisión de los Recursos Forestales y de Fauna Silvestre (Osinfor) que a continuación revelamos.


El calor de Tumbes se siente distinto cuando uno se acerca en bote al centro de conservación de fauna silvestre, en el centro poblado Villa Puerto Pizarro. El aire huele a manglar, el sol se refleja en los estanques y el silencio se rompe solo con un chapoteo. A simple vista, parece una isla apartada del mundo, pero allí, bajo la sombra de los algarrobos y el canto de las garzas, habita una historia de resistencia: el cocodrilo de Tumbes (Crocodylus acutus), una especie que estuvo al borde de desaparecer y que hoy vuelve a respirar gracias a la paciencia humana y a la vigilancia constante del Estado peruano.

Inmóviles, casi imperceptibles con el barro y el reflejo del sol, estos cocodrilos parecen esculturas vivas. Bajo el cielo ardiente de Tumbes, permanecen en silencio, con los ojos entreabiertos, observando todo, vigilando todo. Flavio Saldarriaga, responsable del Centro de Conservación para el Cocodrilo de Tumbes del Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero (Fondepes), camina entre los recintos con la seguridad de quien conoce cada ruido, cada mirada.

“Este lugar nació para conservar una especie emblemática que existe solo en el norte del país. El objetivo siempre fue claro: evitar su extinción y asegurar su perpetuidad en el tiempo”, dice mientras el sol ilumina las escamas verdes de los cocodrilos que reposan imperturbables al filo del estanque.


En sus inicios, el equipo de Fondepes tuvo que pasar meses navegando ríos, buscando entre manglares, para encontrar un ejemplar de esta especie. El propósito era rescatarlos para iniciar su reproducción en cautiverio con fines de conservación, antes de que desaparecieran por completo. Durante décadas, el cocodrilo de Tumbes fue víctima de la caza ilegal, perseguido por el valor de su piel, su carne y hasta sus huesos.

En la actualidad, con el acompañamiento técnico del Osinfor, en este centro de conservación viven más de 320 ejemplares, entre ellos juveniles y los primeros reproductores que fueron ubicados a fines de los noventa. Cada uno es testimonio del esfuerzo de conservación que, más allá de los muros, simboliza la lucha por proteger la biodiversidad del norte peruano.


Los años de observación y paciencia en este centro no solo aseguraron la supervivencia de la especie, sino también el conocimiento sobre ella. A partir de esa experiencia, se definieron las pautas y técnicas adecuadas para criar cocodrilos en condiciones controladas. Ese trabajo pionero sirvió de base para que el Fondepes elaborara el Protocolo de crianza del cocodrilo de Tumbes en cautiverio, una guía que hoy marca el camino de su conservación en el país.

Héroes de la especie


Alejado de las mallas de seguridad, José Jacinto Morales observa con calma. Tiene 28 años trabajando en el centro, es uno de los cuidadores más antiguos, pero todavía se emociona cuando recuerda sus primeros días. Su rutina empieza antes del amanecer, revisando las pozas, preparando el alimento y trasladando a los cocodrilos al laboratorio para su evaluación veterinaria.

"Yo los he visto crecer. Cada uno tiene su carácter. Algunos son más tranquilos, otros se enojan si te acercas mucho. Pero si uno los conoce, aprende a respetarlos. A veces la gente nos pregunta si no tenemos miedo, pero ellos ya nos reconocen, saben quién los cuida, quién los alimenta. Yo me siento muy feliz de contribuir a la recuperación de esta especie en peligro de extinción", dice con una sonrisa que mezcla orgullo y ternura.


Jacinto lleva tantos años trabajando en el centro que ve a los cocodrilos como parte de su familia. Ha visto romper el cascarón a los primeros ejemplares nacidos en cautiverio, al igual que su hijo Miguel, quien también trabaja en este centro de conservación y se encarga de limpiar los corrales, de alimentar a los cocodrilos más grandes y de guiar a los visitantes. Padre e hijo tienen su preferido: Godzilla, un ejemplar de 3.50 metros, 300 kilogramos y uno de los primeros nacidos en cautiverio.

"A Godzilla yo lo vi nacer, lo vi desde chiquitito. Nació de 30 centímetros y ahora mide más de 3 metros, por eso le pusimos ese nombre. Es el más desarrollado, el más grande de todos, el más dominante en su poza, pero también el cocodrilo más noble", expresa Jacinto con un tono familiar, casi paternal.

Supervisiones que transforman


El trabajo en este centro va mucho más allá de la crianza. Aquí también se realizan recorridos guiados que se convierten en una experiencia educativa que permite a escolares, universitarios y turistas descubrir el valor ecológico del cocodrilo de Tumbes, un depredador esencial que mantiene el equilibrio de los ecosistemas costeros.

Al año, más de 60,000 visitantes nacionales e internacionales recorren sus instalaciones, atraídos por la singularidad de esta especie y por el valor educativo del espacio. Esta afluencia no solo promueve la educación ambiental, sino que también dinamiza la economía local, generando ingresos para las familias de la zona a través de servicios turísticos, transporte, alimentación y artesanía. Así, el centro se ha convertido en un eje que conecta la conservación con el desarrollo sostenible, demostrando que proteger la naturaleza también puede crear oportunidades y bienestar para las comunidades que la rodean.

Pero nada de esto sería posible sin la supervisión y el acompañamiento técnico del Osinfor, que se encarga de verificar que el manejo de la fauna silvestre sea legal y sostenible. A través de sus visitas de campo, la entidad verifica que cada acción dentro del centro —desde la alimentación hasta la reproducción— cumpla con lo establecido en su plan de manejo aprobado por la autoridad competente.

El informe de supervisión confirma que este centro de conservación mantiene sus instalaciones en óptimas condiciones, con medidas de bioseguridad, limpieza diaria y controles veterinarios periódicos. Gracias a este compromiso con la legalidad y la mejora continua, en junio de 2025, obtuvo su constancia de cumplimiento de obligaciones, un reconocimiento oficial que certifica su gestión responsable y refuerza la confianza y competitividad del sector.

“El Osinfor no solo supervisa, también orienta y brinda asistencia técnica para mejorar la gestión del centro. A lo largo de los años hemos emitido recomendaciones que han sido implementadas con éxito, mejorando la funcionalidad del establecimiento tanto para los cocodrilos como para los visitantes. Ese compromiso con la mejora continua ha permitido que obtenga una calificación de muy bueno y reciba su constancia de cumplimiento de obligaciones", explica Fredy Palas Yarcila, coordinador de la oficina desconcentrada del Osinfor en Chiclayo, responsable de la jurisdicción de Tumbes.

Mientras el sol cae sobre La Tuna Carranza, el silencio vuelve y los cocodrilos se sumergen lentamente en el agua tibia. En ese instante, uno comprende que este centro no es solo un espacio de cría, sino un refugio de esperanza. Una historia viva que demuestra que la conservación no solo ocurre por ley, sino por amor. Porque aquí, entre el sol y el agua, los guardianes del norte siguen velando por la vida, recordándonos que aún hay historias que merecen ser salvadas.

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(FIN) NDP/MAO

Publicado: 20/11/2025