El 5 de octubre se conmemora el Día de la Medicina Peruana en homenaje al médico peruano Daniel Alcides Carrión, quien ofreció su vida en la investigación de la enfermedad de Carrión, también llamada verruga peruana o bartonelosis. Miles de colegas suyos, mujeres y hombres, mantienen vivo su legado. En la siguiente nota, te presentamos las historias de dos héroes de blanco, destinados desde su nacimiento a esta noble profesión.
Una de esas historias es la de Alicia Reyna Alcántara de Sotelo (47), jefa del Servicio de Emergencia del Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN), quien desempeñó múltiples oficios, como preparar y vender cebiche y pasteles, además de limpiar casas, para poder concluir su carrera de medicina.
Natural de Chimbote, proviene de una familia de bajos recursos. Siempre se sintió atraída por la competitividad, se planteaba retos y, como muestra de ello, no descansó hasta alcanzar sus objetivos.
Destacó en los estudios y en los deportes, ocupando el primer lugar durante toda su etapa escolar y universitaria. Además, es una deportista consumada, habiendo obtenido un total de 80 medallas en disciplinas como el karate (a nivel internacional), atletismo (corriendo hasta 42 kilómetros en cuatro ocasiones), ciclismo (110 kilómetros), natación, y más recientemente, escalando hasta el cráter del volcán Misti.
Vocación
Su madre era técnica en enfermería y, desde muy pequeña, Alicia la acompañaba a su trabajo en el hospital. Allí descubrió su vocación por la medicina, motivada por el deseo de servir al prójimo, un sentimiento que se reforzó con su fe inquebrantable en Dios.
“Mis padres siempre me inculcaron el servicio a los demás, siempre ayudar. ‘Si tienes un pan en la mesa o una fruta, compártelo con quien lo necesite’, me repetía mi madre”, recuerda.
Como muchos jóvenes, Alicia soñaba con estudiar medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero la falta de recursos económicos le impidió salir de su querido Chimbote. Sus padres no contaban con dinero suficiente para alquilarle un cuarto en Lima ni para costear una pensión.
En ese momento, la Universidad Privada San Pedro de Chimbote abrió sus puertas. Aunque dejó pasar el examen de admisión para los primeros puestos de colegios, en la segunda convocatoria sus padres la animaron a presentarse. Ingresó a la Facultad de Medicina en el primer lugar del cómputo general.
“Respondí las 100 preguntas sin fallar ninguna. Me otorgaron una beca para el primer año de estudios y continué becada durante toda la carrera, ya que en cada ciclo obtuve el primer puesto. Sin la beca, indudablemente no habría podido seguir”, comentó.
Sin embargo, en el cuarto año de estudios, tuvo que enfrentar la vida junto a su hermano menor, al quedarse solos en el país. Su padre emigró a Estados Unidos y cayó gravemente enfermo, pasando meses en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), lo que obligó a su madre a viajar para atenderlo.
Sobrevivencia
Con una fuerte deuda a cuestas, Alicia se las ingenió para sobrevivir. Preparaba cebiche, chicha, y tortas que vendía en la puerta de su casa, limpiaba hogares y hasta hacía trabajos para sus compañeros de universidad. El dinero le alcanzaba para copias de libros, pasajes, alimentación y gastos de servicios.
Tras culminar sus estudios, realizó su internado en el hospital La Caleta, en Chimbote, donde nació su vocación por la atención a los niños. Luego se trasladó a Lima, donde hizo su Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud (Serums) en un centro de salud en Musa, La Molina. Vivía en lo alto de un cerro sin agua ni luz.
Ganó el cariño de los pacientes, quienes le dejaban panes y frutas en agradecimiento, lo que para ella era una bendición, ya que no percibía ingresos. Un sacerdote misionero de Chimbote la recomendó con el dueño de un policlínico en Ventanilla, quien estaba buscando un médico.
Comenzó a trabajar y le pagaban por destajo. Se levantaba a las 4:00 a.m. para tomar el bus y viajar tres horas desde La Molina hasta Ventanilla, compaginando además su trabajo en el centro de salud. Dormía poco y muchas veces no tenía ni tiempo para comer.
“Nunca me faltaron pacientes desde el primer día. Aunque había pediatras, los usuarios preferían consultar conmigo”, comentó.
Posteriormente, se casó con un colega trujillano a quien conoció durante el internado en La Caleta. Juntos estudiaron para el Concurso Nacional de Admisión al Residentado Médico de la Universidad Federico Villarreal, ella en Pediatría y él en Medicina Interna. Ambos ingresaron, y Alicia obtuvo el primer puesto, lo que le permitió escoger la subespecialidad en el INSN, donde realizó sus estudios durante tres años.
