Karina Garay Rojas¿No hablas con tus padres hace varios años?, ¿sientes dolor de estómago apenas tu madre dice que necesita verte?, ¿cuando conversas con tus padres terminan siempre peleando por algo que ocurrió en el pasado? Muchas relaciones entre padres e hijos no logran ser satisfactorias debido a viejos resentimientos. La buena noticia es que estos vínculos pueden sanarse, incluso con padres que ya fallecieron.
Así lo aseguró el psicólogo Manuel Saravia, director del Instituto Guestalt de Lima, para quien este tipo de problemas surgen porque muchas familias dejan “situaciones inconclusas” que se agudizan con el paso del tiempo, generando rencores feroces y mucho dolor entre las personas.
Ahora mismo, en medio de la
pandemia por el coronavirus hay muchas personas centradas en sus celulares, tablets, computadoras o el mismo teletrabajo, haciéndonos creer que todo marcha bien, cuando en realidad hay un problema severo de comunicación.
Comentó que muchos han perdido a seres queridos, como padres o hijos y que, a la dureza de una muerte solitaria, donde no podemos seguir con nuestros
ritos de despedida, llorar juntos o tocarnos, se suma el hecho de que algunos se fueron de esta vida sin haber resuelto algunas peleas familiares.
Muchos problemas entre hermanos o de padres con sus hijos o viceversa “se alimentan por el orgullo o creencias distorsionadas que tenemos sobre cómo deberían ser las cosas”, comentó al programa Saludable Mente de Andina canal on line.
Agregó que otro aspecto que no ayuda en esta situación es que nos cuesta aceptar nuestros errores, lo cual no tiene mayor sentido “porque como seres humanos cometimos errores y cometeremos otros en el futuro. Lo importante es aprender de ellos para no repetirlos”.
Por dónde empezar
“Algunas veces lo que no decimos en años, lo decimos en minutos y allí abrimos heridas muy difíciles de cerrar”, dijo al recomendar ir con calma, sin olvidar que esto se tratará de un proceso, con algunos pasos a cumplir.
En primer lugar, es necesario crear un espacio o momento de calma, propicio para el diálogo, libre de exigencias o presiones.
“Hay que reconocer que tenemos un problema, una diferencia, que esa relación nos está generando un malestar, un dolor. Entonces, el primer paso es validar que algo no está bien en casa y desde ese autodiagnóstico ver que está mal no hablar con mi papá o mamá por largo tiempo. O que nuestra comunicación depende de una tercera persona, que no nos estamos sintiendo bien”.
Recomendó dejar de posponer las conversaciones que consideramos importantes, que pueden hacer una diferencia grande en nuestras vidas, solo por el hecho de pensar que el otro “se va a molestar”.
“El asumir que le puedo leer el pensamiento a la otra persona es parte de las barreras que tenemos en la comunicación. Hay que construir espacios de diálogo para poder abrir el corazón con esa persona que compartes, que es tan importante, que puede ser tu papá, mamá, tu hermano o tu pareja”, anotó el psicólogo.
Calibrar, no disparar
En la casa todos se conocen y saben cuándo se puede conversar y cuándo no. Si los padres buscan conversar con los hijos, hay que procurar que no estén a la defensiva, preguntar si tiene un tiempo para conversar ahora o más tarde. Nunca imponer. A eso se le llama calibrar el momento ideal para tener una charla importante.
Hay que poner en práctica la escucha activa, una escucha con respeto, con cariño, preguntar qué pasó, dar espacio para que la otra persona hable también.
“A veces sacamos conclusiones antes de tiempo y así
surgen los malentendidos, cosas que asumimos como ciertas y no necesariamente son verdad. Por eso en terapia se dice que hasta lo obvio hay que preguntar ¿estás molesto conmigo?, ¿qué es exactamente lo que te ha molestado? ¿cuéntame qué vas a hacer con eso? Es importante construir una conversación abierta, cariñosa”, aconsejó el especialista.
Hay que tener presente que, así como vamos a tener la posibilidad de decir lo que nos molesta o duele, debemos tener también la flexibilidad para escuchar qué estamos haciendo mal o lo que no le gusta a la otra persona.
“A veces los problemas de convivencia son problemas de conducta y si bien puede ser un problema pequeñito se convierte en algo grande en la medida que va pasando el tiempo y no se resuelve a tiempo”, sostuvo.
