En Arequipa se yergue la magnífica arquitectura de sillar que permite, proponiendo un paisaje níveo que se torna inolvidable cuando contrasta con el azul intenso del cielo. Esta ciudad postal recibe cada año a miles de turistas para mostrarles su historia, tradiciones, sabores y su fe.
El suplemento Lo Nuestro del Diario Oficial El Peruano muestra en esta crónica la belleza del antiguo monasterio colonial. La imponente presencia volcánica del Misti, el Chachani, el Pichu Pichu, y los empinados Sabancaya, Ampato, Hualca Hualca y Coropuna, nos dice que estamos en un suelo que ha sido marcado por el temple de su gente laboriosa, que convive con la infatigable actividad telúrica y con la fecunda campiña en la que se gesta su bien ganado prestigio culinario.
Caminamos por la Plaza de Armas, donde lucen majestuosos la Catedral y sus portales, levantados en granito para que soporten terremotos y el paso de los tiempos. El Portal de la Municipalidad, el de Flores y el de San Agustín son los más recorridos y admirados.
El paisaje actual de la ciudad acumula historia en cada recodo. Se aprecia en la fuente de bronce de tres cuerpos que sostiene la legendaria efigie del Tuturutú que simboliza a un soldado del siglo XV lanzando tonadas de guerra con su trompeta.
El monasterio
Y uno de esos lugares emblemáticos e históricos es el monasterio de Santa Catalina. Se trata de una impresionante estructura protegida por altos muros. Es uno de los más fascinantes edificios religiosos del Perú, pues todo el complejo, de alrededor de 20,000 metros cuadrados, constituye una ciudadela dentro de la ciudad.
Ingresar a sus claustros es un viaje en el tiempo, que se inicia en 1580 cuando es fundado por doña María de Guzmán, viuda de Diego Hernández de Mendoza.
Recorrer sus ambientes es un privilegio al que por solo 40 soles el turista puede acceder. No ocurría eso cuando fue construido, pues una férrea disposición advertía que esta hermosa ciudad no podía ser vista por nadie, como tampoco las religiosas que lo habitaban, pues el encuentro con los familiares estaba separado por una pared y bajo la cubierta de un manto.
Los guías, que en la actualidad ofrecen el recorrido por 20 soles, explican que recién en 1970, animada por la extraordinaria belleza del monasterio, una empresa privada decidió abrir parte del convento al turismo, conservando el área norte del complejo para los temas de la fe.
La guía opta por el angosto y bello locutorio. Las paredes son gruesos muros que han resistido terremotos, ocultando también el ruido exterior y conservando la quietud y de sus ambientes. Allí está la pintura de la escenificación de la Última Cena de Santa Catalina de Siena y la Virgen de las Ropas.
El patio, el claustro y las celdas anteceden a una cocina, que aún con hollín mantiene intacto el fogón de las monjas, en el que se había el pan para los residentes del claustro. Llegamos al Claustro de la Pasión. Cinco arcos lo sostienen y, para fortalecer la fe, tres cruces se empinan en el patio, dejando en los extremos resplandecientes árboles de naranja.
Ingresamos luego por la calle Córdova, cuyas blancas paredes albergan lo que eran las habitaciones que servían de morada a las monjas y a un grupo de sirvientes. La calle Toledo, de intenso color rojo, conduce a la actual cafetería, donde se puede hacer un descanso. Al final del pasillo se observa la lavandería y sus veinte tinajas de barro donde las monjas y sirvientas lavaban sus prendas.
Los faroles de forja artísticas de fierro resaltan en la calle Burgos. Desde aquí se aprecia la oscura y húmeda cocina construida en piedra de sillar que originalmente se utilizó como iglesia hasta la reforma de 1871. En la calle Sevilla, entre farolas y gárgolas, destacan vistosos maceteros de geranios y al fondo la vista del campanario.
Recta final
La Plaza de Zocodover es por sí sola un gran atractivo. Destaca su fuente circular y el surtidor de agua cristalina desde donde se observa la alberca donde las monjas tomaban sus baños en verano. Hermosas puertas en estilo barroco con historias de fe y silencio.
Avanzamos por el claustro de Los Naranjos que representan la renovación y la vida eterna. Vemos en la Pinacoteca más de cien pinturas coloniales, la capilla en un lado y la galería de arte en otro, bordean este edificio que toma la forma de cruz.
En el claustro de la beata Sor Ana de los Ángeles Monteagudo se puede leer una reseña en la que se resalta que fue beatificada por Juan Pablo II en 1985 durante su visita al Perú, debido a su vida conventual y a la atribución de milagros.
Hoja de ruta
Una ruta ideal por la ciudadela es la que comprende la Casona de la Moral, la Casa de Arróspide, la Casa de la Moneda o la Casa de Tristán del Pozo. Son monumentos representativos del máximo resplandor arequipeño.
La esencia de Arequipa se vive en sus picanterías. Entre, dialogue con la gente que es amable y valora mucho el legado de la ciudad.
La comida, una religión
Arequipa no sería tal si no fuera por la estupenda gastronomía que le da prestigio a la ciudad. Llegada la hora del almuerzo, es recomendable visitar cualquiera de los lugares que están alrededor de la plaza.
Uno de los potajes emblemáticos de la gastronomía arequipeña es el Triple, que reúne porciones generosas de rocoto relleno con pastel de papa, chicharrón y picante de patita de cerdo. Para maridar el almuerzo, una copa de anís corona esta grata experiencia culinaria.
(FIN) DOP/LZD/MAO
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