Desafíos
Tras concluir el residentado, fue llamada a trabajar en el Servicio de Emergencia del INSN. Sin embargo, hace dos años (2022), su vida cambió por completo: a su hijo de 7 años le diagnosticaron leucemia.
“Mi hijo amaneció sin ganas de levantarse. Como emergencista, uno tiene en mente todos los posibles diagnósticos. Yo misma ordené los exámenes y lo llevé a un laboratorio cercano. Horas después, a mi esposo le dieron los resultados: leucemia linfoblástica aguda”, recordó.
No contaban con seguro de salud privado, por lo que su hijo recibió tratamiento en EsSalud. “Fue una batalla larga. Me interné con mi hijo y pedí un año de licencia en el INSN. Pasó por muchas complicaciones, pero, gracias a Dios, mi hijo se curó”.
Tras esta experiencia, decidió estudiar una maestría en Gestión de Salud, aunque casi la abandona por la necesidad de atender a su hijo. Sin embargo, su hijo la animó a continuar: “Me dijo ‘Mamá, yo te voy a ayudar a estudiar’ y, aunque me partió el alma, lo hizo”.
A lo largo de su carrera, la Dra. Alicia Reyna ha tenido que superar muchas dificultades, pero está convencida de que en cada una de ellas vio la mano de Dios.
“La vida te la da Dios y te da dones que debes saber aprovechar. Frente a cada dificultad, se me presentaba una oportunidad, y supe tomarla. Personas clave han sido mi cimiento, como mis padres, a quienes volví a ver después de 20 años cuando regresaron por la salud de mi hijo”.
Este año asumió la jefatura del Servicio de Emergencia y está comprometida en mejorar el sistema de salud. “Mi objetivo es transformar la atención desde la entrada del Instituto. Queremos que el Instituto sea como un hospital de cinco estrellas, donde los niños se sientan como en un jardín de infancia, con colores y dibujos”.
Para la Dra. Reyna, ser médico no es solo usar una bata blanca, sino ejercer su vocación en cualquier momento y lugar. “Hemos logrado revivir a niños que ya estaban muertos”, concluyó.
Ser médico tras haber sido internada
La otra historia pertenece a la cardióloga pediatra Silvia Alegre (63), jefa del Servicio de Cardiología. Estudió medicina en la Universidad Federico Villarreal, a la que ingresó en su primer intento. Lleva 30 años trabajando en el INSN, además de ser catedrática en la Universidad San Martín y docente invitada en la UNMSM.
“Nada en la vida es fácil. Todo se logra con esfuerzo. Depende de uno aprender y mejorar ante cada obstáculo que se presenta”, comenta la especialista, quien desde su tercer año de estudios trabajó como ayudante en su facultad, lo que le permitió cubrir los gastos de sus trabajos y las numerosas copias de libros.
Alegre nos cuenta que decidió ser médico a los 5 años, tras pasar seis meses internada en un hospital. “Tuve un problema de salud delicado con múltiples diagnósticos. Después de seis meses, finalmente dieron con el diagnóstico definitivo: hernia diafragmática. Esto me marcó profundamente. No quería que más niños pasaran por lo mismo, sin saber exactamente qué enfermedad los aquejaba”, relata.
Recuerda como anécdota que, en sus inicios, durante una de sus guardias nocturnas, tuvo que asumir la jefatura porque su colega no llegó debido a una emergencia, lo que le causó un gran temor. “Atendía a los niños ocasionalmente, siempre con un pediatra a mi lado. Esa noche tuve que recurrir a mis libros para revisar todo. Me moría de miedo, literalmente”, comenta.
A lo largo de su carrera profesional ha enfrentado numerosos casos difíciles, muchos con resultados positivos, pero algunos con desenlaces fatales que, según ella, duelen hasta el alma. Uno de los casos que más la impactó fue el de José, un niño de 6 años que fue transferido desde otro centro.
“Presentaba las enzimas cardíacas muy elevadas. Lo dejé respirando bien y con una frecuencia cardíaca estable. Sin embargo, cuando regresé dos días después, lo encontré entubado. El pequeño falleció. La necropsia reveló que la causa de la muerte fue fibrosis”.
“No tenía músculo cardíaco. No entendimos cómo pudo vivir tanto tiempo. El músculo del corazón se había fibrosado por la evolución de la enfermedad”, recordó con tristeza.
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(FIN) NDP/JAM/ SMS
Publicado: 4/10/2024