El 40 por ciento de las personas suele iniciar el consumo habitual de alcohol con su propia familia, durante la adolescencia y estimulado muchas veces por sus progenitores, quienes proveen los recursos para ello sin ser conscientes del daño que causan, advirtieron voceros del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM) Honorio Delgado-Hideyo Noguchi.
"En estos hogares se considera que beber alcohol es normal y se desconoce que, aunque sean dos copas de vino o dos vasos de whisky, resulta nocivo y tóxico", explicó a la Agencia Andina el psiquiatra de la Dirección de Adicciones del citado instituto, Fernando Luna León.
Manifestó que, una vez adquirida la costumbre, en muchos casos los hijos o hijas beben cuando los padres no están en casa. Y cuando ya no pueden obviar la situación –pues el hijo afectado empieza a provocar problemas– los padres no saben qué hacer ni cómo actuar.
"En ese momento atravesarán un periodo de confusión que les impedirá tomar una decisión", sostiene el especialista.
El problema, agregó, es que las familias creen que la persona que consume alcohol lo hace por vicio o porque se porta mal, y esperan que cambie. Con esa actitud, precisó, lo que hacen es incubar la enfermedad del alcoholismo, pues luego del consumo habitual aparece el severo.
"En esta segunda fase, la familia intenta hacer algo; pero empieza a frustrarse porque no ve cambios. Entonces comienza a criticar y descalificar a la persona en lugar de atraerla y contenerla. Por esa razón, (el hijo alcohólico) se aleja más, tiende a aislarse y a vincularse con personas insanas", explicó.
Cuando el afectado es el hijo o la hija, los padres empiezan a culparse unos a otros, sobre todo si alguno de ellos tiene antecedentes familiares de alcoholismo.
Fragmentación familiar
"La familia no está unida, uno dice 'bótalo de la casa', el otro no quiere; uno no le da dinero, el otro se lo da a escondidas. Entonces ese hogar se vuelve anómico, sin reglas, sin orden, sin autoridad", añadió el especialista.
"La familia se desgasta, el secreto y la vergüenza la caracterizan, se aísla de otros familiares, el problema lo maneja con reserva y se va consumiendo cada uno, porque el resentimiento va creciendo. Las madres, por ejemplo, sienten tristeza y rencor por el hijo", manifestó.
¿Pero quién sufre más? Según el especialista, todos pierden: la mamá, cuyo sentido de la vida es su hijo, y lo ve destruido y dañado; y la pareja, que empeña su vida en una persona enferma y se resiente por no lograr cambiarlo.
"Sin embargo, diría que son los hijos e hijas de papás y mamás alcohólicos los que sufren más, pues muchas veces padecen desnutrición, inanición; solo se nutren de violencia y la mayoría de las veces repiten la adicción", finalizó.
(FIN) SMS/RRC