El 16 de noviembre de 1532 ocurrió en el Perú un suceso que cambió radicalmente su desarrollo político, social, económico y cultural. ¿Qué aconteció hace 492 años en Cajamarca y quiénes fueron los protagonistas de este trascendental hecho histórico?, ¿Cómo influyó en nuestro devenir histórico? A continuación, la respuesta a estas y otras interrogantes.
En esa fecha, la ciudad de Cajamarca fue escenario de la captura del inca Atahualpa por parte de un grupo de soldados españoles comandados por Francisco Pizarro, quien tras atacar por sorpresa a la comitiva imperial y hacer prisionero al último gobernante del Tahuantinsuyo, empezó la conquista del reino más extenso de Sudamérica.
Según da cuenta el Centro de Estudios Histórico Militares del Perú al referirse a este suceso que cambió la historia del Perú, Francisco Pizarro había llegado a las costas peruanas con la intención de conquistar el gran imperio de los incas, lleno de riquezas del que había oído hablar previamente.
En ese entonces, el Tahuantinsuyo se encontraba debilitado tras la guerra por el poder imperial que había enfrentado a Atahualpa con su hermano Huáscar. Tras enterarse de la presencia de unos hombres totalmente desconocidos para las autoridades y población que habitaba el vasto imperio, quienes habían arribado a las costas de Piura y habían solicitado una entrevista, el inca Atahualpa recibió a emisarios de Pizarro, aceptó la petición y decidió que el encuentro se realice en Cajamarca.
El inca Atahualpa llegó al encuentro sentado en su litera con un numeroso séquito de subalternos, soldados y personal de servicio. A su encuentro salió el fraile dominico Vicente de Valverde, acompañado por el soldado Hernando de Aldana y un intérprete llamado Felipillo. El religioso se dirigió al inca con un breviario abierto en la mano e inició una ceremonia de requerimiento, pidiendo al soberano que aceptara el cristianismo como religión verdadera y se sometiera a la autoridad del rey Carlos I de España y del Papa Clemente VII.
Las versiones sobre lo ocurrido tras esas peticiones difieren bastante. Según algunos cronistas españoles, Atahualpa tomó el breviario, pero no pudo abrirlo. Otros afirman que el inca apartó el brazo de fray Vicente con desdén. Otros cronistas señalan que Atahualpa dijo: “bien sé lo que han hecho por el camino, cómo han tratado a mis caciques y tomado la ropa de los bohíos”. Por su parte, el cronista mestizo Garcilaso de la Vega señala que Atahualpa trató de discutir sobre la religión de los conquistadores y sobre su rey.
Ante la reacción del Inca, quien no atendió o no entendió lo que le pedía el clérigo español, Francisco Pizarro dio la orden de atacar a sus huestes que ya se habían preparado para acometer esta acción. Las trompetas sonaron y el artillero ubicado en una zona estratégica disparó uno de los cañones llamados falconetes. El proyectil alcanzó al séquito de Atahualpa, causando numerosos muertos y heridos.
Antes de que los incas pudieran recuperarse de esta primera embestida militar, los jinetes españoles atacaron al grito de “¡Santiago, Santiago!”. Al ataque también se sumó un escuadrón de indígenas que luchaban junto a los españoles creyendo que estos los iban a liberar del yugo inca.
Al mismo tiempo, otro grupo de españoles comenzó a disparar sus rifles o mosquetes desde cierta distancia. El pánico generado con el sorpresivo ataque español no dio tiempo de reaccionar a los soldados incas, incluyendo a aquellos armados con porras que acompañaban a Atahualpa. La mayoría de los súbditos del inca trató de huir del lugar en medio del caos y la masacre que produjo la embestida de los conquistadores.
El ataque español tuvo como objetivo principal la captura de Atahualpa y sus comandantes. Por ello, Francisco Pizarro, montado sobre un caballo, se acercó hacia la posición del inca, pero este se mantuvo firme. Los españoles infligieron cortes con sus espadas en los brazos de los súbditos que sostenían la litera de Atahualpa, pero pese a sus heridas estos resistieron e intentaron sostener a su monarca. El ataque se intensificó y solo cuando varios de ellos cayeron muertos, el soporte volcó provocando la caída de Atahualpa al piso y su inmediata captura.
