Miguel Ángel estudió Arquitectura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde se interesó por el urbanismo y la transformación de espacios públicos. En su trayectoria combinó investigación académica, docencia y gestión pública.
Fue jefe de práctica, asistente de investigación y trabajó en Prolima, de la Municipalidad de Lima, dedicado a la recuperación del centro histórico de la ciudad. En paralelo, participó en concursos de vivienda social, publicó un libro y ganó una distinción en la Bienal Nacional de Arquitectura 2024.
Con esas credenciales, decidió postular a Columbia University y fue admitido. Sin embargo, el reto no terminó ahí: debía financiar sus estudios en una de las ciudades más costosas del mundo. Así volvió su atención a la Beca Generación del Bicentenario, programa del Estado peruano que conocía desde su etapa universitaria.

El proceso fue exigente. Mientras organizaba su viaje y cerraba sus responsabilidades laborales, Miguel reunió constancias, actualizó su portafolio y formalizó publicaciones. “Decir que lo hice completamente solo es mentir. Yo, felizmente, tuve el apoyo de algunos compañeros que, a través de sus experiencias pasadas -a pesar de que las bases se renuevan constantemente-, me apoyaron mucho en el sentido de ser planificado y ser organizado con respecto a los documentos que se tienen que entregar”, destaca.
Aprendizaje desde la Diversidad
Ya instalado en Nueva York, Miguel Ángel comparte clases con estudiantes de más de 20 países. Su grupo de trabajo está conformado por compañeros que se comunican en diversas lenguas, donde predomina el inglés. Para él, esta diversidad es una oportunidad para repensar el rol de los profesionales del diseño en contextos globales.
“En mi programa somos un poco más de 50 estudiantes dentro de arquitectura y diseño urbano, y procedemos prácticamente de 24 nacionalidades distintas. Cada persona lleva una historia consigo, y yo creo que no solamente se trata de aprender de los profesores o aprender de las clases; sino aprender de compañeros que pueden compartir precisamente esas experiencias de vida. No solamente como arquitectos, sino como personas”.
Las exigencias del programa no han sido menores. Miguel cursa talleres intensivos de diseño urbano y seminarios sobre resiliencia, justicia ambiental y planificación territorial. “El Diseño Urbano es una herramienta capaz de transformar vulnerabilidades en oportunidades, y creo que —estas experiencias en justicia ambiental y equidad urbana— yo aspiro a que pueda formular marcos que empoderen a las comunidades para construir resiliencia mediante la prevención y la colaboración interdisciplinaria.”.
Compromiso
Lejos de tratarse solo de una experiencia académica, para Miguel Ángel la beca representa un compromiso. Sueña con crear un centro de investigación urbana en el sur global, donde se articule a jóvenes profesionales con comunidades, instituciones públicas y expertos.

“Mi sueño es ese: cómo poder generar un espacio que promueva proyectos de recuperación ecológica y de equidad urbana en ciudades intermedias y territorios afectados por la migración y, al final, el cambio climático. Generar conocimiento desde experiencias que vengan desde diferentes partes, donde nuestras ciudades no sean espacios solamente para sobrevivir, sino entornos de bienestar común”.
Por eso, uno de los planes que aportaría sería la escucha activa de quienes mejor conocen los problemas de las ciudades: sus habitantes. “Ese compromiso no solamente a la disciplina que le tengo, sino a las personas que habitan los diversos territorios de nuestro país, es clave para poder reducir estas brechas y permitir que las oportunidades sean abiertas para todos”, afirma.
El cielo es el límite
A quienes piensan que estudiar en el extranjero es imposible, Miguel les dice que no se rindan. “El cielo es el límite. La oportunidad de postular no se debe regir solamente al éxito de esta, sino también al poder intentarlo. En estos periodos de incertidumbre que hemos vivido en Perú, tener una oportunidad de ser becado por Pronabec es un verdadero privilegio. Poder pensar en que un sueño puede ser posible viajando y entendiendo otras realidades para enriquecer, y también devolverle lo aprendido al país, es un motor muy fuerte”.
Asegura que lo más valioso que ha aprendido es que el éxito no es lineal. “Es una gran oportunidad para que cualquier persona, desde el espacio en el que esté, se pueda permitir postular, equivocarse e internarlo de nuevo. No se trata de un camino lineal que simplemente se tiene éxito tras éxito, sino más bien de cómo uno mejora a través de sus fracasos”.
Desde la ciudad que nunca duerme, Miguel Ángel Santiváñez López sigue soñando, con los pies firmes y la mirada puesta en el país al que volverá para construir, esta vez, desde nuevas alturas.
Más en Andina
(FIN) JMP/RRC