¿Adulto o niño resentido?
Todos sabemos que hablar de cosas dolorosas no es sencillo y menos cuando son heridas de larga data, por eso hay que extremar los cuidados antes de lanzarnos a resolver problemas familiares, considerar la pertinencia de hacerlo, en qué momento y qué palabras emplear. La idea es resolver los conflictos, no lastimar al otro.
“De repente en ese momento la persona se va a incomodar, pero después lo va a entender. Peor es dejar a la persona ciega sin decirle lo que nos está incomodando y como no sabe que está cometiendo un error lo sigue repitiendo y generando emociones negativas, dañando la relación.”
El psicoterapeuta comentó que mantener disputas o resentimientos de muchos años con los padres solo demuestra que hay un niño o niña herida que no olvida lo que le hicieron.
“Hay personas que tienen resentimientos desde la infancia. No es la persona adulta la que está enojada con su padre, sino ese niño que lleva adentro. Esa parte de él o ella que no perdona algo”.
Pero cuidado, porque esa amargura solo perjudica a quien la siente y que puede manifestarse incluso en “dolores de cabeza, dolores de espalda, en problemas para dormir, en somatizaciones a nivel de piel, en problemas digestivos”.
Si se trata de hijos que viven dolidos por una situación que les pasó cuando eran niños, Manuel Saravia les aconsejó “ponte en su historia (de tu padre o madre con la que tienes el problema), en sus miedos, en sus carencias, en la educación que recibió, en la vida que tuvo y desde allí podrás ser más compasivo. Podrás pensar que todo el tiempo hacemos lo que podemos y que no somos infalibles”.
Humildad para liberarse
Para el psicoterapeuta, si se van a trabajar “situaciones inconclusas” con padres ya muy mayores, es recomendable contar con ayuda profesional, para que todo salga bien, sin dañar al otro, sobre todo si son personas con enfermedades como hipertensión, diabetes u otras.
“Hay que entender que el resentimiento no es hacia la persona que ahora es una abuelita o abuelito, es de tu niño interior a esa misma persona de hace 30 o 40 años atrás, que cometió errores producto de su educación, de la época que le tocó vivir”.
Hay que ponerse en los zapatos del otro y tener mucha humildad para perdonar, pensando siempre en todos los beneficios de hacerlo: una mejor vida, liberarse de un gran peso, estar más relajados, más tranquilos, aprender a ser más flexibles con nosotros mismos y con los demás, sin olvidar que esto es un proceso y no un botón mágico.
“Somos víctimas de víctimas, lo importante acá es aprender a sanar el árbol, porque lo que no se resuelve en una generación pasa como tarea para la siguiente generación. Ahora que estamos en época de mucha información tenemos la posibilidad de resolver esos problemas emocionales para evitar que se repitan en las generaciones futuras, de manera consciente e inconsciente”, aconsejó.
Carta al cielo
Perdonar no significa permitir, es recordar sin sentir dolor”, indicó Manuel Saravia. “No se trata de olvidar, sino de superar esas emociones, que ya no nos afecte, ni nos movilice emocionalmente”.
Para las personas cuyos padres fallecieron, pero se fueron sin resolver temas pendientes con ellos, les recomendó escribir una carta a esa persona con la que tenían el problema, detallando aquello que aún les duele, pensando en que todavía los puede escuchar y que esta carta será una especie de catarsis.
Dijo que hacer este ejercicio de proyección invitará a reflexionar sobre lo vivido, pero también a resolver lo inconcluso, definir cuál es el aprendizaje del dolor que sentiste en ese momento y elegir además con qué quieres quedarte de esa persona para finalmente cerrar el círculo pendiente, perdonar y soltar.
Para el psicólogo, no hay razones para no estar en contacto con nuestros seres queridos, sobre todo ahora que hay tantas plataformas virtuales, porque eso también es una manera de proteger nuestra salud mental.
“Hay que generar siempre espacios de conversación con
la familia, de tranquilidad, de afecto y reconocimiento. Por ejemplo, podemos crear una cajita de sentimientos, donde ponemos lo que vamos sintiendo y el fin de semana la abrimos y hablamos de ello, de cómo nos ha ido, qué fue lo que más me gustó y lo que menos nos gustó de nuestras vivencias en familia. Es un ejercicio muy valioso para evitar malentendidos futuros”, sugirió.
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Publicado: 14/11/2020