El ataque en Cajamarca culminó con la muerte de entre 4,000 y 5,000 indígenas, mientras que otros 7,000 resultaron heridos. Los españoles, por su parte, solo sufrieron una baja, que fue un esclavo africano.
Tras su captura, Atahualpa fue recluido en un ambiente de una construcción inca, conocida hoy como el “Cuarto del rescate”, acompañado de tres esposas. Por órdenes de Pizarro, Atahualpa recibió clases de español para facilitar la comunicación con sus captores. El objetivo era que el inca pudiera informar sobre los lugares en los que había oro, el metal precioso que buscaban los conquistadores.
Atahualpa intentó negociar su liberación con sus captores. Por ello, ofreció llenar el “Cuarto del rescate” con oro y plata traídos de diversas partes del Tahuantinsuyo. Según versiones, se logró reunir 84 toneladas de oro y 164 toneladas de plata.
Además de estos metales preciosos, Atahualpa ofreció al español a su hermana favorita, Quispe Sisa, para que contrajera nupcias con ella. El conquistador dispuso que la noble inca se bautizara con el nombre de Inés Huaylas y tuvo dos hijos con ella.
Pese a recibir todos estos beneficios de su prisionero, Pizarro no tuvo intención de liberar a Atahualpa. Por ello, se alió con la nobleza de Cusco, que era partidaria de Huáscar, el inca que tras perder la guerra fratricida fue ejecutado por orden de Atahualpa. Esta alianza le permitió a Pizarro completar la conquista del Perú. Tras nombrar como nuevo inca a Túpac Hualpa, el conquistador español se trasladó desde Cajamarca hacia Cusco, ciudad que ocupó en noviembre de 1533.
Tras un juicio sumario al inca y pese a la oposición de los capitanes Hernando Pizarro y Hernando de Soto, el comandante Francisco Pizarro, quien presidio una suerte de consejo de guerra, resolvió en apenas unas horas, el destino fatal de Atahualpa, el 25 de julio de 1532.
Tras hallarlo culpable de las acusaciones de herejía, idolatría, regicidio, poligamia, incesto, traición y fratricidio, el consejo de guerra presidido por Pizarro sentenció a Atahualpa a morir quemado en una hoguera. Al advertir que este castigo contravenía la religión inca en la que al morir el cuerpo tenía que ser embalsamado para poder llegar al mundo de los difuntos, y ello era imposible si era consumido por el fuego, el inca pidió a sus captores modificar la sentencia de muerte.
Tras comunicarse con fray Vicente de Valverde, presente en el enjuiciamiento, este le ofreció al inca una alternativa: convertirse al cristianismo y, después, ser estrangulado por la pena del garrote. El inca aceptó esta opción y fue bautizado con el nombre de Francisco. Después, fue ejecutado por estrangulamiento, el 26 de julio de 1532.
El cadáver fue enterrado la mañana siguiente en el interior de un templo católico que los españoles habían construido en Cajamarca. Unos días más tarde, su cuerpo fue sustraído de su tumba y llevado al norte, posiblemente por algunos partidarios de Atahualpa.
Consecuencias de la captura y muerte de Atahualpa
Tras la captura y ejecución de Atahualpa, los conquistadores españoles emprendieron la toma de Cusco, la capital del imperio inca, para consolidar su dominio. En el trayecto enfrentaron a partidarios del inca asesinado en lugares como Hatun Xauxa, lo que luego se llamó Jauja, en el Valle del Mantaro, así como en Vilcashuamán.
Tras un año de recorrido, Francisco Pizarro y sus huestes ingresaron triunfales a la ciudad de Cusco el 15 de noviembre de 1533 y, tras designar como incas bajo su control a otros hijos del inca Huayna Cápac y hermanos de Huáscar, empezaron a administrar y extraer las riquezas del el vasto Tahuantinsuyo -sin dejar de enfrentar rebeliones importantes como el de Manco Inca- el nuevo territorio sometido al reino de España que luego se convirtió en el virreinato del Perú.
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